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Editorial

Buen viaje, querido Enrique Martín

A los 89 años, falleció ayer Enrique Martín. Mucho más que un amigo de la infancia del Che.
Por Juan Carlos Gamero

Ayer, cuando promediaba la siesta, nos dejó Enrique Martín. Amigo de la infancia del Che Guevara, de los tiempos en que era simplemente Ernestito. Tenía 89 años.

Una de las tradicionales fotos de la infancia de Ernesto Guevara es aquella que lo muestra junto a su barrita de amigos en uno de los sectores de la cancha del golf de nuestra ciudad (en esos momentos casi el patio de su casa). Allí, en esa fotografía, en primera línea y con un palo de golf en la mano, está Enrique Martín.

Tomándole prestadas algunas líneas al periodista y amigo Horacio López Das Eiras de su libro «Rey de los Caminos», compartimos la historia de aquella fotografía que -dicho sea de paso- abre esta nota.

La historia la cuenta el propio Enrique:

«Ahí aparecemos varios con palos y pelotitas porque terminábamos de jugar al que embocaba en la mayor cantidad de hoyos. Don Guevara solía darle unos pesos de premio al ganador; que generalmente eran sus hijos, porque durante los veranos se la pasaban jugando todo el día y eran más hábiles que nosotros».

Enrique (de chaleco gris), al lado de Calica Ferrer, durante la histórica visita de Fidel Castro a nuestra ciudad.
Enrique, de entrecasa

Más de una vez los vecinos de Alta Gracia tuvimos la chance de escuchar de su propia voz puñados de anécdotas de aquellos tiempos de niñez; retazos de historia junto a quien fuera más tarde un ícono de la política mundial. Pero Enrique fue mucho más que un amigo del «Che». Enrique fue padre, fue abuelo, esposo, vecino amable, respetuoso. Fue una persona muy querida y respetada que terminó convirtiéndose en parte del paisaje urbano del barrio Gallego, don de vivió gran parte de su vida.

De entrecasa. Con su sonrisa de siempre, junto a Mónica su hija. Enrique fue una persona digna de ser conocida, respetuosa, respetada y amable.

Ayer nos dejó Enrique Martín y con él parte un pedazo grande de la historia de esta ciudad. De la historia de barrio, de aquellas pequeñas piezas que con el tiempo van encajando unas con otras como en un rompecabezas para conformar la historia grande de un pueblo.

Suena cursi, y seguramente no seré el único que lo diga. Pero seguramente ya por estas horas estará abrazándose con «el Ernesto«, con Ariel Vidosa y con tantos otros con quienes compartió niñez, amistad, juegos y sueños. En algún lugar estará ocurriendo; ahora, ya mismo ese encuentro. ¿Será tal vez en un barco, de esos que tanto le apasionaban a Enrique? ¿Por qué no?

Que en paz descanses, querido Enrique.

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