Por Germán Tinti (especial para Crónicas al Voleo)
El batallón y la paloma. Argonne es una región de bosques y estanques ubicada al noroeste de Francia, a mitad de camino entre Reims y la frontera con Alemania. Fue escenario de numerosas y cruentas batallas entre las fuerzas aliadas y las tropas alemanas durante toda la Primera Guerra Mundial.
A principios de octubre de 1918 llegó a esa región la 77ª División de Infantería del Ejército de Estados Unidos, con el mayor Charles White Whittlesey al mando de unos 550 hombres. Se suponía que su flanco derecho estaría cubierto por tropas francesas y el derecho por dos unidades norteamericanas.

Pero ocurriría algo que Whittlesey no había previsto y no hubiera deseado ni en sus peores pesadillas. El respaldo francés no llegó a tiempo (¿será posible que siempre lleguen segundos?) y la 77ª División quedó aislada y rodeada de tropas enemigas. A los norteamericanos se les vino la noche en la boscosa Argonne.
Se vino la noche para el 77
Las cosas no podían ponerse peor. Los alimentos empezaron a escasear y para conseguir agua había que arrastrarse bajo fuego hostil hasta llegar a un arroyo. Como si esto fuera poco, las municiones comenzaban a acabarse. Las bajas se incrementaban hora tras hora y los cadáveres de los caídos comenzaban a dar mal olor.
El enfrentamiento fue desigual y cruel. Los alemanes bombardearon prolijamente las posiciones de los norteamericanos que rápidamente perdieron casi todo tipo de comunicación con sus aliados. Los mensajeros de la División (lo que por estos pagos se conoce como «chasqui»), nunca volvían cuando salían a tratar de cumplir con una misión. Algunos caían por la metralla enemiga, otros eran tomados prisioneros y se sospecha que algunos desertaron. Para colmo, el 77 también debió soportar fuego amigo, porque sus aliados desconocían su ubicación exacta y muchas de sus bombas caían en las trincheras americanas.
Esperanza con plumas
A esta altura es necesario recordar que la primera emisión de radio en el mundo había ocurrido en 1906 y que si bien las telecomunicaciones avanzaron notablemente durante la guerra, todavía los medios y las posibilidades eran muy rudimentarias y en general necesitaban cables para establecerse, lo cual era prácticamente imposible para un batallón que estaba aislado y rodeado por el enemigo. Como hemos escuchado en decenas de películas, el 77 tenía «las líneas cortadas».

La última alternativa era la más antigua: palomas mensajeras. Existen registros de que ya en el siglo VI a. C. el Emperador Ciro II de Persia utilizaba las aves para comunicarse con los diferentes puntos de sus dominios y con sus súbditos. Así se comunicaban Ciro y los Persas. Desde entonces las palomas fueron vitales para la intercomunicación en conflictos bélicos.
Tanto el ejército francés como el estadounidense contaban con este recurso. Los americanos poseían aves entrenadas por colombófilos norteamericanos y donadas por los aficionados a las palomas para que la utilizara el Cuerpo de Comunicaciones del Ejército de Estados Unidos en Francia.
En un postrer y desesperado recurso, el mayor Whittlesey apeló a las palomas para alertar al puesto de mando como un último y desesperado recurso. Escribió varios mensajes solicitando ayuda, pero no llegaron a su destino. Las aves fueron abatidas por los alemanes una tras otra. El último plumífero en la última jaula fue, entonces, también la última esperanza de los soldados.

La última esperanza
Cher Ami, cuyo nombre en francés significa «querido amigo», recibió en el anillo de su pata lo que más que un pedido de ayuda era prácticamente un ruego desesperado. «Estamos junto a la carretera paralelo 276,4. Nuestra propia artillería está lanzando un bombardeo directamente sobre nosotros. ¡Por el amor de Dios, deténganlo!».
Los primeros aleteos de Cher Ami se confundieron con las plegarias de los soldados. Levantaba vuelo la última esperanza de un grupo de desesperados. Cuando se fue acercando a las trincheras alemanas comenzó un multitudinario concurso de «tiro al pichón». Decenas de rifles le dispararon a la paloma que volaba recto a su destino.
Lo que todos temían que ocurriera terminó ocurriendo: una bala alcanzó a Cher Ami que fue perdiendo altura hasta llegar al piso, se desorientó por algunos minutos pero finalmente volvió a levantar vuelo y terminó de recorrer los 32 kilómetros que la separaban de su palomar. Para los hombres de Whittlesey fueron los 25 minutos más largos de la historia.
Heridas de guerra
El veterinario del destacamento comprobó que Cher Ami había recibido un disparo en el pecho, perdido un ojo, estaba cubierta de sangre y tenía una pata colgando tan solo por un tendón. No obstante el desesperado mensaje fue recibido. El bombardeo de los propios se detuvo y se generó un contraataque que obligó a los alemanes a retirarse. Casi dos meses después la Primera Guerra Mundial llegaría a su fin, con la victoria total de los Aliados.
El saldo de las acciones de Argonne fue desastroso, y podría haber sido peor. De más de medio millar de efectivos, solamente 194 regresaron. Casi 200 murieron en acción y 150 fueron declarados desaparecidos en acción o fueron tomados como prisioneros.

Medallas y consecuencias
El mayor Charles White Whittlesey, junto con varios otros oficiales, recibió la Medalla de Honor por sus valientes acciones. Otros treinta soldados fueron condecorados con la Cruz por Servicio Distinguido. Whittlesey también fue reconocido siendo uno de los portadores del féretro en la ceremonia de inhumación de los restos del Soldado Desconocido. Por su parte, Cher Ami fue curada y adoptada como la mascota del destacamento. Finalizada la conflagración, recibió la Cruz de Guerra por su servicio heroico.
No tuvo un buen final el mayor Whittlesey que en 1921 desapareció en un barco en un acto que fue considerado como un suicidio. No menos traumático fueron los últimos meses de Cher Ami, que murió Fort Monmouth, Nueva Jersey, en junio de 1919, a causa de las heridas que recibió en combate.
Fue incluida en el Salón de la Fama de Palomas Mensajeras (porque los yanquis tienen salones de la fama para absolutamente todo) en 1931. También recibió una medalla de oro de Organized Bodies of American Racing Pigeon Fanciers en reconocimiento a su extraordinario servicio durante la Primera Guerra Mundial. Su cuerpo embalsamado se exhibe en el Instituto Smithsoniano de Washington.

