Por Germán Tinti (especial para Crónicas al Voleo)
En estos tiempos en que los tanques rusos avanzan sobre suelo ucraniano en el intento de hacer realidad el delirio imperialista de Vladimir Putin, a más de uno se le vino a la cabeza aquello de la «Guerra Fría». El conflicto político, económico, social, ideológico, militar e informativo iniciado tras finalizar la Segunda Guerra Mundial entre el bloque Occidental (occidental-capitalista), liderado por los Estados Unidos; y el bloque del Este (oriental-comunista), liderado por la Unión Soviética.
Fue aquella la época de oro de los espías, que luego del conflicto inspiró a novelistas geniales como John Le Carré (que con su nombre de pila –David John Moore Cornwell– perteneció al cuerpo diplomático británico); Ian Fleming (el exoficial de inteligencia británico creador del universal James Bond); Frederick Forsyth (autor de clásicos como «El día del Chacal» y «Archivo Odessa»); e inclusive el inolvidable Osvaldo Soriano, autor de «El ojo de la Patria», la novela en la que Julio Carré, un espía argentino abandonado a su suerte luego de la caída del muro de Berlín recibe la misión de rescatar el cuerpo de uno de los máximos próceres de la Argentina de un oscuro laboratorio austríaco y trasladarlo, en un delirante viaje, a París para entregarlo a las autoridades nacionales.
Un personaje de película
Pero hubo un personaje, que no era de ficción sino bien real, que fue musa inspiradora de todos aquellos que se abocaron a escribir novelas de espías. En cada libro en el que un espía lleva información clasificada desde Londres a Berlín durante la Segunda Guerra; o de Washington a Moscú en plena guerra fría, o cualquier trayecto similar, ya sea de Este a Oeste o vicerversa.
Estamos hablando de Edward Arnold Chapman, conocido como Eddie, un tahúr nacido en 1914 en Burnopfield, un pequeño poblado cercano a Newcastle, en el noreste de Inglaterra. En su juventud perteneció a los Coldstream Guards, un regimiento dedicado a proteger las residencias oficiales del monarca británico tales como el Palacio de Buckingham y edificios emblemáticos como la Torre de Londres.
A mediados de la década de 1930 desertó del regimiento y se especializó en cajas fuertes, fundamentalmente a abrirlas sin el conocimiento –y mucho menos el consentimiento– de sus dueños. Trabajó para pandillas que operaban en West End, el distinguido distrito londinense que agrupa galerías de arte, museos, sede de compañías multinacionales, embajadas, edificios gubernamentales y hoteles de alta categoría.
Ladrón y seductor
Era tan bueno abriendo cajas fuertes como mal delincuente, lo que le valió numerosos ingresos en las cárceles de Scotland Yard. Como actividad paralela se dedicaba a explotar su buena presencia para seducir damas de la alta sociedad y luego chantajearlas con fotos indecorosas que tomaba un cómplice.
Eddie fue arrestado en Edimburgo después de reventar la caja fuerte de una cooperativa escocesa. Liberado bajo fianza, huyó a la isla de Jersey, uno de los territorios británicos frente a las costas francesas. Allí continuó con su carrera delictiva y seduciendo damas.
Justamente se encontraba cenando con su amante, Betty Farmer, en el restaurante del lujoso Hotel du Plage. En medio de un ambiente bucólico iluminado con velas en las mesas y musicalizado por un pianista que ejecutaba discretas y agradables melodías, cuando observó que algunos policías de civil le mostraban su fotografía al maitre del local.
Fuga espectacular
La siguiente, según las crónicas, es una escena digna de las mejores producciones de Hollywood. Eddie Chapman besó a su acompañante, le dijo que la amaría por siempre, y huyó del lugar atravesando el vidrio de un gran ventanal que daba a la playa.
Pero el romántico y espectacular escape duró tan solo un centenar de metros sobre la arena. La policía lo atrapó y fue juzgado. Obtuvo dos años en Jersey y ocho años más en Londres. A esa altura del partido era uno de los delincuentes más buscados de Inglaterra y su futuro inmediato era un buen rato a la sombra.
Pero todo esto ocurrió en la primavera de 1939 y las circunstancias que todos conocemos llegarían en ayuda de Eddie. Cuando los nazis invadieron Francia meses después (y las islas británicas del canal), encontraron a Chapman en una celda junto a su amigo Anthony Faramus, otro miembro de su banda. Chapman aseguró a los soldados alemanes estar harto del Gobierno de Londres, al que aseguraba odiar, y listo para trabajar como informante del Tercer Reich.
De ladrón a espía
El argumento funcionó y la Gestapo lo envió a La Bretonnièr, cerca de Nantes, para recibir el entrenamiento como espía bajo la supervisión de Stephan von Grönning, un aristócrata alemán con quien forjó una amistad que se extendió más allá de la guerra. En ese campo de entrenamiento recibió su alias alemán: Fritzen.
En diciembre de 1942 le encomendaron su primera misión. Fue enviado a Inglaterra con el objetivo de hacer volar la fábrica de aviones De Havilland. En la madrugada del miércoles 16 se lanzó en paracaídas desde un caza Focke Wulf en las cercanías de Cambridge. Pero en lugar de dirigirse a la fábrica, Eddie se entregó a la policía local. Comprobada la veracidad de sus dichos por parte del MI6, se simuló el atentado y los alemanes mordieron el anzuelo.
Chapman regresó a Alemania vía Lisboa y fue recibido con honores. En un pomposo acto recibió una condecoración de manos del propio Führer. Para esa ocasión Eddie había propuesto aprovechar la oportunidad para matar a Hitler, pero el MI6 desechó la posibilidad.
Héroe nacional
En un informe enviado por un oficial de inteligencia se afirma que «los alemanes llegaron a amar a Chapman… pero aunque él hizo todas las formas cínicamente, no fue recíproco. Chapman se amaba a sí mismo, amaba la aventura y a su país, probablemente en ese orden».
Eddie fue enviado nuevamente a Inglaterra, desde donde continuó remitiendo a Alemania informes falsos que hicieron fracasar numerosos ataques de la Luftwaffe. lo que permitió a las fuerzas aliadas implementar el desembarco de Normandía sufriendo muchos menos bombardeos de los que hubiera podido recibir sin la colaboración de quien ya había sido bautizado por el servicio secreto inglés como «agente Zigzag».
Finalizada la guerra, Eddie Chapman se retiró del servicio secreto con rango de héroe nacional. Además de una suculenta jubilación de 6 mil Libras Esterlinas pudo quedarse con la guita que le habían dado los nazis. Después de unos años de dedicarse a la vida loca, Eddie se retiró con su esposa a una granja en Shenley, en las afueras de Londres. Allí vivió bucólicamente hasta fallecer el 20 de diciembre de 1997, a los 83 años.