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Editorial

Cuando las comparaciones son peligrosas

Desde distintos ámbitos se viene haciendo hincapié en crear un vínculo directo entre el enfrentamiento Villar vs. Brunengo con la continuidad del sistema democrático. Si bien se puede ingresar en la discusión sobre el tema de la libertad de expresión, vincular este problema a la última dictadura, señalar el diferendo haciendo mención directa a los desaparecidos y a las atrocidades cometidas durante los años de plomo es, sinceramente, un verdadero disparate, un peligroso juego de mezclar la biblia junto al calefón, y significa llevar una contienda de entrecasa a un terreno embarrado del cual es muy difícil luego salir limpio.

Como periodistas, somos y seremos los principales defensores de la libertad de expresión. Debe ser bandera mientras esta libertad no ataque los derechos de los demás; y si ello ocurrierac o alguien viera lesionados sus derechos, será la Justicia la que deba dirimir sobre el caso. Y aquí surge a borbotones la gran diferencia entre este enfrentamiento y aquellos hechos con los que se pretende vincularlo. Acá entra a jugar la Justicia, algo impensado en esos tiempos dictatoriales en los que los gobernantes eran jueces, parte y verdugos de quienes opinaban en contra suyo. Perder de vista esta realidad sería cometer un error, a sabiendas que se lo está cometiendo.

¿Puede un funcionario, llámese Villar, Pérez o García, sentirse lesionado por los dichos de otra persona? Si, claro que puede. ¿Puede un funcionario, llámese Brunengo, González o Romero expresar lo que piensa? Si, claro que puede. Y para ello está la Justicia, para discernir sobre el caso. Sucede que en este país, desde hace tiempo estamos acostumbrándonos a enjuiciar y castigar o redimir a través del hábil manejo de la opinión pública, sin aguardar que actúen los estamentos que deben hacerlo. Entonces, como sociedad encontramos culpables o inocentes antes de que hayan pruebas, solo porque se crea el manto de sospechas sobre alguien o simplemente porque “lo dice todo el mundo, entonces así debe ser”.

¿Qué la Justicia no es creíble? Si vamos a ponernos a pensar en la falta de credibilidad de las instituciones, entonces aquellos que defienden derechos estarían escupiendo para arriba. En las instituciones o creemos, o no creemos. Así de simple. Y la vida democrática se nutre del fortalecimiento de sus instituciones, por más mala memoria que tengan algunos y califiquen a la Justicia según le gusten o no los fallos que emita.

El conflicto entre Villar y Brunengo sería de necios no reconocer que tiene un trasfondo político; pero de ahí a crear un vínculo directo con la continuidad democrática, y relacionarlo con las atrocidades cometidas por la última dictadura hay un trecho muy grande, demasiado grande como para que aquellos que relacionan los hechos no lo conozcan.

nakasone