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Cosas Nuestras

El romance de Marcelo y la pelota

Marcelo Farías, su historia deportiva y su vida, contada en primera persona para Cosas Nuestras.

Del archivo de notas de «Cosas Nuestras»

El gran desafío, a la hora de hablar de Marcelo Farías, es intentar hacer una nota distinta, donde el básquet –algo que no podremos obviar por cuestiones lógicas- sea solo una parte de lo que él mismo cuente.

La vida de Marcelo Farías, este porteño de nacimiento, altagraciense por parte de padre y porque acá adoptó el ADN Tajamar, está ligada a la vida misma de la ciudad. Caminó por sus calles, creció en sus barrios, se hizo hombre trabajando en Alta Gracia y llenó de gloria a nuestra querida Patria chica a través del deporte.

En sus épocas de jugador, era el “Flaco”, el de la puntería insuperable y la mano sensible que lo llevó a marcar récords extraordinarios y a representar a nuestro país vistiendo la casaca nacional. Hoy, cuando los años han pasado, sigue paseando su porte elegante por las calles de Alta Gracia donde encuentra un amigo en cada esquina y un café en cada bar.

Se dedica a vivir a pleno su vida, luego de las luces, las canchas y las multitudes. Lo hace también después de haber absorbido el golpe que significó alejarse de todo eso.

En Alta Gracia es Marcelo. Porque a tipos como él, no les hace falta el apellido para que todos sepan de quién se está hablando. Y Marcelo lo sabe, pero hace como que no se da cuenta, movido siempre por la humildad que supo mamar de sus viejos, gente laburante, gente de barrio…

Porteño, de Alta Gracia

Marcelo Farías nació en Capital Federal. O como él dice: “Nací el 23 de marzo de 1941 a las 11:45 de la mañana en el viejo Hospital Argerich, en pleno barrio de La Boca, y viví a 150 metros del estadio en la calle Olavarría 257, en un conventillo a media cuadra de la plaza Solís”. Declarado fanático hincha de Boca, por más que en Buenos Aires haya vivido solo un par de años, Marcelo desde siempre fue un aficionado al deporte.

Su padre era de Alta Gracia, y la familia se trasladó hasta acá a principios de 1943, a vivir en la esquina de Ituzaingó y la Avenida, donde hoy existe un supermercado, en una casona vieja. Hasta que tuvo diez años, cuando se trasladaron a barrio Sur, donde comenzaría su romance con el deporte.

“Nos trasladamos a 25 de mayo casi Mariano Moreno, o sea a media cuadra de Sporting. Como inquietud de todo chico, y teniendo un club tan cerca, me fui acercando. Sporting en ese momento era una casona vieja con una canchita de básquet y otra de bochas, nada más”, cuenta.

Sporting, y el barrio Sur son símbolos de identidad en Alta Gracia; por entonces era un lugar de reunión familiar los sábados, y durante la semana el sitio donde hacer básquet. “En el club empecé entre los 10 o 12 años, sin conocer nada de básquet. Había que acostumbrarse a los horarios y muchas veces saltábamos la tapia para entrar a jugar”. La historia estaba comenzando

De la mano de Moyano

Eran tiempos de oro del básquet local. Cada club tenía varias divisiones, Primera, Reserva, Cuarta y Quinta. Había una Asociación y seis clubes participando. Se jugaba todo el año, con dos campeonato organizados por la Asociación y varios torneos relámpago. Muchísimos jugadores y canchas de cemento para alimentar la pasión. En Sporting, el básquet fue siempre el alma del club. El club, de la mano del logro deportivo de su equipo femenino en los Campeonatos Evita, logró construir el salón de adelante y arreglar sus instalaciones. Fue cuando Ramón “Langosta” Moyano, formó un grupito de chicos que daría mucho qué hablar. Estaban entre otros “Chulón” González, Coco Moreschi, Raúl Fernández, Lito Núñez, José Martínez y, por supuesto, Marcelo Farías. “Con ese grupo empezamos de muy chicos, en una Quinta división;  entrenábamos con las chicas que ya jugaban en la Liga Cordobesa”, recuerda Marcelo, quien agrega una anécdota: “Ramón, de su casa, traía bolsas de mandarinas y nos hacía competir por las mandarinas”.

“Hoy jugás en serio”

Llegó el día en que Moyano encaró a Marcelo y le dijo: “hoy vas a jugar en serio”. “El problema era mío, porque no tenía zapatillas. En esos tiempos, el que tenía unas Pampero era Gardel. Fui a casa con la ilusión que me dijeran que iban a comprar, pero la respuesta fue negativa. No había plata. Aquella tarde volví al club llorando porque no iba a poder jugar. Entonces me encuentra don Perico Moreschi, papá de Coco. Me preguntó que me pasaba y me llevó a su casa, donde seguro había zapatillas de alguno de los chicos. Debuté jugando con zapatillas prestadas. Eso me quedó grabado. Por la familia Moreschi tengo un tremendo aprecio. Fue  mi casa, estaba todos los días”.

Es que la familia Moreschi fue para Marcelo, y para varios más del barrio, su segundo hogar. Don Amadeo y Doña Nuna, que fueron los propietarios de la primera casa del club, tenían un almacén de ramos generales… y muchos hijos, y nietos… gran parte de su niñez Marcelo la pasó en esa casa, donde jugaba e incluso más de una vez lo alimentaron. Ir a tomar el mate cocido a lo de Doña Nuna era algo sagrado.

Ah.. el debut fue contra Central, y al “flaco” le fue muy bien.

Jugar y trabajar

No eran tiempos fáciles para el hogar de los Farías. Había que llevar dinero a la casa, y Marcelo, a los 13 años empezó a trabajar de mensajero en el Sierras Hotel. Con el tiempo, reconoce que ese trabajo, el codearse con tanta gente importante y haber aprendido las obligaciones, lo forjaron como persona en un momento muy especial de su vida. “Era muy difícil que alguien te diera una propina mostrando la plata. Por ahí te la daban a escondidas o te la dejaban en la conserjería “para los chicos”, decían. Te dejaban un sobre y ni sabías que o cuánto había adentro”, cuenta.

“Con 13 años, trabajaba en el Sierras, me pagaban en un sobre, y se lo daba a mi viejo sin saber ni siquiera cuánto me habían pagado. Así era la cosa por aquel entonces”

Básquet y fútbol

Muchos de los jugadores de Sporting, también jugaron al fútbol en Tigre. El mismo Marcelo lució los colores de ese club mucho tiempo. “Me apasionaba el fútbol, jugaba de “cinco” o de “seis”, y de acuerdo a una experiencia vivida siendo más grande, creo que alguna condición tenía. Le pegaba muy bien a la pelota. Eso sí, con una particularidad: yo soy zurdo de piernas, pero soy derecho de manos. Pero jugando al básquet, siempre arrancaba mejor por la izquierda que por la derecha. Era algo natural”.

¿Por qué en Tigre? Porque había directivos cercanos a los dos clubes (Tigre y Sporting), como los Antún, que hacían los contactos. Y porque en definitiva, se trataba de divertirse y hacer deporte.

Crecer en la cancha

Moyano decidió pasar todo ese grupo de chicos directamente a la Primera. Marcelo apenas si tenía 15 años cuando debutó en el equipo mayor. El único que tenía un par de años más era Coco Moreschi. Luego llegó de Colón Berto Turri, que era más grande. Estaba el mismo Moyano jugando, que venía de antes. La historia iba tomando forma. A los pocos meses estaban los cinco en la Selección de Alta Gracia, y a fin de año fueron al Provincial de Punilla, en 1956, en La Falda. Así de meteórica fue la cosa.

No fue mucho el tiempo que jugó Marcelo antes que lo vinieran a buscar, solo un par de años. “Llego a Juniors en 1958. Voy con la Selección cordobesa a jugar el Argentino en Santa Fe, jugando todavía para Sporting. Al regreso me contactó la gente de Juniors”. Pero la historia del pase al albo no tiene desperdicio, y es una postal de cómo se vivían las cosas por aquellos años: “Mi pase fue así: el primer dilema que había que solucionar era convencer a mis padres que me fuera a jugar a Córdoba. Mi viejo era albañil, trabajó mucho tiempo en mantenimiento de la Estancia de Bosque Alegre, que era propiedad de unos ingleses. Mi mamá era de la casa. No entendían nada. Cero cancha, cero deportes, no entendían ni querían saber nada”.

A los Argentinos

Algo similar, y con final feliz, ocurrió a la hora de jugar su primer Argentino: “Cuando me convocaron por primera vez a la Selección de Córdoba, yo todavía trabajaba en el hotel. Había que pedirle permiso a Don Roque Celentano que estaba a cargo. Intervino don Perico Moreschi, que era el sub gerente. Para Celentano, mi actividad deportiva no significaba nada. No la entendía. Vino Adolfo Bertoa, el presidente de la Federación. Recuerdo que Don Roque me dijo: “Usted, con esa pelotita… con esa pelotita…”, y yo con la cabeza gacha, pero me dio permiso. A partir de ahí, ya vio que la cosa venía en serio”.

Pero la  historia no terminó allí: “Luego, lo convencen a mi viejo para poder ir al Argentino en Santa Fe. Conmigo tenía que viajar el Titi Gerbasi, que jugaba en Velez y también estaba en la Selección. Fue el Titi quien me adoptó como si fuera un hijo, y se hizo cargo mío. Lo más cómico fue que cuando entramos a la cancha, el primero que estaba sentado en un tablón de la tribuna era mi padre. Fue la primera vez que iba a verme. ¿Qué hace usted acá?, le dije. Vine a ver de qué se trata, respondió. Al final terminó casi formando parte de la delegación, nos acompañó todo el torneo«.

Una trayectoria enorme

Los números de Marcelo asombran. Jugó en todos los Provinciales mientras estuvo en actividad. Disputó 15 Campeonatos Argentinos con la camiseta cordobesa. En la selección Argentina debutó en 1961 en un Sudamericano que se jugó en Córdoba, junto a figuras como Peralta, Crespi, Bolzico, Varela, el tucumano Zoilo Domínguez, Felipe Fernández y Antonio Tozzi entre otros.

Lució la nacional en innumerables ocasiones dentro y fuera del país durante años y como si fuera poco, logró el increíble récord de haber anotado ¡!82 puntos!! en un partido (y eso que no había triples). Fue en Dean Funes, jugando para Juniors.

“En los entrenamientos, si me decían que había de hacer abdominales, miraba feo, pero era capaz de quedarme horas tirando al aro. Era algo natural, pero que se perfecciona. Me gustaba mirar a otros jugadores, como a Norberto Battilana, que jugaba en Urquiza (por entonces un grande de Buenos Aires)”.

La hora del adiós

Marcelo jugó hasta los 34 años. Oficialmente dejó en 1974, luego de jugar para Córdoba el Argentino en Comodoro Rivadavia. Ya se había ido de Juniors y jugaba en Redes Cordobesas. “Llega un momento que uno hace un click y tenés que darte cuenta que es el momento. Yo lo hice. Cuando vi que a veces la cabeza pensaba y el cuerpo no respondía, tomé la decisión. Si iba a jugar con sacrificio, no estaba dispuesto a hacerlo”, asegura años después.

Pero la cosa no fue sencilla: “Tuve un bajón anímico cuando dejé. Empecé a extrañar el ruido, la cancha, la gente, las oportunidades que te daba la vida después de la cancha… todo eso desapareció. Me refugié mucho en una caña de pescar. La pesca me sacó de un estado anímico complicado. Iba a los diques dos o tres veces por semana, para mí fue una terapia, hasta que me convencí que había que seguir adelante en la vida”.

Hoy Marcelo es un hombre que transita feliz por las calles de la ciudad, sabiendo que porta sobre sus hombros la historia grande de nuestro deporte. Pero no le pesa, al contrario. La luce orgulloso, sabiendo que la gente lo sigue admirando como cuando probaba al aro y siempre acertaba.
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