AG Noticias
Crónicas al Voleo

Al rescate de Abu Simbel

Christiane Desroches Noblecourt
Por Germán Tinti (especial para Crónicas al Voleo)

La segunda acepción de la palabra «faraónico», según el diccionario de la RAE, es «que es excesivamente lujoso o que exige demasiado esfuerzo, especialmente económico». La primera, claro está, se refiere a lo relacionado con el Faraón.

Y es que aquellos monarcas egipcios no se andaban con chiquitas cuando se ponían a construir templos, palacios y pirámides. Los templos de Abu Simbel fueron construidos en el siglo XIII A.C. por Ramses II para homenajear a Ramses II y para refregársela en la geta a sus vecinos Nubios.

Hércules Poirot y los derviches

En su novela de 1937, «Muerte en el Nilo», Agatha Christie hace que los protagonistas naveguen frente a los fabulosos templos. En ese entonces, las aguas del río más largo del mundo lamían la base de los monumentos. Pero para la película de 1978 (y la del año pasado también) los monumentos dedicados a Ramses II y su esposa Nefertari se encontraban bastante más lejos y más alto de la costa del Nilo, por donde viajaban el detective belga Hércules Poirot y sus circunstanciales compañeros de aventuras.

Pasa que entre que se publicó la novela y el estreno de la película dirigida por John Guillermin –que ganó el Oscar al mejor vestuario y fue candidata en los Globos de Oro como mejor película extranjera– alguien tuvo la brillante idea de hacer una represa en esa zona, que dejaría el fabuloso tesoro arqueológico completamente bajo las aguas.

Héroe de la resistencia

Pero como dice un viejo adagio derviche, «un proyecto desmedido es complementado por otro proyecto desmedido» (en realidad al adagio lo acabo de inventar). Entonces, aparece en escena Christiane Desroches Noblecourt.

Nacida en París, Christiane quedó fascinada cuando Howard Carter descubrió, en 1922, la tumba de Tutankamón. Tenía solamente 9 años y entonces supo que dedicaría su vida a estudiar y defender esos tesoros arqueológicos. Durante la Segunda Guerra se unió a la Resistencia francesa, lo que le valió la Medalla de la Resistencia, instituida por el General De Gaulle para «reconocer los notables actos de fe y coraje que, en Francia, en el Imperio y en el extranjero, han contribuido a la Resistencia del pueblo francés contra el enemigo y contra sus cómplices desde el 18 de junio de 1940».

Por un Egipto moderno

La represa de Asuán fue proyectada en 1956 y construida entre 1959 y 1970 por los gobiernos de Egipto y la Unión Soviética, y su objetivo era terminar con las inundaciones que ocurrían en el territorio del bajo Nilo. La obra formaba parte de un plan del gobierno de Gamal Abdel Nasser para la modernización del país de los faraones.

Para ejemplificar su magnitud, algunos historiadores egipcios suelen comentar, no sin orgullo, el que los materiales utilizados en la construcción de la presa alcanzaron los 43 millones de metros cúbicos, el equivalente a diecisiete veces el tamaño de la gran pirámide de Giza. Esta comparación, tiene un significado simbólico para los egipcios, especialmente porque Nasser comentaba con frecuencia: «En la antigüedad, construimos pirámides para los muertos. Ahora construiremos nuevas pirámides para los vivos».

Gamal Abdel Nasser

La presa ha tenido grandes beneficios en términos de almacenamiento de agua, producción de energía hidroeléctrica, y control del caudal de los ríos, proporcionando así a Egipto el potencial para un mayor desarrollo agrícola e industrial. Pero también tuvo consecuencias negativas como el desplazamiento de comunidades amenazadas ante el crecimiento de las aguas del lago Nasser, o impacto ecológico sobre la fauna, la flora y también sobre la economía de los pueblos que habitaban las márgenes del Nilo antes de la construcción de la presa.

Ante la puesta en marcha del proyecto, apareció Christiane Desroches Noblecourt y, parafraseando a la esposa del reverendo Alegría, preguntó: «¿Alguien puede pensar en los monumentos?». La egiptóloga francesa encabezaba una comisión de la Unesco enfocada en evitar la destrucción de un yacimiento arqueológico invalorable. Porque ya es tiempo de decir que los de Abu Simbel no eran los únicos templos que corrían el riesgo de terminar bajo el agua.

Uno por uno

Noblecourt se encargó de realizar un detallado inventario de los sitios amenazados por la obra. En esa tarea comprendió que la tarea de salvar los monumentos necesitaba financiamiento, y mucho. En marzo de 1960, junto al ministro de cultura de Egipto, Sarwat Okasha, hizo un llamado solicitando ayuda internacional. No solo más de catorce templos tendrían que ser movidos. Era urgente hacer excavaciones arqueológicas en lugares que pronto estarían bajo varias docena de metros de agua.

El ministro de asuntos culturales de Francia, André Malraux, escribió al respecto. «El poder que creó los monumentos colosales está amenazado hoy… nos habla en una voz tan importante como la de los arquitectos de Chartres, como la de Rembrandt… Su súplica es histórica, no porque proponga salvar los templos de Nubia, sino porque con ella la civilización global demanda por primera vez y públicamente el arte del mundo como su herencia indivisible. Solamente hay una acción sobre la que la indiferencia de las estrellas y el eterno murmullo de los ríos no tienen ningún dominio, es el acto por el cual el hombre arrebata algo a la muerte».

Como un Rasti milenario y gigantesco

Conseguido el respaldo económico, se procedió a analizar las propuestas para la tarea. Algunas eran decididamente delirantes. Otras, como la del productor de cine británico William MacQuitty, que proponía dejar los templos donde estaban y construir una presa alrededor de ellos, fueron tenidos en cuenta al principio, pero finalmente descartados porque dejaba demasiados cabos sueltos.

Finalmente se decidió mover los monumentos. Literalmente, se desmontó cada uno pieza por pieza para volver a «armarlos» en su emplazamiento definitivo, lejos del peligro de quedar bajo el agua. Así, los templos de Kalabsha, Kertassi y Bet el-Vali, fueron trasladados a una isla en las cercanías de la presa. El conjunto de santuarios de la isla de Filae se pueden contemplar hoy en la isla de Agilkia.

El templo de Dendur terminó en otra isla: la de Manhatan en Nueva York. Por su parte al de Debod lo podemos encontrar en las proximidades del palacio real de Madrid. Fueron entregados por el gobierno egipcio en agradecimiento por la ayuda prestada por ambas ciudades.

Más allá de la Guerra Fría

Para realizar esta tarea faraónica (je), Christiane Desroches Noblecourt y la comisión de la Unesco que comandaba logró, en plena guerra fría, el apoyo de más de 50 naciones. Las mismas se mancomunaron –más allá de los recelos, desconfianzas y traiciones propios de la época– para salvar un patrimonio de la humanidad invalorable.

Tras el éxito del proyecto, y en agradecimiento por los esfuerzos del Gobierno francés tanto en el salvamento de Abu Simbel como en la conservación de la momia de Ramsés II, Anwar el-Sadat, envió un telegrama a su homólogo francés, Valéry Giscard d’Estaing, en el que decía: «Querido y gran amigo. Doy gracias a Francia, por el grandioso trabajo de sus expertos. La cooperación científica y técnica de nuestros países, enorgullecerá a las generaciones futuras».

Por su parte, Christiane propició la organización de una grandiosa exposición sobre Tutankamón en el Louvre. Fue en el año 1967, y atrajo a un gran número de visitantes. Esta muestra fue seguida por otras exhibiciones sobre Ramsés II en 1976, y sobre Amenhotep III en 1993. Como reconocimiento, el Gobierno egipcio donaría al Louvre un busto del faraón Akenatón.

Christiane falleció en 2011 en Sézanne, un pequeño pueblito a poco más de 100 km. al este de París. Sus últimos años los dedicó a escribir sobre lo que más sabía: Egipto y su milenaria historia.

nakasone