Por la Dra. Laura Iglesias (Especial para «La Educación sobre la Mesa»)
“Una buena inteligencia emocional desde educación primaria reduce las posibilidades de desarrollar ansiedad o depresión en el futuro, condiciones que han aumentado notablemente en los últimos años, especialmente entre los jóvenes, una de las mayores preocupaciones de la Organización Mundial de la Salud actualmente. ”
Creo que desde el momento en que somos concebidos, también lo son las emociones. Cómo imaginar una vida sin alegría, sin llorar por alguien, o emocionarnos ante ciertas vivencias, incluso no sentir miedo, el que nos alerta de algo que podría suceder.
Desde la ciencia las emociones se definen como reacciones psicofisiológicas que experimentamos las personas ante determinados estímulos importantes para nosotros. Su función principal es ayudarnos a sobrevivir, actuar y adaptarnos a nuestro entorno. Son un termómetro interno que nos va dando una importante fuente de información sobre cómo estamos, cómo nos impactan las cosas que vivimos. Además, las emociones regulan nuestras conductas ya que nos impulsan para actuar en una u otra dirección. Las emociones son universales y comunes a todas las culturas y se manifiestan en las personas.
Las emociones aparecen y se perciben en el cuerpo, luego producen cambios en los pensamientos y, finalmente impactan en nuestros comportamientos, nos proporcionan un determinado impulso para actuar en una u otra dirección. Más allá de diferentes teorías sobre las emociones, todas coinciden en una cosa: que son fundamentales para los seres humanos y cumplen diversas funciones, como la adaptativa, la social y la motivacional.
Las Emociones y el Aprendizaje en una misma aula
Las investigaciones sobre los procesos de aprendizaje apuntan que la emoción y la cognición son inseparables. Este vínculo se establece por múltiples razones, entre ellas, porque las emociones influyen en la capacidad de razonamiento, la memoria, la toma de decisiones y la actitud para aprender. Por ello, se considera que las emociones forman parte del proceso de aprendizaje.
En palabras de Bisquerra, «aprendemos aquello que realmente queremos aprender. Las personas quieren aprender aquello que es importante para ellas, para su vida y para su supervivencia. Y como todo no cabe en el cerebro, aquello que consideramos no importante, no nos interesa y lo olvidamos». De todo ello se deriva la siguiente conclusión: «emoción y motivación son anverso y reverso de la misma moneda«. La motivación puede surgir principalmente del valor que le atribuyas a aprender algo, ya sea por el placer de aprenderlo (intrínseco) o por la utilidad que tiene para alcanzar otros objetivos (extrínseco). Estar motivado implica dedicar más atención, tiempo y esfuerzo a algo y, en consecuencia, aprenderlo mejor. Así pues, se podría decir que la emoción dirige nuestra atención que, a su vez, permite una mejor focalización para adquirir y consolidar los aprendizajes en la memoria.
Hay emociones que ayudan a aprender, como la curiosidad, pero otras limitan el aprendizaje, como el miedo. En el primer caso, las emociones positivas te motivarán a seguir aprendiendo. En el segundo, las emociones negativas harán que quieras dejar de hacerlo.
Las emociones en la planificación
Los principales objetivos de la educación emocional son comprender y regular las propias emociones y las de los demás, aumentar la tolerancia a la frustración y fomentar actitudes positivas hacia la vida.
Para practicar estas habilidades, los docentes pueden crear espacios de diálogo emocional: dedicando unos minutos al inicio o al final de la jornada escolar, los estudiantes tendrían la oportunidad de expresar cómo se sienten. Esto no solo les permite familiarizarse con sus propias emociones, sino que también promueve la comprensión mutua en el aula, generando un ambiente de apoyo. Algunas opciones para tener en cuenta:
- Respirar, jugar, escuchar: Enseñar a los alumnos a realizar ejercicios de respiración, relajación o meditaciones breves les proporciona herramientas para manejar la ansiedad o el estrés. El uso del juego también es una vía útil para desarrollar la empatía. A través de juegos de roles o dinámicas grupales, los estudiantes pueden ponerse en el lugar de los demás, lo que les ayuda no solo a comprender mejor las emociones ajenas, sino también a mejorar sus propias habilidades sociales y la capacidad de resolver conflictos. Asimismo, incorporar lecturas o cuentos que aborden temas emocionales es una excelente manera de abrir debates en clase sobre cómo gestionar los sentimientos.
- Evaluar las emociones en el día a día: El reconocimiento de las emociones no se limita solo a lo académico. Ofrecer retroalimentación emocional, destacando comportamientos como la resiliencia o la colaboración, refuerza la importancia de desarrollar habilidades emocionales. Valorar estos aspectos les ayuda a entender que el éxito va más allá de las notas y los exámenes.
La evaluación emocional puede ser una herramienta clave. Así como se evalúan los conocimientos académicos, los profesores también pueden hacer un seguimiento del progreso emocional de los estudiantes. Esto les permitirá reflexionar sobre su propio desarrollo emocional y establecer metas personales, fomentando una mayor autonomía y madurez en este aspecto.
Un futuro emocionalmente más saludable
Invertir tiempo de la clase en educación emocional es una apuesta por un futuro más saludable y resiliente, tanto para los estudiantes como para la sociedad en general. Al enseñar a los estudiantes a gestionar y entender sus emociones, creamos un entorno escolar más positivo y establecemos las bases para una comunidad basada en el respeto mutuo, el entendimiento, y que considera a las personas como el eje principal para su propio equilibrio y su evolución.
“Todo aprendizaje tiene una base emocional”. (Platón)
Que sea un domingo emocionalmente alegre!!!