Por Germán Tinti (especial para Crónicas al Voleo)
Había algo que tenían en común Jorge Corona, Washington «El Canario» Luna y mi viejo. Si bien mi padre deploraba fervientemente el humor que militaba el correntino y desconocía acabadamente todo lo relacionado con la murga uruguaya, los tres conocían y citaban el poema del mexicano Juan de Dios Peza «Reir llorando».
Corona lo hacía desde un viejo caset, en una pausa en la andanada de chistes verdes que conformaban su repertorio. El murguista de Montevideo lo incluía entre sus éxitos como «Un brindis por Pierrot», «Uruguayos campeones» o «Que el letrista no se olvide». Temas largamente festejados en los tablados carnavalescos de nuestros vecinos orientales. ¿Y mi viejo?. Bueno, alguna vez recitó algunos versos en una sobremesa familiar.
«Viendo a Garrik -actor de la Inglaterra- / el pueblo al aplaudirle le decía: / Eres el mas gracioso de la tierra / y el más feliz… / Y el cómico reía»
Juan de Dios Peza fue un poeta, político y escritor mexicano. Y el poema que nos ocupa estaba dedicado a David Garrick, considerado el más influyente actor, dramaturgo, director y productor teatral inglés del siglo XVIII. Además, reconocido ampliamente por toda la intelectualidad europea de su tiempo.
Descendiente de una familia protestante francesa, David Garrick había nacido en 1717 en Hereford. Su abuelo había huido de Francia cuando comenzó la persecución en contra de los protestantes. Su padre, siendo apenas un niño, debió ser sacado de Burdeos a escondidas por una enfermera.

Desde adolescente, Garrick evidenció un gran interés por el teatro y ya en sus épocas escolares se le animó a las tablas. Cuando se graduó comenzó a estudiar derecho y literatura. Pero al poco tiempo decidió mudarse a Londres y si bien su interés seguía anclado en la actividad teatral. Para subsistir fundó, en 1737 junto a uno de sus hermanos, una empresa relacionada con la comercialización de vinos.
Pero el emprendimiento duró poco. El poco interés por el comercio y su pasión por el teatro llevaron al negocio a la bancarrota en poco más de tres años. Sin embargo, el fracaso comercial no pareció afectar el ánimo de Garrick, que siguió enamorado de las tablas. Poco tiempo después comenzó a actuar de manera profesional, interpretando pequeños papeles en el Goodman’s Fields Theatre Giffard.
«Víctimas del spleen, los altos lores, / en sus noches más negras y pesadas, / iban a ver al rey de los actores / y cambiaban su spleen en carcajadas»
Pronto comenzó a destacarse en el ámbito del teatro londinense porque de a poco fue imponiendo una nueva forma de actuación mucho más natural, lejos del estilo declamatorio que imperaba en la época pero que ya empezaba a cansar a los aficionados. A Goodman’s Fields concurría buena parte de la aristocracia de Londres y las buenas impresiones que Garrick provocaba en el público, especialmente cuando interpretó el papel principal en Ricardo III, hizo que su nombre fuera rápidamente reconocido en el medio.
La crítica consideró la actuación del joven interprete como «espectacular y natural, una bocanada de aire fresco proporcionada por un ignoto y joven actor». Además de sobresalir en el papel del cruel Ricardo, Garrick también tuvo una muy buena actuación en otras obras, como «Pamela», basada en la novela de Samuel Richardson, «Rey Lear» de Shakespeare, y «The Lying Valet» (El valet mentiroso), una farsa escrita por él mismo.
«Una vez, ante un médico famoso, / llegose un hombre de mirar sombrío: / Sufro -le dijo-, un mal tan espantoso / como esta palidez del rostro mío»
Más temprano que tarde, los buenos comentarios sobre las actuaciones de Garrick llegaron al palacio de Buckingham y el propio Jorge II lo tomó como uno de sus actores favoritos y gozó de la admiración de la Corte británica.

Escribió, dirigió, produjo y actuó en un sinnúmero de obras teatrales, la mayoría de ellas de carácter irónico o cómico y su fama se extendió no solamente a las islas británicas sino que se desparramó por todo el continente europeo.
Durante su vida tuvo varios amoríos pero un solo amor. En 1749 contrajo matrimonio con Eva Marie Veigel, una bailarina alemana radicada en Londres. El artista la consideraba «la mejor de las mujeres y las esposas».
Cinco años después, Garrick era un hombre rico y pudo adquirir una finca palaciega en Hampton, al sudoeste de Londres, a la que bautizó «Garrick’s Villa», También materializó su fanatismo por Shakespeare construyendo un Templo dedicado a Shakespeare en la ribera del río en Hampton para albergar su colección de recuerdos.
«Nada me causa encanto ni atractivo; / no me importan mi nombre ni mi suerte / en un eterno spleen muriendo vivo, / y es mi única ilusión, la de la muerte»
David Garrick falleció por un grave resfriado contraído, a los 61 años, tres años después de haberse retirado. Fue sepultado en «El Rincón de los Poetas», una sección del crucero sur de la Abadía de Westminster en Londres, donde están enterrados o conmemorados muchos poetas, dramaturgos y escritores, entre ellos William Shakespeare y Charles Dickens.

Si bien las crónicas contemporáneas lo presentan como un hombre feliz, alrededor de su figura fue creciendo el mito del payaso triste, del cómico a quien todos quieren escuchar como terapia a los problemas de la rutina, pero que no es feliz.
La fábula, desde entonces, se perpetuó en otras obras que han quedado en la historia. «La Strada», de Federico Fellini, muestra la vida de dos artistas callejeros en la posguerra. El grupo catalán Tricicle lo homenajea en su espectáculo «Garrick», en el que los cómicos reconocen al actor inglés como el primer «risoterapeuta» de la historia. Y no hay que descartar que el filme «Muertos de risa» de Alex de la Iglesia, haya abrevado en la leyenda nacida en torno del actor inglés.
Tampoco Jaime Roos pudo mantenerse indiferente a esta tradición narrativa y la plasmó en los inolvidables versos de «Un brindis por Pierrot»: «Oigan al payaso que canta / Cuántas penas en su garganta / Junto a su copa de licor / Solo / Esta noche no luce su ropa / Sin embargo le llaman Pierrot»
Este mito fue el que inspiró a Juan de Dios Peza para escribir los versos que impactaron a Jorge Corona, Washington «Canario» Luna… y a mi viejo, que me hizo conocer por primera me hizo conocer aquellos versos que rezaban:
«-¿A Garrick?
-Sí, a Garrick… La más remisa
y austera sociedad le busca ansiosa;
todo aquél que lo ve, muere de risa:
tiene una gracia artística asombrosa.
-¿Y a mí, me hará reír?
-¡Ah!, sí, os lo juro,
él sí y nadie más que él; mas… ¿qué os inquieta?
-Así -dijo el enfermo- no me curo;
¡Yo soy Garrick!… Cambiadme la receta»


