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Crónicas al Voleo

George Best, el quinto Beatle

George Best, el quinto Beatle
Por Germán Tinti (especial para Crónicas al Voleo)

Para muchos especialistas el quinto Beatle fue Brian Epstein, su primer representante, el tipo que los llevó a la fama. Para otros el puesto debe ser ocupado por George Martin, el histórico productor de los «fab four», responsable de los arreglos de las canciones más maravillosas que el mundo pudo conocer en la segunda mitad del pasado siglo. Algunos defienden la teoría de que el quinto Beatle fue Billy Preston, el pianista que colaboró (y resultó indispensable) en la producción, grabación y puesta en escena de «Let it be» y que, según puede verse en el fabuloso documental «Get back», le hizo decir a Lennon: «con él sonamos mucho mejor».

Pero para la prensa deportiva, la quinta butaca Beatle la ocupó, desde los cuartos de final de la Copa de Europa de 1966, el irlandés George Best, que en ese partido marcó dos goles y fue la figura de la victoria del Manchester United sobre el Benfica en Lisboa.

El chico de Belfast

«A Best se le conocía como el Quinto Beatle –afirma desde su columna en El País el periodista Ramón Besa–. Jugaba con los brazos pegados al cuerpo, las mangas de la camiseta tan alargadas que pedían ser agarradas por los puños, y driblaba y se arrancaba con una aceleración imposible de defender, incluso a la salida de un saque de banda, como le pasó a Quimet Rifé. Nacido en Belfast, el niño guapo vinculado al juego bonito, conquistó Europa con el Manchester United en 1968. Best fue una celebridad del fútbol y un personaje igualmente abrumador en un momento vibrante de Londres».

George Best había nacido en 1945 en una Belfast de permanente mecha corta por las constantes tensiones entre independentistas católicos y anglicanos monárquicos. Sus padres lo inscribieron como Ronald Samuel, pero luego lo bautizaron como George ante la iglesia, y así quedó. De niño era destacado estudiante y mal futbolista, según sus entrenadores del Cregagh Rangers Boys Club, el club en el que empezó a patear la pelota.

Tren a Manchester

No obstante, era el fútbol lo que realmente le gustaba al pequeño George, que siendo un adolescente cambió la escuela por los pubs, porque había conocido a otra de sus grandes pasiones: el escabio. Sin embargo siguió enfocado en el fútbol, pero mientras los equipos de Belfast lo rechazaban por flaquito y liviano, Bob Bishop, un cazatalentos del Manchester United le envió un telegrama al entrenador del club: «Creo que he encontrado un genio» era todo lo que decía.

Luego de un par de años de idas y vueltas, en las que debía entrenar casi de polizón porque los equipos ingleses no podían fichar juveniles irlandeses, llegó la hora del debut en primera. Fue el 14 de septiembre de 1963, en la victoria 1-0 ante el West Bromwich Albion en Old Trafford. Al final de esa temporada 1963/64, George firmó 6 goles en 26 partidos. Dos años después había dejado de ser una estrella en ascenso para convertirse en una superestrella europea. Y poco después la prensa lo bautizaría «el quinto Beatle» porque… usaba el pelo largo.

De La Plata con amor

Por aquel entonces se formó, en el rojo manchesteriano, lo que se conoció como «La Santísima Trinidad», el tridente ofensivo compuesto por Best, el escocés Denis Law y un tal Bobby Charlton, que vendría a ser el Bochini de ellos. En 1968, la tríada fue fundamental para que el United obtuviera su primera Copa de Europa (la Champions de ahora) y pocas semanas después recibió, junto a sus compañeros, la hospitalidad del Estudiantes de la Plata de Osvaldo Zubeldía. En el partido de vuelta, jugado en Old Trafford, George recibió esmerada atención de los Dres. Madero y Bilardo, pero especialmente se trenzó con el marcapunta José Medina, resultando expulsados ambos jugadores, que se sopapearon en el túnel.

En paralelo a su brillante carrera futbolística, George Best aparecía seguido en los periódicos, pero fuera de la sección deportiva. Se fue convirtiendo en una celebridad de la farándula y a medida que aumentaban sus aventuras noctámbulas, se complicaban las cuestiones profesionales. Llegaba tarde o directamente faltaba a los entrenamientos, generaba conflictos en los partidos y era habitualmente amonestado o expulsado. Jugando para la selección de Irlanda un clásico caliente con Escocia, se le salió la cadena y escupió al árbitro. En una ocasión perdió intencionalmente el tren en el que su equipo viajaba a jugar contra el Chelsea para pasarse un fin de semana con la actriz Sinéad Cusack.

El declive

Con la década de 1970 comenzó su lento pero inexorable declive. Sus buenas actuaciones eran cada vez más espaciadas. Aun así, su nombre sonó para integrar el seleccionado que participó en el Mundial 1982. Cuando finalmente quedó fuera de la convocatoria, el entrenador irlandés, Billy Bingham, expresó que «Best sigue siendo bueno y su toque y control del balón son magníficos, incluso sus pases aún son buenos. Pero ha perdido el ritmo, la aceleración y la fuerza. Solo muestra destellos. Es una lástima». Por entonces Best jugaba en el AFC Bournemouth, un club de, por entonces, la tercera división inglesa.

Para entonces hacía 8 años que Best había abandonado el Manchester United y deambulaba por un larguísimo rosario de equipos de Sudáfrica, Irlanda, divisiones menores de Inglaterra, Estados Unidos, Hong Kong  y Australia. Una lista de clubes que no le va muy en zaga al mismísimo Sebastián Abreu (otro «loco»). Finalmente se retiró con la camiseta del Tobermore United, un equipo de la tercera división irlandesa.

Los que viven a la orilla del mundo

George Best era un wing, «extremo» le dicen ahora. Y los «wines» tienen ¿justificada? fama de locos o, mejor, «frikis», esos tipos que no sabés nunca para donde van a salir, que rompieron el molde. Es la esencia del oficio que consiste fundamentalmente en correr sobre la cuerda floja que representa la línea del lateral. Vivir entre la espada y la pared, a la orilla del mundo.

Hay un olimpo para los extremos del fútbol mundial. Arriba de todos está Garrincha; el peruano Juan Joya (paradójicamente leyenda del fútbol uruguayo); Félix Losteau, el «Chaplin» de la Máquina riverplatense; Zoltan Czibor, figura de «los magiares mágicos» la gran selección húngara de posguerra.

Entre los argentinos y en una rápida revisión, encontramos –además del citado Losteu– al «Loco» Corbatta, al «Hueso» Housemann, el «Mumo» Orsi y, por supuesto, Luis Antonio «la Araña» Amuchástegui, el último de su especie. Ya no quedan wines y eso explica un poco la decadencia de occidente.

Especie en extinción
«Lo lleva atado al pie, como una luna atada al flanco de un jinete/ lo juega sin saber que juega el sentimiento de una muchedumbre/ y le pega tan suave, tan corto tan bello/ que el balón es un palomo de comba en el vuelo/ y lo toca tan justo, tan leve, tan quedo/que lo limpia de barro y lo cuelga del cielo/ ¡y se estremece la gente, y lo ovaciona la gente!»

Los versos de Zitarrosa se refieren a Garrincha, pero lo cierto es que le cuadran a Best y a todos los que hacían equilibro al borde del precipicio desbordando por la línea de cal. Porque, como dijera alguna vez el «Turco» Whebe (¡dos años ya!) «todos los wines van al cielo».

George Best se mudó al cielo de los wines el 25 de noviembre de 2005. Tenía 59 años. Belfast le otorgó un funeral de Estado que se realizó en el castillo de Stormont, sede el Ejecutivo de Irlanda del Norte. A las calles fueron a despedirlo medio millón de personas. Por un día quedaron de lado las rencillas políticas y religiosas.

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