Este relato ganó la redes a partir del sitio de facebook «Calle Diego Maradona». Es excepcionalmente descriptivo de lo que era capaz de lograr Diego, con una pelota en los pies y la varita mágica de su talento.
Nos pareció que compartir este relato serviría para describir a aquel «Pelusa» niño que al crecer fue crack, lo elevamos a la categoría de Dios y algunos no le perdonaron que fuera de carne y hueso. Vamos con la historia:
“Me acuerdo una vez, en la cancha de Barracas Central, en un partido contra Huracán. Íbamos ganando fácil y Diego Maradona estaba jugando de maravilla. Éramos visitantes y, desde los cuatro costados de la cancha, le llovían insultos cada vez que agarraba la pelota:
– ¡Negro Villero!
– ¡Maténlo!
– ¡Largala, pendejo de mierda!
– ¡Andate a la villa!, Le gritaban. Y lo chiflaban. Dios mío, qué manera de chiflarlo al pibe. Lo hostigaban todo el tiempo.Nos mordíamos los labios por no contestar.
En una de esas, ya en el segundo tiempo, volvimos a escuchar por milésima vez, el mismo grito:
– ¡Andate, negro villero!
Y ahí casi se arma la rosca, porque Chitoro no aguantó más. Se levantó y buscó con la vista al que había gritado. Quería ir a pegarle.- ¡Lo voy a cagar a trompadas! – dijo. Y yo le creí.– Tranquilo, don Diego, déjelos — No, ya va a ver ese – contestó Chitoro tratando de soltarse.
Y entonces ocurrió algo increíble. Diego agarró la pelota en la mitad de cancha, a un costado, casi debajo de la tribuna donde más le gritaban, y se mandó para adelante. Eludió a un rival, dejó a otros 2 en el camino con un movimiento de cintura, metió un caño en la puerta del área chica y se la colocó en el otro palo al arquero, que salía desesperado para achicar.
Un golazo. Otra que el gol contra los ingleses. Nosotros lo gritamos como locos; adentro de la cancha, los pibes se abrazaban. Era una locura.
De pronto me di cuenta: en la tribuna había un silencio total. Fueron apenas unos segundos, pero era un silencio pesado, enorme. Y en medio de ese silencio, Diego se levantó del suelo, donde había quedado casi aplastado por sus compañeros, y empezó a caminar, despacito, con la cabeza baja, hacia la mitad de la cancha. Pude ver que sonreía. Para él mismo, no para los demás.
Y entonces empezaron a aplaudir: primero unos pocos, después más y, al final, desde los cuatro costados de la cancha….
En ese partido, no volvió a escucharse un insulto más. Ahora, cada vez que Diego tocaba la pelota, recibía otro aplauso. Con un poco de magia, había cambiado el clima de toda la cancha. Solamente él era capaz de lograr una cosa así.