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Crónicas al Voleo

El maquinista heroico

¿Quién fue el maquinista Carlos Gallini y por qué se lo recuerda?

Por Germán Tinti

Carlos Gallini tuvo un acto de heroismo que hizo que se lo recuerde y se lo incluya en la historia grande del ferrocarril de nuestro país.

Hubo un tiempo en que los argentinos viajaban en tren. Desde aquel 29 de agosto de 1857 en que la locomotora “La Porteña” recorrió unos 10 kilómetros entre la plaza del Parque (hoy plaza Lavalle, frente al solar donde tres décadas más tarde comenzaría a construirse el Teatro Colón) y la entonces localidad de La Floresta (que hoy es un populoso barrio de la zona oeste de la ciudad de Buenos Aires) la red ferroviaria argentina creció en forma sostenida hasta transformarse en la más extendida de Sudamérica.

Otro detalle: algunas locomotoras tenían nombre propio. Así tenemos, además de “La Porteña”, a “La Argentina”, “La Emperatriz” en nuestro país. Buster Keaton inmortalizó a “The General”, la Unión Soviética creó la “Josif Stalin” y los yanquis aún están orgullosos de sus “Big Boys”.

En las vías del progreso

El ferrocarril ha sido, en la historia –la de Argentina y la mundial– sinónimo de progreso. En nuestro territorio, ciudades y pueblos han nacido y vivido gracias al impulso vital que significaban unas vías atravesando su ejido, vinculando con facilidad, rapidez y eficiencia poblaciones que de otra manera hubieran estado literalmente aisladas.

Hay localidades que recibieron del ferrocarril hasta el nombre, como por ejemplo Wheelwright en la provincia de Santa Fe, comuna bautizada en honor a William Wheelwright, pionero de la actividad ferroviaria en Sudamérica.

También nos legaron infinidad de clubes deportivos en casi todo el país. La lista es larguísima.  Muchos en nuestra ciudad recordarán al Club Atlético Ferroviario que tenía su cancha en Villa Oviedo. En Córdoba Instituto, Talleres y el Córdoba Athletic estaban directamente vinculados a obreros y empleados jerárquicos del Central Córdoba,  Newell’s Old Boys de Rosario, Central Norte de Salta, Central Córdoba de Santiago del Estero, o el de Rosario, Ferrocarril Oeste…

El ferrocarril llevó progreso a distintos rincones del país, y nos trajo la pasión por el fútbol, ese «deporte de ingleses locos» que los criollos pronto aprendieron.

En ese contexto, en épocas en que la actividad ferroviaria impulsaba al país entero, el maquinista era visto como un ejemplo a seguir, los niños querían ser bomberos o conductores de locomotoras. Trabajar en el ferrocarril era sinónimo de estabilidad laboral y prestigio dentro de la clase media.

Terror en las vías

Carlos Gallini era rosarino, en 1921 tenía 38 años y seguramente se consideraba un hombre afortunado. Cuando apenas salía de la adolescencia ingresó a trabajar como empleado ferroviario y desde hacía varios años era maquinista del Ferrocarril Central Argentino y se encontraba a cargo del Rápido Rosario – Retiro, con el que realizaba el trayecto de ida y vuelta los días martes y jueves.

Además de su oficio de maquinista, Carlos Gallini tenía inquietudes sociales. En 1913 había creado una escuela técnica para que los hijos de los trabajadores pudieran acceder a una capacitación cuando no podían aspirar al colegio secundario (por entonces la ley dictada durante la Presidencia de Julio Argentino Roca, aseguraba el acceso a la educación de carácter obligatorio, estatal, laico y gratuito solamente a nivel primario). Con chatarra, madera en desuso y desechos ferroviarios confeccionó el material didáctico. Alternando sus horas de trabajo con su pasión por la enseñanza, también tuvo tiempo de escribir dos obras sobre las cuestiones del riel. “El movimiento Wheelright” y “La locomotora en movimiento”.

La Estación Retiro. De allí partió «La Rosita» en el último viaje del Maquinista Carlos Gallini.

Aquel primer día de marzo del ’21, el viaje entre la estación de Retiro y la de Rosario Norte arrancó puntual. La propia esposa de Gallini había estado, a primera hora de la mañana, lustrando los bronces de “La Rosita”, la locomotora favorita de su marido. A las 18 horas, puntual, partió el convoy desde los andenes de la estación porteña, llevando unos 250 pasajeros, entre los que se contaba la compañía teatral que encabezaba la por entonces exitosísima actriz Lola Membrives.

Había recorrido poco más de 80 kilómetros cuando, en la estación Benavidez, unas chispas ocasionaron un principio de incendio en el furgón de cola, lo que obligó a detener la marcha para apagar el fuego y desprender el vagón afectado. El incidente provocó un retraso de 35 minutos. Hay que decir que hubo una época en que un retraso en el transporte público era casi una afrenta y así lo sentían Gallini y su foguista, Víctor Moles. El gremio ferroviario era famoso por el orgullo puesto en cumplir con sus obligaciones, y la puntualidad era una de ellas.

El heroismo al palo

No obstante el retraso, el viaje continuó con normalidad hasta que pasando Coronel Aguirre, a pocos kilómetros del destino, un caballo invadiendo las vías desencadenó el accidente. El equino provocó que “La Rosita” descarrilara y recorriera aproximadamente 300 metros prácticamente a la deriva. Eran las 23.58 y Carlos Gallini no perdió la sangre fría ni el profesionalismo, fue deteniendo de a poco la máquina. Si hubiera aplicado los frenos a fondo, según la investigación posterior, estaríamos hablando de una de las tragedias ferroviarias más importantes de nuestra historia.

Sin embargo, la pericia de Gallini logró que la máquina, ya con poca velocidad, volcara en una zanja. Entre el pasaje se contaron tan sólo algunos contusos, el foguista Moles resultó ileso. La peor parte se la llevó el maquinista. Carlos Gallini murió con una de las palancas del freno atravesándole el pecho. Como un Jesucristo ferroviario, entregó su vida para salvar a sus pasajeros. De su querida “La Rosita” salió la cruz en la que se inmoló.

Un legado de silencio

Tras su muerte, su escuelita, que él había bautizado “Escuela Técnica de Maquinistas y Foguistas” tomó su nombre. Al parecer no se conservan fotografías del maquinista devenido en héroe.

La vieja estación de Maquinista Gallini, en nuestra provincia, recuerda al heroico rosarino.

En Santo Tomé, provincia de Corrientes, un club deportivo lleva su nombre, teniendo en su escudo una locomotora a modo de homenaje al maquinista heroico.

La foto (tal vez la única que puede conseguirse) de Carlos Gallini preside el salón del club que lleva su nombre en Santo Tomé, Corrientes.

Al norte de nuestra provincia, a pocos kilómetros de la localidad de Obispo Trejo, cerquita de la Laguna Mar Chiquita, una solitaria estación y unas pocas casas con pretensión de poblado recuerda su nombre. Apenas un tinglado y un silencioso andén nos recuerdan que por allí corrieron algunos de los trenes que Carlos Gallini tanto amaba y hoy son la materialización de los versos de David Lebón, aquellos que dicen “yo seré siempre el mendigo en el anden / de un pueblo fantasma donde nunca pasa el tren”.

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