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Crónicas al Voleo

El tipo que vendió la Torre Eiffel

El tipo que vendió la Torre Eiffel

Por Germán Tinti

 

Es, probablemente, uno de los monumentos más visitados, admirados y fotografiados del mundo. Más de 7 millones de turistas por año pagan sin chistar los 15 euracos que cuesta entrar a visitarla y subir por escalera sus 300 metros de altura (si querés subir en ascensor tenés que dejar € 25). Es el símbolo indiscutible de París, todos la aman.

Pero no siempre fue así. Al momento de inaugurarse esta mole de más de 7.000 toneladas de hierro buena parte de la población de Francia la rechazaba, lo veían como algo “feo y demasiado grande”. En una carta publicada en el diario francés “Le Temps” el 14 de febrero de 1887, artistas, arquitectos y personalidades de la época cuestionaron la obra argumentando que el gusto, el arte y la historia francesa estaban «bajo amenaza por la construcción, en el corazón de nuestra capital, de la inútil y monstruosa Torre Eiffel. Y durante veinte años, veremos cómo la sombra de esta odiosa columna de hierro atornillado se extiende sobre la ciudad», decían de esta mole que engalanaría la Exposición Universal de 1889. Y es que la idea original era desmontarla luego de dos décadas (algo que, de acuerdo a lo que puede verse, finalmente no ocurrió).

El tipo que vendió la Torre Eiffel

Pero para 1925 la monumental obra del Ingeniero Alexandre Gustave Eiffel no había adquirido aún la unanimidad universal que tiene en la actualidad. Esta situación y la noticia aparecida en la prensa local relacionada con las dificultades que tenía la ciudad para mantener la torre le dieron a Victor Lustig una idea loca, pero no por ello improbable.

No era un principiante el tal Lustig, bautizado al nacer con el nombre de Robert V. Miller. Había nacido un cuarto de siglo atrás en Hostinne, en la actual Chequia, pero que entonces pertenecía al Imperio Austro – Húngaro. Tras haber estudiado en Alemania y Francia se dedicó a estafar a los norteamericanos millonarios que viajaban en trasatlántico a Europa. Se hacía llamar Conde Von Lustig y a bordo jugaba al póquer y al bridge con los nuevos ricos estadounidenses. A veces les ganaba y otras se dejaba ganar. Los invitaba a cenar y a champán, agasajaba a sus mujeres hasta donde lo permitían las buenas maneras y, sólo al final del viaje, cuando se había ganado su confianza, los desplumaba.

La gran guerra lo encontró en Estados Unidos y ante lo poco conveniente de volver al viejo continente se dedicó a realizar desfalcos junto a Nicky Arnstein, un artista vividor y también estafador. Embaucó a bancos de todo el país y llegó a sacarle dinero al mismísimo Al Capone. Siempre salió indemne, a lo sumo pasaba algunas horas en el calabozo y luego era liberado e incluso le pedían disculpas. Capone, a quien le sacó 5 mil dólares con un ingenioso ardid, le recomendó que cuando necesitara algún favor no dudara en contactarlo. Era un tipo sobrio, discreto y encantador.

El tipo que vendió la Torre Eiffel

Terminada la guerra, Lustig volvió a París y en 1925 vio la gran oportunidad. Como se ha dicho eran conocidas las dificultades económicas de la Comuna de París, especialmente para mantener la monumental torre. Ante ello, nuestro estafador dejó su falso título nobiliario de lado y se hizo pasar por el funcionario municipal encargado de vender la Torre Eiffel. Para ello convocó a seis de los más importantes comerciantes de hierro y chatarra de Europa, los alojó en el imponente Hotel Crillón, los paseó en limusina y los invitó a comer al mejor restaurante de la ciudad. Acto seguido fueron a visitar la Torre Eiffel. El anfitrión dio a entender a sus invitados que estaban allí no solamente por un negocio de cientos de miles de Francos, sino que se trataba de un verdadero asunto de Estado, por lo que exigía la máxima discreción. Mientras tanto semblanteaba a sus huéspedes. Decidió que el candidato ideal era André Poisson, un distribuidor de chatarra ambicioso y con algunos antecedentes por ofrecer sobornos para lograr favores oficiales.

Lustig convocó a Poisson a una reunión privada y le explicó que necesitaba dinero para “acelerar los trámites” (guiño – guiño) y sabía que él había incurrido alguna vez en casos similares. En primera instancia Poisson se mostró ofendido, pero luego aceptó “adornar” al supuesto funcionario público a cambio de convertirse en el elegido para quedarse con las siete mil toneladas de chatarra en que se convertiría la Torre Eiffel.

La cuestión es que Poisson le dio a Lustig una maleta con 650.000 Francos de aquel entonces. Inmediatamente el falso funcionario tomó el primer tren a Viena y cuando el empresario empezó a sospechar que había sido estafado, el estafador había puesto mucha tierra de por medio.

Humillado, Poisson no hizo ninguna denuncia. Prefería perder ese dinero a tener que afrontar las consecuencias de su codicia y su candidez. Esto envalentonó a Lustig que, poco tiempo después, intentó repetir el ardid. Volvió a París, seleccionó a otros seis vendedores de chatarra y trató de vender la Torre nuevamente. Esta vez, la víctima elegida acudió a la policía antes de cerrar el trato, pero Lustig logró escapar antes de que pudieran arrestarlo.

Por las dudas puso un océano de por medio esta vez. Volvió a Estados Unidos y se asoció con un químico de Nebraska llamado Tom Shaw, que era experto en fabricar placas para la impresión de billetes falsos. Entre ambos organizaron una red para hacer circular cientos de miles de billetes falsos por todo el país. Lustig supo mantener el perfil bajo y ni sus subordinados tenían contacto directo con él.

El tipo que vendió la Torre Eiffel

Pero la suerte se acaba tarde o temprano. En mayo de 1935, Lustig fue detenido por agentes federales por cargos de falsificación después de una denuncia anónima (después pudo saberse que la delatora había sido su despechada amante). El día antes de su juicio logró escapar de la Cámara Federal de Detención de la ciudad de Nueva York, pero lo atraparon nuevamente un mes después en Pittsburgh. Finalmente se declaró culpable en el juicio y fue condenado a 20 años en la isla de Alcatraz, California, adonde se encontró con un viejo amigo: Al Capone.

El 9 de marzo de 1947, contrajo neumonía y murió dos días después en el Centro Médico Federal para los reclusos en Springfield, Missouri. En su certificado de defunción, en la casilla ocupación, figuraba como “aprendiz de vendedor”.

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