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El nacimiento de Piazzola

Por Luis Eliseo Altamira

 

Los padres de Astor Piazzolla, inmigrantes italianos provenientes de la región de Puglia, dejaron Mar del Plata rumbo a Nueva York, durante los primeros años de vida del futuro músico. Se radicaron en Little Italy, un barrio de Brooklyn donde, recuerda Piazzolla, “los gangsters pululaban como moscas en el chiquero. Más de una vez, en la peluquería de mi viejo, zumbaban los balazos a granel”.

Astor formaba parte de una pandilla que se dedicaba a tocar timbres, romper vidrios y robar en las tiendas. “Un día nos agarró la policía –continúa Piazzolla- y mi papá casi me mata. Gracias a Dios, se le ocurrió comprarme ese bandoneón que encontró de casualidad en una vidriera. Me salvó la vida. A pesar de que yo no quería saber nada de estudiar música (me parecía cosa de maricones), en cuanto le puse las manos encima a ese bendito fuelle me enamoré perdidamente de él y de la música, y abandoné la barrita brava”.

Astor, haciendo de canillita junto a Carlos Gardel, en «El día que me quieras».

En 1933, a los doce años, comenzó a tomar clases con Bela Wilda, un pianista húngaro discípulo de Serguéi Rachmáninov, que lo introdujo en la música clásica. Fue por entonces que Gardel, llegado a Nueva York para grabar un disco, andaba necesitado de un bandoneonista. Los hermanos Bolognini, dos músicos argentinos que tocaban en la orquesta de la NBC dirigida por Arturo Toscanini, le recomendaron a Piazzollita. Después de escucharlo, Gardel le dijo: “Pibe, tocás el fuelle como los dioses, pero tocando tangos sos un gallego”. Lo que era cierto, ya que, hasta entonces, jamás había tocado un tango. No obstante, Astor interpretaría al canillita que aparece junto al Mudo en la película El día que me quieras.

En una carta imaginaria que Piazzolla le escribió a Gardel en 1978, recordó:

Jamás olvidaré la noche que ofreciste un asado al terminar la filmación de El día que me quieras. Fue un honor para los argentinos y uruguayos que vivían en Nueva York. Recuerdo que Alberto Castellano debía tocar el piano y yo el bandoneón, por supuesto para acompañarte a vos cantando. Tuve la loca suerte de que el piano era tan malo que tuve que tocar yo solo y vos cantaste los temas del filme. ¡Qué noche, Charlie! Allí fue mi bautismo con el tango. Primer tango de mi vida y ¡acompañando a Gardel! Jamás lo olvidaré. Al poco tiempo te fuiste con Le Pera y tus guitarristas a Hollywood. ¿Te acordás que me mandaste dos telegramas para que me uniera a ustedes con mi bandoneón? Era la primavera del ´35 y yo cumplía 14 años. Los viejos no me dieron permiso y el sindicato tampoco. Charlie, ¡me salvé! En vez de tocar el bandoneón estaría tocando el arpa”.

Astor regresó a la Argentina en 1937, con un profundo conocimiento de los tangos de Gobbi y de De Caro. Comenzó a tocar en clubes con diversos grupos, y en la orquesta de Aníbal Troilo, considerado por entonces el mejor bandoneonista y líder orquestal de Buenos Aires. La música que sonaba en su cabeza, empero, no la podía  traspasar al papel, ya que carecía de los conocimientos suficientes. Tenía que volver a estudiar. Y mucho.

Junto a Aníbal Troilo, a su regreso a la Argentina.

En esas estaba, cuando llegó a Buenos Aires Arturo Rubinstein, para dar una serie de conciertos. Cuenta Piazzolla: “Averigüé que se hospedaba en la casa de Victoria Ocampo y, sin pensarlo dos veces, fui y toqué el timbre. Un mayordomo digno de la corte de la reina Victoria abrió la puerta y una vez que le expliqué que era un músico argentino que había escrito un concierto para piano para el señor Rubinstein y que tenía que entregárselo personalmente, me hizo pasar a una antesala y se fue sin decir palabra. Después de una corta espera, apareció Rubinstein ¡en persona! El caso es que me llevó hasta la sala donde estaba el piano y me pidió que le diera la obra. Se sentó y empezó a tocarlo. Me parecía estar soñando. Tocó un poco de cada movimiento, me pidió la partitura de la orquesta, la revisó durante un buen rato y me dijo: ´Muy interesante. Tiene cosas muy interesantes. Usted necesita estudiar y estudiar mucho. Tiene muchas condiciones y sería una lástima que las desperdiciara´ ”.

Jorge Luis Borges, Edmundo Rivero y Astor Piazzola. Fue cuando «el feo» grabó «La Milonga de Don Nicanor Paredes»

Inmediatamente Rubinstein se puso al teléfono con Juan José Castro, el gran director y compositor argentino, que no tomaba alumnos pero que le recomendó hablar con Alberto Ginastera, quien terminó siendo su maestro durante diez años. En 1952 su obra Sinfonietta ganó el premio Favian Sevitsky que otorgaba la embajada francesa en la Argentina, por lo que, al año siguiente, Astor marchó a París a estudiar con Nadia Boulanger (una de las mas grandes docentes de música clásica del siglo XX).

Astor junto a Nadia Boulanger, quien le dio el empujón decisivo para que fuera quien fue.

Cuenta el guitarrista Jorge López Ruiz: “Astor había escrito, por pedido de Nadia, una obra sinfónica que presentó en un concurso para jóvenes compositores, con la que obtuvo el segundo premio. Durante una de las clases, mientras analizaban juntos esta obra, Nadia le preguntó que hacía él en Buenos Aires, qué clase de música tocaba, a lo que Astor contestó (muerto de vergüenza): ´Toco tango`. Nadia le pidió que tocara en el piano algún tango que hubiera compuesto y entonces Astor comenzó a tocar Triunfal. Sin dejarlo terminar, Nadia, tomándolo de las manos, le dijo: “Usted tiene que escribir y tocar esa música, porque en ella está el auténtico Astor Piazzolla; no el que compone sinfonías muy buenas, muy bien escritas, sino éste, que escribe esta música única y bellísima”.

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