Por Germán Tinti (especial para Crónicas al Voleo)
Faenza es una pequeña ciudad a mitad de camino entre Bolonia y la República de San Marino, en medio de la Emilia-Romana, famosa por sus cerámicas de loza fina que comenzaron a fabricarse en la ciudad en el siglo XII.
Aquí nació la cantante Laura Pausini y fue la sede del equipo de Fórmula 1 Toro – Rosso. Sucesor de la gloriosa escudería Minardi en la que se destacaron figuras como Andrea de Cesaris, Alessandro Nannini y Michele Alboretto.
Pero, probablemente, la figura más destacada que nació en esta bucólica villa, de la que se tienen datos desde el siglo I de nuestra, era sea Bruno Neri. Perteneciente a una familia de clase media baja, Neri había nacido en 1910 y cursó estudios en el Instituto Agrícola de Imola, pero de adolescente ya se destacó en el fútbol.
Fútbol y artes
Sus comienzos deportivos fueron defendiendo la casaca albiceleste del equipo de su ciudad, el Faenza Calcio, como marcador de punta primero y mediocampista después. En 1929 su pase fue adquirido por la Fiorentina, la escuadra viola que había sido fundada tres años antes y que por entonces militaba en la segunda división. Las diez mil Liras que recibió por su transferencia pentuplicaban los ingresos de un obrero en un año.
Ya instalado en la ciudad cuna del Renacimiento y afuera del campo de juego, Neri demostró también gran interés por el arte y la poesía, participando a menudo de encuentros culturales con escritores, poetas y actores, además de asistir a exposiciones y museos.
Un monstruo grande que pisa fuerte
Para aquella época, en Italia ya cortaba el bacalao un tal Benito Amilcare Andrea Mussolini. Líder del Partido Nacional Facista, el Duce ya ocupaba una banca como Diputado del Reino de Italia y se desempeñaba también como Presidente del Consejo de Ministros.
La «Fiore», producto de la fusión entre el Palestra Ginnastica Libertas y el Club Sportivo Firenze, era presidida por su fundador, el marqués Luigi Ridolfi Vay da Verrazzano, un empresario petrolero que estaba afiliado al partido fascista. Por eso, cuando se inauguró el estadio actualmente conocido como Artemio Franchi lo bautizaron con el nombre del político facista Giovanni Berta, muerto en un enfrentamiento con militantes comunistas.
En el partido inaugural, disputado el 13 de septiembre de 1931 frente al equipo austríaco Admira Vienna, el equipo saludó al público y las autoridades haciendo el reconocido saludo facista. Solamente uno de los jugadores se mantuvo con ambos brazos en descanso: Bruno Neri.
La Azzurra y la militancia
Del club donde décadas después brillarían Passarella, Batistuta y el «Cocayo» Dertycia, Neri pasó al Lucchese, equipo que en la década de 1930 estaba entre los que peleaban los puestos de privilegio en la división superior. Sus buenos desempeños le valieron una convocatoria al seleccionado nacional, en el que jugó tres partidos, y una transferencia al Torino, en donde jugaría hasta el final de su carrera en 1940, pocos meses antes de que Italia entrara oficialmente en la Segunda Guerra como miembro del Eje.
Como ya se dijo, Bruno Neri tenía, además del fútbol, otros intereses. Por eso aprovechó su estadía en Florencia para vincularse con círculos intelectuales y de izquierda de la ciudad. A instancias de su primo Virgilio comenzó a concurrir a reuniones antifacistas.
La hora de las armas
«Tras dejar el fútbol, el exfutbolista entró en la Organización de Resistencia, la ORI. Dejó Milán, donde había montado un negocio, y regresó a Faenza –explica el periodista Miguel Ángel Lara desde Marca–. Un día supo que los alemanes le buscaban. Le habían descubierto. Buscó al utillero del equipo de su pueblo, le regaló sus botas y se echó al monte. Su misión, estrechamente ligada a la Office of Strategic Service americana, con la que entró en contacto en Sicilia en los días del desembarco aliado, y el Comité de Liberación Nacional, se desarrolló en el Batallón Ravenna, encargado de estudiar operaciones de sabotaje en la Línea Gótica. La creada por el mariscal alemán Albert Kesselring para frenar el avance aliado en los Apeninos».
Para la acción bélica, Bruno adoptó el nombre «Berni». La misión del Escuadrón Rávena , que dirigía junto al exbasquetbolista Vittorio Bellenghi, consistía en tratar de rescatar paracaidistas aliados que hubieran caído detrás de las líneas enemigas.
El 10 de julio de 1944, el escuadrón comandado por Neri y Bellenghi patrullaba los alrededores de la ermita Gamogna, en medio de las colinas de la Emilia-Romana, cuando fueron sorprendidos por un comando nazi. Poco era lo que podían hacer los partisanos a campo abierto, enfrentando a los soldados alemanes parapetados entre los muros del milenario edificio. Tras un breve pero intenso intercambio de disparos, tanto Neri como Bellenghi fueron alcanzados por las balas enemigas.
Otro héroe (casi) anónimo
Una placa fijada en los gruesos muros de la ermita recuerda el hecho y a sus protagonistas: «Entre estas piedras antiguas, el 10 de julio de 1944, los comandantes Bruno Neri y Vittorio Bellenghi murieron sufriendo la brutal ira nazi».
En su casa natal, en el 22 del corso Giuseppe Garibaldi de Faenza, también recuerda al futbolista – partisano con estas palabras: «Aquí nació Bruno Neri, comandante partisano caído en combate en Gamogna el 10 de julio de 1944. Tras sobresalir como atleta de primer nivel, destacó en la acción clandestina, primero, y en la guerra de guerrillas, después, erigiéndose en un gran ejemplo para las futuras generaciones». En los bajos del edificio hoy funciona una panadería.
Bruno Neri tenía 33 años cuando peleó su última batalla. Habían pasado poco menos de 13 años desde aquel temprano acto de rebeldía contra el fascismo en la inauguración del estadio de la Fiorentina, «un hombre –según lo escrito por Arnau Segura en Panenka– que decidió no hincar la rodilla ante la negra bota del fascismo. Que optó por plantar cara, por defender sus ideales hasta las últimas consecuencias. Hasta que la muerte le encontró aquel frío 10 de julio de 1944. Las balas nazis asesinaron al futbolista partisano, pero convirtieron a Bruno Neri en una leyenda eterna e inmortal, en uno de aquellos miles de héroes anónimos que perdieron el miedo a pelear por un futuro mejor».