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¡Brilla tú, Pantera Rosa!

Por Luis Eliseo Altamira

Blake Edwards quería ilustrar los créditos iniciales y finales de su película La Pantera Rosa (un legendario diamante y, a la vez, el apodo de un ladrón de guante blanco que había logrado sustraerlo (personificado por un tal David Niven, no sé si lo registran)). Por lo que decidió recurrir a los servicios de Friz Freleng, animador – creador de Bugs Bunny, el gato Silvestre y Sam Bigotes, entre otros. Tenía que ser una pantera (rosa), que no hablara, que fuera elegante, graciosa…

Un buen día Freleng se cayó con 100, 150 versiones de la Pantera y Edwards la distinguió en el acto. “That´s the guy!”, exclamó, con el rostro iluminado. Se le había aparecido a Hayley Pratt, uno de los dibujantes de Freleng, sentada, plácida, ufana, fumando en boquilla. “¿Así que soy yo?”, pensó la Pantera. Y acto seguido, sin perder la compostura, se sacó la boquilla, le dio un par de golpecitos para hacer caer la ceniza y de alguno de esos bolsillos que nunca se le ven extrajo un monóculo que se calzó frente al ojo derecho.

Al finalizar los créditos iniciales, el público presente en la premiere rugió de admiración. El comentario general de la prensa (y, años después, de la gente que concurría a ver las películas de la saga al cine Monumental Sierras) era que la animación superaba por lejos a la película. De las pantallas de los cines a la tapa de la revista Time hubo un trecho inversamente proporcional al del dicho al hecho, y la United Artists le encargó a Freleng la realización de 92 cortos, que al culminar el año 1963 eran 120.

Acá en Argentina, y en Córdoba, los que por entonces éramos niños tuvimos que contentarnos con verla en las presentaciones y cierres de La Pantera Rosa y las pelis que le sucedieron: El regreso de la Pantera Rosa, La Pantera Rosa ataca de nuevo, y otras. Ahora me entero que los norteamericanos se dieron el gustazo de despacharse los sábados por la mañana, entre 1969 y 1971, con The Pink Panther Show, emitido por la NBC.

Un tarde de 1972, 1973, vi a la Pantera Rosa en el televisor de mi casa (no podía creer lo que veían mis ojos). La estaban pasando, creo, en canal 10. El comentario encantado no tardaría en aparecer en boca de mis compañeros de secundaria. No diré su color rosa – ya que por entonces la tele era en blanco y negro -, pero nos llamaba la atención su antropomorfismo longilíneo, su manera elegante, despreocupada de caminar; la melodía tersa, sensual de ese saxo no carente de vigor, que parece expresar el sensacional espíritu con que el Pink (porque es varón, que duda cabe) vive lo que le toca en suerte.

Veamos. La Pantera llega a la playa Bíceps con una valija, en el momento en que un físico culturista saca músculos ante un grupo de chicas encantadas. De la valija extrae una remera de mangas largas, de la que pende un cordel. Se la pone, tira del cordel y la remera se infla, dándole la forma musculosa que al otro le costó años de gimnasio.

Otra. La Pantera va caminando muerta de frío. De repente se detiene frente a la ventana de la casa de un mago y se queda mirando el fuego que arde en el hogar. Cuando el mago se va, ingresa a la casa y se ubica de espaldas a las llamas, calentándose. De repente el hogar se empequeñece hasta desaparecer… La Pantera, entonces,  se sienta en un sillón a mirar televisión. En la pantalla vemos a un ladrón que llama desde un teléfono público. El teléfono de la casa del mago suena. La Pantera lo atiende, el ladrón del televisor dispara al micrófono de su tubo y el balazo sale por el auricular del tubo de nuestra amiga (amigo). El ladrón es, en realidad, el conejo del mago, que ingresa a la casa a través del televisor, le da un beso en la boca a la Pantera (¡smuac!) y huye.

¡Que viva la imaginación!

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