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Crónicas al Voleo

La farsa del traidor

La farsa del traidor
Por Germán Tinti (especial para Crónicas al Voleo)

Era el anochecer del jueves 3 de diciembre de 1936. Hacía un día que el crucero USS Indianápolis había abandonado el puerto de Buenos Aires llevando a bordo al presidente de Estados Unidos Franklin Delano Roosevelt. El mandatario había participado en reuniones multilaterales en las que fijó la postura de su país con respecto a la guerra del Chaco, que por esos momentos enfrentaba a Bolivia y Paraguay.

El Mayor Guillermo Mac Hannaford, que hasta la partida de la nave norteamericana había sido edecán y traductor de Roosevelt, descansaba y leía despreocupadamente el diario en el jardín de su casa de Olivos cuando una comisión del Ejército se presentó en su domicilio y procedió a detenerlo bajo el cargo de espionaje. Se lo acusaba de intentar vender información secreta a Paraguay mientras se desarrollaba la cruenta guerra. Es que Mac Hannaford era mucho más que un intérprete y relacionista. En aquellos momentos era la mano derecha del Jefe del Ejército, General Nicolás C. Accame, y como tal tenía acceso a información y documentación altamente reservada.

La trayectoria de Mac Hannaford en el Ejército era impecable. De niño este hijo de un sastre inglés y con sangre francesa por el linaje materno, recibió una esmerada educación. Y durante su carrera militar se destacó por su alto nivel de instrucción, su cultura general y el dominio de las lenguas extranjeras. Estas habilidades lo incluían siempre entre los que debían encargarse de atender y colaborar con las delegaciones extranjeras. Antes de Roosevelt había sido el traductor del General norteamericano John Joseph Pershing y del Príncipe de Gales en su visita de 1931.

El espía que me vendió

Pocas horas antes de la detención de Mac Hannaford, el Ministro de Guerra, general Basilio Pertiné, recibió en su despacho al agregado militar de la Embajada de Paraguay, coronel Torreani Vieira. Las relaciones entre ambos países eran cordiales y si bien Argentina mantenía una declamada neutralidad en el conflicto bélico, nadie desconocía que nuestro país proveía secretamente armas, municiones y equipamiento militar al país presidido por Eusebio Ayala.

El dignatario extranjero denunció al ministro argentino que un civil llamado Horacio Pita Oliver le había ofrecido documentos militares secretos. Se ordenó la inmediata captura de Pita Oliver, quien se desempeñaba como agente de inteligencia del ejército argentino. Interrogado (no quiero pensar las condiciones de ese interrogatorio) el detenido mencionó a Mac Hannaford como el supuesto proveedor de los documentos. También mencionó al teniente primero Aquiles Azpilicueta y a Jorgelina Argerich, que regenteaba una casa de citas en la ciudad de Buenos Aires. En el domicilio de esta dama se encontraron documentos que pertenecían al Estado Mayor del Ejército. Por el contrario, en la casa de Mac Hannaford –que fue prácticamente destruida– no se encontró nada que pudiera servir de prueba.

Pocos días después los medios se hicieron eco de dos supuestas aficiones del militar detenido: casi todos los sábados concurría al hipódromo y era habitué del próspero comercio de la señora Argerich, donde solía alternar con distintas pupilas. Timbero y putañero. Así se intenta demoler la reputación de una persona, lo hemos visto muchas veces con artistas, deportistas, políticos e incluso fiscales.

Un juicio amañado

La corte marcial contra Guillermo Mac Hannaford duró 18 meses y se tramitó en total secreto. Nunca trascendió públicamente ninguna incidencia del juicio mientras este duró. El proceso estuvo plagado de irregularidades y arbitrariedades. El defensor civil del acusado, Oscar Semino Parodi, lo representó a lo largo de todo el juicio, pero no pasó lo mismo con el defensor militar. Ocho veces debió cambiar de representante, toda vez que cada designado era destinado por la superioridad a otros destinos. Algo similar ocurrió con los testigos de la defensa. Incluso su superior directo, el general Accamé, quien conocía profundamente a Mac Hannaford, fue comisionado sorpresivamente a Brasil y no pudo declarar.

A lo largo del proceso no se presentó ninguna prueba contundente que involucrara a Mac Hannafors; nunca aparecieron los documentos que Pita Oliver le había ofrecido al agregado militar paraguayo y todas las actuaciones se fundaron en el testimonio del agente de inteligencia. Incluso la supuesta motivación económica resultaba poco creíble. Según Pita Oliver el militar acusado pretendía recibir 300 pesos. Una cifra a priori absurda si se tiene en cuenta que Mac Hannaford estaba a punto de ser ascendido y el incremento de su sueldo superaba por mucho esa cifra.

A Guillermo Mac Hannaford se lo declaró culpable y lo condenaron por el delito de traición a la patria, un encuadramiento que de acuerdo a la legislación vigente no correspondía. Porque esa figura era solamente aplicable a quienes colaboraban o ayudaban a países enemigos de Argentina y este no era el caso de Paraguay. No obstante, recayó sobre él la pena máxima: prisión perpetua, aun cuando –en todo caso– debió haber sido procesado por tentativa, siendo que la venta de documentación secreta denunciada (y nunca probada) jamás llegó a concretarse.

La degradación y la prisión

El 16 de agosto de 1938 el presidente Roberto Ortiz, que había sucedido a Agustín P. Justo, firmó el decreto confirmando la sentencia. No hubo posibilidad de apelar porque a los defensores se les negó recurrir a la Corte Suprema. Dos días después se llevó a cabo la ceremonia de degradación en el patio trasero del Colegio Militar, Una formación en cuadro de 800 efectivos fue testigo de cómo un sargento le arrancaba las insignias y arrojaba al suelo el sable de un demudado Mac Hannaford. Algunas versiones indican que antes de la ceremonia, en privado, le ofrecieron la posibilidad de suicidarse, lo cual fue rechazado con indignación.

Ese mismo lo trasladaron a la Isla Martín García y poco después a la cárcel de Tierra del Fuego, donde permaneció durante 10 años, hasta el cierre del penal del fin del mundo. Luego prosiguió su condena en la desaparecida Penitenciaría Nacional, en Recoleta.

Por las similitudes se denominó a este proceso el “caso Dreyfuss criollo”, aunque sin el infame condimento del antisemitismo. Luego de pasar 20 años preso, el ex militar fue indultado finalmente por un decreto secreto del presidente de facto Pedro Eugenio Aramburu, en 1956. Murió cinco años después de su liberación, el 5 de setiembre de 1961. Su caso fue cubierto por el olvido. Siempre se sospechó que Mac Hannaford era inocente y por alguna razón se montó una farsa para sacarlo del medio, pero ¿del medio de qué? Nunca pudo saberse.

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