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Crónicas al Voleo

Gander y la reivindicación del Bien

Entre la bosta crecen flores, como dicen en el campo.

Por Germán Tinti

Gander es un aeropuerto con pueblo. Está ubicado a orillas del lago del mismo nombre en la isla de Terranova, frente a las costas de la península de Labrador, en Canadá.

La estación aérea fue construida a mediados de la década de 1930 para que los vuelos que hacían la ruta Londres – Nueva York pudieran repostar en medio del trayecto transatlántico. Tuvo su momento de protagonismo durante la Segunda Guerra Mundial, cuando fue base aérea de las fuerzas militares estadounidenses y canadienses en su periplo hacia el viejo continente. Luego de ello siguió su vida de escala obligatoria hasta que el aumento de la autonomía de vuelo de las aeronaves hizo que poco a poco su función de posta fuera cada vez menos necesaria.

El día que cambió el mundo

El 11 de septiembre de 2001, los poco más de 9.000 habitantes de Gander recibieron demudados –como el resto del mundo– la noticia de los ataques terroristas a las Torres Gemelas de Nueva York. La conmoción y el espanto que provocaba ver ese asesinato masivo en tiempo real impediría a los habitantes de este tranquilo pueblo tan siquiera imaginar que pocas horas después tendrían un protagonismo particular en esta historia.

Pero lo cierto es que inmediatamente después de que el World Trade Center fuera reducido a escombros, Estados Unidos cerró su cielo. Si el avión estaba en tierra, ahí se quedaba. Si estaba volando dentro del espacio aéreo yanqui, debía aterrizar en el aeropuerto más cercano. Y si se dirigía a Estados Unidos, debían desviarse a otro país.

Y otro país era Canadá, porque tenía mayor cantidad de estaciones aéreas preparadas para que aterricen los aviones de gran porte que realizaban los recorridos transoceánicos. Entonces, con la premura que exigía la situación de tener miles de personas en el aire sin destino cierto, se puso en marcha la Operación “Yellow Ribbon”. Básicamente consistía en designar una serie de aeropuertos civiles y militares para que aterrizaran los vuelos que se dirigían a América en ese momento.

Se optó por lugares poco poblados de las provincias de Nueva Escocia, Terranova y Labrador, Columbia Británica, Nueva Brunswick, Alberta, Manitoba, Ontario y Quebec. Las terminales designadas estaban en sitios en los que era más factible prevenir y neutralizar ataques terroristas.

Los grandes aviones aterrizaron en Gander, y todo se realizó en un operativo organizado y metódico.

Hacer ingeniería en el aeropuerto

Entonces, volvemos a Gander y nos encontramos que en su aeropuerto comienzan a aterrizar, casi en fila, varias decenas de aviones cuyo fuselaje es más grande que el edificio principal de la estación. «Nos avisaron que el espacio aéreo de EE.UU. estaba cerrado y que iban a desviar algunos aviones hacia nuestro aeropuerto», le dijo Bryan Higgs, uno de los encargados de la seguridad del Aeropuerto Internacional de Gander a la BBC hace algunos años.

En pocas horas la población de este tranquilo pueblito aumentó en algo así como un 70%. En el total de 38 aviones que se habían alineado uno al lado del otro en la pista de aterrizaje esperaban casi 7 mil personas, que no sabían que pasaba, ni donde estaban, ni cuánto tiempo estarían allí.

«Tuvimos que estacionar todos esos aviones, desde los enormes 747 hasta algunas aeronaves militares, en la pista del aeropuerto e iniciar un plan de emergencia para atender a todas las personas que estaban llegando a Gander –explicaba Higgs en aquella entrevista– por ejemplo, adaptamos una sala de espera para acondicionarla como oficina de inmigración y otra como recepción de aduanas»

Hoteles, gimnasios, y hasta iglesias alojaron a miles de visitantes inesperados, durante 4 días.

Las 500 camas disponibles en la hotelería local eran claramente insuficientes. Se abrieron gimnasios, escuelas, iglesias y casas particulares para alojar a los pasajeros que debieron esperar varias horas en sus aeronaves hasta que una flota de ómnibus escolares empezó a trasladarlos a sus albergues temporales. Los viajeros estaban con lo puesto, apenas contaban con el equipaje de mano (las bodegas no se abrieron), así que además de cama y comida había que pensar también en ropa y elementos de higiene.

Pero el amor es más fuerte

Ante la emergencia se puso de manifiesto la solidaridad y capacidad de organización de los habitantes de Gander .No solamente ofrecieron sus casas para que los forzados visitantes pasaran lo mejor posible las, en principio, próximas 24 horas (que se fueron extendiendo hasta transformase en 4 días). Desde las poblaciones vecinas enviaron víveres y vituallas para colaborar en la emergencia. Los que sabían música sacaron sus instrumentos y las esquinas se poblaron de artistas. Muchos vecinos hicieron tortas para celebrarle el cumpleaños a los forzados visitantes que cumplían años ese mes, otros se encargaron de entretener a los más chicos con cuentos, disfraces de payaso y canciones.

Greg Seaward, que actualmente es funcionario municipal, recuerda que «las primeras horas fueron un reto para todos, pero a medida que pasaron los días, ver tanta gente en el pueblo hizo que se convirtiera en una especie de festival”. En algunos casos se realizaban excursiones por los alrededores del pueblo.

El 15 de septiembre se volvieron a abrir los cielos de Estados Unidos y los huéspedes (la gente del avión, según los llamaban los pobladores) fueron retornando a sus aeronaves para continuar su accidentado trayecto. En esos días se forjaron amistades, se generaron anécdotas inolvidables y casos llamativos.

Como el de uno de los pasajeros, que de regreso a sus actividades normales, decidió abrir un fondo de inversión para colaborar con los estudios universitarios de los jóvenes ganderenses. Esperaba recaudar algunos miles de dólares, juntó un millón y medio.

La solidaridad y la humanidad dijo presente entre los habitantes de Gander.

Una luz en la oscuridad

En pocas horas, tan rápido como habían llegado, los casi 7.000 turistas partieron nuevamente. El silencio y la quietud volvieron a adueñarse de las calles y las casas de Gander. La partida de los aviones «fue un reto para nosotros, porque la mayoría de las aeronaves estaban estacionadas en la pista, pero de forma ordenada logramos crear un sistema para que todos los aviones salieran sin problemas» recuerda, no sin orgullo, Brian Higgs.

Muchos de aquellos forzados turistas volvieron después, a visitar a sus nuevos amigos, a continuar demostrando su agradecimiento por la solidaridad manifestada en una situación extrema, e inclusive una pareja que se conoció en su forzada estadía regresó a los pocos meses para contraer matrimonio.

Orgullosos, los operarios del Aeropuerto celebran que todo haya salido bien en la emergencia.

Entre la bosta también crecen flores dice la gente de campo. En aquella trágica jornada de 2001, Gander fue una flor que creció en silencio, casi oculta, pero fuerte y noble. El día en que el Mal pareció triunfar, Gander fue la reivindicación del Bien.

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