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Crónicas al Voleo

Barba Azul, el amor letal

Barba Azul, el amor letal
Por Germán Tinti (especial para Crónicas al Voleo)

Cuando a los que tenemos algunos años, varias canas y entradas pronunciadas en la zona capilar de nuestra cabeza nos nombran a Landrú, nuestro pensamiento viaja directamente a la entrañable revista Tía Vicenta y sus desopilantes viñetas de ácida pero distinguida crítica social y política. Si hasta tuvimos, en la gaveta del combinado, el vinilo de Música para G.C.U.; una selección de canciones que mezclaba a Johnny Hallyday, The Spencer Davis Group, Paul Mauriat, Mia y Los Brincos, entre otros. Y es que el padre de la criatura, el dibujante y escritor Juan Carlos Colombres, popularmente conocido como Landrú, hizo de la expresión «Gente como uno» (en los sesentas era lo que hoy conocemos como «chetos») uno de sus más famosos caballitos de batalla.

Bueno, este es el Landrú bueno, el nuestro. Y a pesar de la nostálgica introducción, no vamos a hablar de él. Vamos a ocuparnos de Henri Désiré Landru, el «Barba Azul de Gambais», el más famoso asesino serial de la historia de Francia. Y cuyo apellido no lleva acento en la u.

Aspirante a bon vivant

Landru, el malo, nació en el seno de una humilde familia parisina en 1869. Siendo un adolescente puso en evidencia dos características: una gran facilidad para el estudio y una marcada inclinación a la buena vida, algo que la situación económica de su familia le impedía alcanzar.

Cuando tenía 20 años fue obligado a contraer matrimonio con su prima a causa de un embarazo no deseado. Con ella tuvo tres hijos y durante varios años intentó ganarse la vida honradamente ejerciendo diferentes oficios tales como contador, empleado de comercio, cartógrafo, techador y fontanero. También abrazó la fe católica y llegó a ordenarse como subdiácono, una categoría clerical que le permitía ayudar en el altar (o sea, un monaguillo con título) y que fue eliminada en 1972.

Pero el trabajo honesto no le abría a Henri Désiré la puerta de la buena vida que tanto deseaba, y entre 1902 y 1912 cometió una serie de estafas que lo llevaron tres veces a la cárcel. Esta situación provocó una enorme vergüenza en su padre, un obrero metalúrgico, recto y profundamente religioso, que terminó ahorcándose en un árbol de Bois de Boulogne. Porque los franceses tienen estilo hasta para suicidarse.

Amor clasificado

Una mañana, Henri leyó en un diario el anuncio puesto por Madame Izoret, una desconsolada viuda que ofrecía su patrimonio a cambio de un hombre que le pudiera hacer compañía (iba a los bifes la doña). Ese mismo día Landru se presentó en la casa de la desesperada mujer y con un trato encantador, promesas y zalamerías le hizo compañía durante el tiempo que le tomó birlarle la friolera de 20.000 francos. Sorprendida, la enamorada tardó en darse cuenta de lo que le había pasado. Hizo la denuncia ante la policía y Henri fue arrestado y condenado por estafa. Pero lejos de reformarse, el tiempo en gayola le sirvió para perfeccionar su «negocio» y llegó a la conclusión de que en adelante no debía dejar cabos sueltos (guiño, guiño).

De vuelta en las calles, Henri dejó de buscar anuncios de viudas y puso uno propio en el periódico Le Journal: «Viudo, dos hijos, cuarenta y tres años, solvente, afectuoso, serio y en ascenso social desea conocer a viuda con deseos matrimoniales». Sucede que estamos en 1914 y, como sabe cualquiera, había estallado la Primera Guerra Mundial. En París –como en casi toda Europa– el porcentaje per cápita de jóvenes viudas urgidas de una protectora figura masculina aumentaba cada día.

En pocos días recibió cientos de respuestas, lo que le dio la posibilidad de poder estudiar y elegir a sus posibles candidatas. Descartaba las que ofrecían más afecto que bienes materiales y reservaba a las que, al menos en apariencia, ofrecían una solvente situación económica.

El bulín de barrio Vernouillet

Así conoció a Jeanne Cuchet, una hermosa mujer de 39 años, que tenía un hijo de diecisiete (André) y unos 5.000 francos ahorrados. Landru alquiló un departamento en el barrio de Vernouillet, en lo que vendría a ser el segundo cordón del conurbano parisino, y pasó a llamarse Raymond Diard, inspector de correos, proveniente de Lille debido a la ocupación alemana. Fue un encantador pretendiente que rápidamente le propuso matrimonio a Jeanne. Fue así que en enero de 1915 se guardó las cinco lucas franchutas, cortó en pedacitos a su «amada» y al joven André y los rostizó en la chimenea del departamento de Vernouillet, al que –por razones obvias– decidió no volver.

Poco tiempo después Henri alquilo otra casa en otro sector de los suburbios de París, adonde invitaba a sus candidatas. Allí conoció a su segunda víctima: Madame Laborde-Line, otra viuda joven, atractiva y mucho más adinerada que Madame Cuchet, a la que le dijo llamarse Dupont y ser agente del servicio secreto. Luego de ganarse su confianza le propuso que se fuera a vivir fuera de París mientras él custodiaba e invertía sus ahorros. A los pocos meses Mme. Laborde-Line terminaba sus días convertida en cenizas en el hogar de la casa suburbana. Y sin un cobre, claro.

Afuera de la ciudad

Para cubrir sus pasos, alejarse de la gran ciudad y tener que dejar constantes explicaciones por las constantes y repentinas mudanzas, Henri Désiré Landru alquiló una casona en Gambais, una pequeña localidad a unos 70 kilómetros de Paris. Se cree que por la residencia, a la que Landru había bautizado «Ermitage» desfilaron cientos de las viudas más jóvenes y adineradas de París y sus alrededores. De muchas de ellas nunca más se tuvo noticias… de su patrimonio muchos menos.

Landru había alcanzado el nivel de vida que había deseado en su juventud. Tenía grandes cantidades de dinero, visitaba a menudo a sus hijos con quien se demostraba amoroso y atento, y le hacía regalos costosos a su esposa (con quien no convivía pero no se había divorciado) que desconocía totalmente el origen de la fortuna de su marido, pero tampoco preguntaba mucho.

El inspector Belin

Pero el final de la guerra hizo que las autoridades volvieran a ocuparse de los asuntos internos. Y desde hacía mucho tiempo que en la Sûreté se acumulaban denuncias por la desaparición de viudas parisinas. Pero los familiares de Mme. Collom decidieron escribirle directamente al alcalde de Gambais para solicitarle cualquier información sobre su pariente, quien había sido vista por última vez en ese pueblo acompañada por un tal Dupont.

Pero la pista definitiva la obtuvo el inspector Belin, a quien acudió la hermana de Mme. Buisson para denunciar que había visto en una tienda de arte al pretendiente de su hermana desaparecida. Belin interrogó al comerciante quien le dio la tarjeta que le había dejado el cliente, que en ese momento utilizaba el nombre de Lucien Guillet. El 11 de abril de 1919 allanaron el domicilio y detuvieron a Landru, que estaba acompañado por su «nuevo amor», la actriz Fernande Segret.

Posteriormente se allanó la casa de Gambais, donde encontraron 295 huesos humanos semicarbonizados, un kilo y medio de cenizas y 47 piezas dentales de oro que Landru guardaba en un cajón. Poco después, se pudo confirmar que el psicópata había vendido ropas, muebles y enseres de sus víctimas.

Un cuento de hadas

La prensa lo bautizó «Barba Azul» en alusión a un cuento de hadas recopilado en 1697 por Charles Perrault y que está inspirado en la historia del barón Gilles de Rais, quien en el siglo XV luchó junto a Juana de Arco en la guerra de los Cien Años y que terminó sus días ejecutado por centenares de casos de abuso sexual y asesinato en contra de niños y adolescentes. Por cosas como estas los tradicionales cuentos para niños son todos horrorosos.

El juicio de Landru duró unos dos años y fue uno de los más sonados del París de entreguerras. Aunque reconoció haberlas engañado, Henri jamás confesó la autoría de los asesinatos. Al final, el 30 de noviembre de 1921 fue condenado tan solo por once asesinatos probados, aunque la policía calculó que el tipo se había cargado entre 117 y 300 mujeres. El 25 de febrero de 1922, en el patio de la cárcel de Versailles, una enorme y afilada hoja de acero separó definitivamente la cabeza del resto del cuerpo de Henri Désiré Landru.

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