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Crónicas al Voleo

El vampiro de Flores

El vampiro de Flores

Por Germán Tinti, para Crónicas al Voleo

En aquellos tiempos había tipos más peligrosos que un vampiro, pero… Invierno de 1978. La euforia por el campeonato mundial de fútbol ganado por el Seleccionado Argentino ya se había disipado y la vida de los porteños (y de todos los habitantes del país, en general) había retornado a la rutina extraña de esos años.

Eran tiempos difíciles en muchos aspectos (bueno, en casi todos), algunos de los cuales no eran advertidos del todo por buena parte de la población, pero se sentía en el aire, había indicadores inquietantes, como por ejemplo esos grandes carteles amarillos y negros en las rutas que advertían –amenazaban– «No se detenga, centinela abrirá fuego».

Cada tanto se escuchaban frenadas, algunos disparos, gritos y después… otra vez silencio. Algunas noches se montaban imprevistos operativos militares: llegaba un camión, varios autos (Falcon verdes marca el estereotipo, pero bien podían ser 504 blancos o R12 azules), un par de docenas de milicos: entraban a una casa, se llevaban a alguno y después… otra vez silencio. Tampoco era raro que una bomba reventara un local, un destacamento policial, una concesionaria Ford o Peugeot, una distribuidora de fotocopiadoras Xerox.

Recuerdo fuera de contexto (pero no tanto): las cooperadoras policiales de Córdoba procedían a marcar con un círculo rojo la casa de quienes colaboraban. Si no tenías el circulito rojo en la puerta, capaz que te entraban a robar.

Lo cierto es que aquel invierno, cuando los niños esperaban con grandes expectativas la llegada de las vacaciones de invierno, en el viejo Gasómetro, el mítico estadio de San Lorenzo (que ya por entonces atravesaba dificultades económicas que tres años después desembocarían en la venta y demolición de la septuagenaria estructura de tribunas de madera) se instaló, con gran pompa y estrépito barrial, el «Fabuloso Circo de los Zares». Una prestigiosa compañía que había sido fundada en San Petesburgo en 1877 por Caetano Ciniselli, un jinete italiano de gran fama en toda Europa.

Con la llegada de la revolución, el circo pasó a manos del estado (como todo). Después de la Gran Guerra Patria (nombre que los rusos le dan a la Segunda Guerra) se volvieron itinerantes.

«Estoy perdiendo el color / Me estoy durmiendo al amanecer / Estoy perdiendo el calor / Me voy muriendo y no sé por qué»

Por supuesto que la presencia de esos carromatos montados en ruidosos camiones de antes de la guerra, la enorme carpa y los llamativos personajes que comenzaron a pulular por Boedo y los barrios vecinos revolucionaron a toda la comunidad. Los pibes se agolpaban en las puertas del estadio a ver si podían pispear algo: el viejo elefante, la jaula de los perezosos leones, los simpáticos monos; la fascinación por la vida trashumante de los integrantes de esa familia asimétrica y ensamblada del circo.

No fueron pocos a los que le llamó la atención el húngaro Belek, uno de los enanos. (Para los más jóvenes: sí, los enanos eran una atracción popular en los circos, como las mujeres gordas o barbudas, los perros futbolistas y los payasos con pinta de alcohólicos desengañados). Era el más carismático en la pista y uno de los más trabajadores en las tareas diarias de la comunidad circense. No había para él trabajo demasiado pesado y parecía incansable. Pero algo de siniestro había en su diminuta y musculosa figura y en sus claros ojos celestes.

«Ya no pienso en eso / No soy yo / El que ronda por las noches / Loco por saciar esa sed»

En poco tiempo empezaron a circular rumores en el barrio. Primero fue la versión de que en el circo y en las cercanías del Gasómetro aparecían perros pequeños o aves de corral muertas y sin sangre. Otros decían que los animales del circo mostraban una extraña debilidad, como si sufrieran una desconocida enfermedad que los veterinarios no sabían diagnosticar. Finalmente corrió la versión que el director del circo, un moscovita llamado Boris Loff, tras escuchar una madrugada extraños ruidos en la zona de los corrales, encontró a Belek mordiendo en el cuello a la mona Vera, una de las atracciones más populares del Gran Circo de los Zares.

(Otro comentario fuera de contexto: los jerarcas soviéticos eran comunistas pero manejaban principios publicitarios y marketineros netamenta capitalistas. Es mucho más atractivo «El gran circo de los Zares» que «El sóviet de entretenimiento del camarada Alekseyevich».)

«¿Por qué me tratas tan mal? / ¿Por qué te escapas, por qué no ves? / Que si me matas, tal vez / Entre las sombras renaceré»

Aterrado, Loff echó a Belek a la calle e inmediatamente decidió levantar el campamento y poner tierra de por medio. El barrio entero vio como los viejos camiones salían del Gasómetro en caravana y enfilaban hacia la avenida General Paz. Objetivo: dejar atrás lo antes posible a la ciudad de Buenos Aires.

Desde ese momento a Belek no le quedó más remedio que esconderse. No era tonto y seguramente sabía de los rumores en torno a sus supuestas costumbres alimenticias. Además se había convertido en un indocumentado. Si bien no existen registros de ningún tipo (nunca hubo denuncias, ninguna autoridad investigó las supuestas muertes de los animales, del circo no quedó rastro; San Lorenzo volvió a jugar en su cancha y ese año salió cuarto en el torneo Metropolitano que ganó Quilmes), muchos juraban que era cierto lo que habían escuchado en la cola de la verdulería. Lo que había comentado un primo de un vecino de uno que pasaba por ahí: desde que Belek vivía de okupa (si, el término es anacrónico) por las calles de Flores aparecían cada vez más animales con evidentes signos de haber sido vampirizados.

La histora pareciera inspirada en una vieja película de Bela Lugosi.

Nunca nadie dijo «sí, lo vi yo», todos eran comentarios que llegaban luego de un intrincado recorrido por los más recónditos rincones del barrio. Igual, las ristras de ajo y los crucifijos se convirtieron en decoración habitual en casi todas las casas.

« Ya no pienso en eso / No soy yo / Mi mirada de fantasma / Solo puede decirte adiós»

No se sabe a ciencia cierta si los días de Belek han terminado. Hay quienes sostienen que aún vive (que sería lo más lógico si se tratara de un vampiro). Algo se dijo también de que un buen día cesaron las extrañas apariciones de cadáveres de animales; algunos vecinos tomaron coraje, ingresaron en la casa y encontraron el pequeño cadáver de Belek, lo cual desmentiría su carácter draculiano, toda vez que nunca se mencionó estaca de madera alguna clavada en su corazón.

Sin embargo, si la noche los sorprende por alguna de las calles del barrio al que Dolina denominó «del ángel gris», será bueno que tengan a mano un buen crucifijo. Y la tarjeta SUBE con saldo.

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