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Crónicas al Voleo

Fiebre del oro: vencidos y vencedores

Fiebre del oro: vencidos y vencedores
Por Germán Tinti (especial para Crónicas al Voleo)

Una fría mañana de enero de 1948, James Marshall revisaba el canal que pasaba por debajo de su aserradero cuando notó, en el fondo del curso de agua, unas pequeñas piezas brillantes. Luego de examinarlas y consultar con algunos de sus empleados, llegó a la conclusión de que esos trozos de metal eran oro.

Un año después, decenas de miles de aventureros habían invadido el aserradero de Marshall y los campos en que se encontraban, que pertenecían al pionero suizo John Augustus Sutter y eran conocidos como «Fuerte Sutter». En esos campos al norte del Estado de California, donde hoy está Sacramento, comenzó la fiebre del oro, que enriqueció a muchos emprendedores e, irónicamente, arruinó a Marshall y Sutter.

 Viajero incansable y terrateniente

Johann August Sutter había nacido en Kandern, un pequeño pueblo del suroeste de Alemania (entonces Sacro Imperio Romano Germánico) en 1803. Casado con una rica heredera, administró por un tiempo los negocios de su familia política, pero lo único que consiguió fue llevarlo a la quiebra.

Ante la inminencia del juicio, afrontó con entereza la situación y abandonó a su familia para huir a Estados Unidos en 1834. Durante los siguientes cinco años recorrió buena parte del Oeste del subcontinente, desde San Luis (actual Nuevo México, entonces parte México) hasta Port Vancouver (actualmente Portland, en Oregon). Para establecerse luego en el Reino de Hawaii. De allí navegó a Alaska y luego de unos meses bajó hasta lo que hoy es San Francisco.

Sutter convenció al gobernador de Alta California, el mexicano Juan Alvarado, de que le concediera casi 50.000 hectáreas en lo que actualmente es el Valle de Sacramento, una región con grandes bosques y apta para la actividad agrícola. En esos territorios fundó Nueva Helvetia y construyó Sutter’s Fort, un centro agrícola, comercial y militar.

Ya sentadas las bases de lo que sería su imperio y su gran fortuna, Sutter comenzó a ejercer influencia en las actividades políticas de la región. Fue un importante activista para que California pasara a formar parte –junto a Arizona, Nuevo México, Nevada y Utah– de los Estados Unidos, luego de la firma del tratado de Guadalupe Hidalgo  que pondría fin a la guerra entre los yanquis y México por la anexión de Texas.

Dos potencias se saludan

En 1847, Sutter conoce a James Marshall en Sacramento. Marshall había nacido en Nueva Jersey y durante su vida peregrinó por distintas regiones, desempeñándose como agricultor y carpintero. Así llegó a California, donde fue contratado por el empresario alemán para que construya y administre un aserradero en sus tierras.

Todo iba viento en popa tanto para Sutter como para Marshall, hasta aquel malhadado 24 de enero de 1948. Lo que en principio pareció un hecho auspicioso –el descubrimiento de oro en los terrenos de Sutter– se convirtió en la ruina de ambos. Tan solo un año después un verdadero aluvión de aventureros llegaron desde todo Estados Unidos, arrasaron con plantaciones y bosques, diezmaron el ganado y destruyeron el aserradero.

Pobre y olvidado, Sutter pasó los últimos 20 años de su vida en la costa este, en Pensilvania y luego en Washington D.C., pidiendo compensación del Congreso por lo perdido. Murió en 1880, arruinado y sin haber logrado ningún reconocimiento. Por su parte, Marshall vivió sus últimos años en pobreza y soledad, dependiendo de una pensión estatal otorgada recién en 1872. Murió en 1885, en una pequeña cabaña cerca de Coloma, California.

Los que ganaron

Pero si bien Sutter y Marshall fueron los primeros y más grandes perdedores con el oro que ellos mismos descubrieron, en el otro platillo de la balanza encontramos a dos personajes que lograron hacerse millonarios gracias al metal precioso, aunque –curiosamente– ninguno llegó a California para buscar el áureo tesoro.

En 1946, Samuel Brannan había llegado a San Francisco en barco desde Nueva York, al frente de un contingente de más de 200 miembros de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Grupo que se convirtió en el primer núcleo importante de mormones en llegar a la costa Oeste. Si tenemos en cuenta que faltaban casi 60 años para que comenzara a construirse el canal de Panamá, la travesía de los mormones adquiere características de épica.

Cuando arribó a San Francisco, Brannan tenía 27 años. Al poco tiempo de instalado, fundó el primer diario californiano: «The California Star», además de desarrollar una serie de negocios en región. Pero cuando una multitud llegó detrás de la quimera del oro encontró el modo de hacerse millonario.

¡Agarrá la pala!

Lo que hizo Brannan fue aprovisionarse de palas, picos y demás artículos de minería. En realidad monopolizó el rubro y salía por la calle al grito de «¡Oro! ¡Oro! ¡Oro en American River!». Fue tan exitosa su campaña de marketing que terminó perjudicando a su diario, porque la mayoría de los empleados le compraron herramientas para ir a buscar el deseado metal. Durante el primer año de la fiebre llegó a vender 150.000 verdes de la época (algo más de cinco palos actuales) por mes.

Brannan se convirtió en un magnate, compró tierras, participó en política y relegó sus valores religiosos hasta el punto de que, cuando el presidente de la iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, Brigham Young, mandó un emisario para reclamarle los diezmos adeudados, respondió: «Ve y dile a Young, que le daré el dinero del Señor cuando él me envíe un recibo firmado por el Señor». Fue cuando le metieron un voleo en el or… lo excomulgaron.

Por esta época empezó su decadencia, que llegó a su punto más alto cuando, en 1872 se divorció de Anna Eliza Corwin. Brannan perdió el juicio… en todo sentido. Debió vender buena parte de sus propiedades para entregar a su exesposa la mitad de sus activos. Así quedó prácticamente en bancarrota.

Entonces se refugió en el alcohol, se mudó a San Diego y se casó con una mujer 30 años menor. En 1888 el gobierno de México le pagó cerca de 50.000 dólares por algunos servicios prestados. Con esto apenas pudo pagar sus deudas para luego morirse sin dejar ni un centavo para su propio funeral. Tenía 70 años.

El papá de tus pantalones

Otro al que le fue bien con la fiebre del oro, y no buscando el metal precisamente, fue al inmigrante judeo-alemán Levi Strauss. Llegado de Bavaria con el resto de su familia, se dedicó al negocio textil en Nueva York, pero en 1853 se instaló en San Francisco.

Allí hizo fortuna con la venta de ropa de trabajo, lonas y otros artículos textiles a los mineros. Junto al sastre Jacob Davis, patentó los pantalones con remaches metálicos en los bolsillos, diseñados para soportar el trabajo rudo. Como ya habrán deducido, ese fue el origen de los blue jeans, que con el tiempo se convirtieron en un ícono mundial.

Junto a sus hermanos Jonas, Louis y David fundó la empresa Levi Strauss & Co., que hoy sigue siendo líder en ropa de jean (o mezclilla, como dicen en algunos países). Fue un empresario exitoso, filántropo y figura influyente en la comunidad judía de San Francisco. Murió soltero en 1902. Legó su fortuna a sus sobrinos.

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