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Crónicas al Voleo

El gran estafador escocés

Por Germán Tinti

El gran estafador escocés. El tipo reunía gente con alguna guita y empezaba su discurso. «Poyais es tan fértil que puede producir tres cosechas de maíz al año» decía. «Su agua es tan pura y refrescante que no hay sed que no pudiera saciar». Agregaba que «pepitas de oro forraban el lecho de sus ríos, mientras que la fruta desbordaba los árboles y los bosques rebosaban de verdor».

Tanto en Glasgow como en Edimburgo, donde siempre está nublado, siempre hace frío y siempre llueve, los
relatos de un paraíso tropical, con sol, buen clima y donde «bajo el sol, y bajo las palmeras, entre ágiles
mulatas suenan los ukeleles» según diría Raúl González Tuñón, entusiasmaban a los posibles inversionistas.
Entre whiskies y pipas de tabaco holandés, los ricachones escoceses soñaban con noches cálidas y playas de
arena fina.

Antigua estirpe de oficiales

El disertante (o más bien, el encantador de serpientes) era Gregor McGregor. Había nacido en Edimburgo
en 1786, pero su infancia y su juventud no están demasiado documentadas. Decía descender de una
antigua familia de oficiales escocesa que habían sido parte del regimiento de los «Black Watch». Su padre,
Daniel MacGregor, antiguo capitán de la East India Company, murió en 1794. Gregor y sus dos hermanas
fueron puestas bajo el control de un curador y educados por su madre, Ann Austin, con ayuda de parientes.
A los 16 años se enroló en la Armada Británica, un año después era promovido a Teniente. Con tesón,
trabajo y sacrificio, logró forjar una gran fortuna. Es indispensable decir que a ese progreso económico
contribuyó el casi insignificante detalle de haberse casado con María Bowater, huérfana y heredera de un
adinerado almirante.

La gesta bolivariana

Hay historiadores que afirman que conoció a Francisco de Miranda en 1806. Otros sostienen que a quien
conoció en la capital británica fue a Simón Bolívar en 1810. Lo cierto es que en 1811 se embarcó con proa
hacia Caracas para unirse a las fuerzas revolucionarias. En las numerosas batallas en las que participó tuvo destacada actuación y se convirtió en un héroe de la independencia del Nueva Granada. Bolívar lo ascendió a General de División y lo condecoró con la Orden de los Libertadores. También le ordenó trasladar la revolución a la península de Florida, por entonces bajo dominio español. Con 150 hombres tomó la Isla Amelia y proclamó la República de Las Floridas, que existió del 29 de junio hasta el 23 de diciembre de 1917.

Los piratas del 19

Después de la etapa heroica su carrera derivó hacia la piratería. En 1819 tomó, al mando de unos 300
irlandeses, Riohacha, en el litoral caribeño de Colombia, sus hombres saquearon la localidad. Poco después

lo intentó con Santa Marta pero fracasó y esta vez la tropa robó un buque y se fugó. Entonces McGregor
juntó 250 mercenarios y siguió intentando tomar puertos sin mayor éxito.
Entonces, Gregor conoció al delegado del protectorado británico de Mosquitia, John Frederico Augustus II,
y consiguió que le cediera unos 120 mil kilómetros cuadrados de tierra en la costa del caribe de Nicaragua,
territorio habitado por el pueblo de los Poyais. Fue entonces que al escocés se le encendió la lamparita y se
volvió para las highlands.

Un paraíso imaginario

Allí comenzó a vender tierras en el fabuloso principado de Poyais, un país ideal. Tan ideal que no existía,
pero aquellos escoceses ansiosos de sol y daikiris (aunque la existencia de ese trago en aquella época no
está debidamente probada).

Su verba florida y sus modales encantadores, provenía de una familia de rancio linaje en la nobleza
escocesa, descendiente directo de Rob Roy (héroe casi mitológico escocés que fue interpretado por Liam
Neeson), así que nadie dudó de sus palabras. Por lo demás, en las islas nadie sabía casi nada de lo que
pasaba mucho más allá del meridiano de Greengwich.

Algunos historiadores también consignan que McGregor distribuyó algunos generosos sobornos para que
se le abrieran varias puertas. Así, uno de sus principales colaboradores, John Richardson, un viejo amigo de
los tiempos de la guerra de independencia, fue recibido por el rey Jorge IV y el propio MacGregor fue
nombrado como Sir Gregor para promover las relaciones entre ambos países.
Es que estamos en 1820 y promediaba la primera revolución industrial. El Reino Unido necesitaba nuevos
horizontes para expandir su comercio y un principado en el que el lecho de los ríos está forrado en oro es
un interesante potencial cliente.

Sueños colonialistas

Sus historias, como ya se dijo, cayeron muy bien en su tierra natal. Es que a diferencia de los ingleses, ellos
apenas tenían una colonia en Panamá llamada Nueva Caledonia (que nada tiene que ver con la isla del
mismo nombre en el Pacífico, que es colonia Francesa). Escocia llegaba tarde y mal a la carrera colonialista.
Hizo un negoción. Vendió cientos de licencias parar establecerse en Poyais a ambiciosos, entusiastas y
crédulos inversores. El primer barco llegó al caribe a fines de 1822 y los viajeros empezaron a sospechar
que algo no andaba del todo bien cuando notaron que el puerto en el que debían atracar simplemente no
existía. Enfrente tenían una selva cerrada e inhóspita, pero la cosa se puso fulera cuando empezó la
temporada de lluvias y llegaron los amos del lugar: los mosquitos.

Esos odiosos bichos transmitían fiebre amarilla y malaria (entonces nadie hablaba de zica y chikungunya). Y
todavía faltaban unos 120 años para que se descubriera la vacuna de la primera, y unos 200 para la
segunda. Muchos colonos murieron y los sobrevivientes fueron evacuados por una expedición en abril de
1823, mientras que la marina inglesa detuvo otros barcos de emigrantes. Los primeros colonos
decepcionados regresaron en otoño de 1823 al Reino Unido. En 1824 la naciente República de Colombia
declaró por decreto que no existía el Principado de Poyais. A McGregor mucho no le importó, había
recaudado casi dos millones de dólares de la época, que a guita de hoy serían unos 3.600 millones.

Pero por las dudas se trasladó a París, donde estafó a nuevos colonos y cuando consideró que las aguas se
habían calmado al otro lado del canal de la Mancha, volvió a Londres, pero fue detenido apenas bajó del
barco. Sin embargo, los contactos políticos le permitieron salir rápido y volvió a Edimburgo en busca de
nuevos incautos, pero sin gran éxito.
En 1838, luego de patinarse su fortuna, volvió a Venezuela, donde recuperó su título (y salario) militar y
obtuvo la nacionalidad. Murió en 1845 y, aunque era protestante, fue sepultado con honores en la catedral
de Caracas.

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