Treinta y seis años hubo que esperar para elevar el grito de Campeón a los cielos. Más de tres décadas de alarido atragantado que hoy se cortaron para darle rienda suelta a la alegría inmensa de todo un país.
Para ser campeón hay que ganarle a todos. Incluso a la último monarca. Y así fue, en un partido tremendo, infartante, que no dio lugar a respiro alguno y que terminó coronando al mejor de los dos finalistas.
No debimos haber llegado a los penales para definir. Pero el fútbol tiene estas cosas que lo hacen apasionante, atrapante. MARAVILLOSO. Y hubo que sufrir. Y se sufrió. Y ahora hay que festejar porque lo que cuesta vale y esta copa vaya si costó.
Justicia. Justicia para Lionel Messi que en los últimos tiempos de su carrera jugó un Mundial impresionante. Justicia para Leonel Scaloni, que le ganó a todos los que le auguraban un efímero paso por el banco de la selección y les cerró la boca con dos títulos internacionales. Justicia para un grupo de jugadores que aprendieron a ser precisamente eso: un grupo. Y que como tal, se comieron la cancha peleando cada pelota con la piel.
Esta selección supo recuperar la mística, pero sobre todo, supo volver a enamorar al público futbolero argentino. Con fútbol, claro. Pero sobre todo con sacrificio, con humildad y con trabajo. Además, aprendimos la lección y pasamos de ser Messi más otros diez a ser un equipo de diez más el mejor Messi de todos los mundiales.
Señoras… Señores… ¡Bienvenidos al país de los Campeones del Mundo!
