Por Germán Tinti (especial para Crónicas al Voleo)
Cuenta la leyenda que una noche, en una taberna de Londres, el escritor, periodista y panfletista Daniel Defoe le dio unos peniques a un borrachín. Fue para que le contara con detalles la historia que el hombre narraba cada día a cambio de algunas monedas y unos tragos. Las palabras de aquel «bohemio ya sin fe», como diría José Feliciano, fueron el material inicial para la mayor de sus obras literarias: «Robinson Crusoe».

El borrachín era Alexander Selkirk, un marinero inglés que solía participar en expediciones que realizaban en los mares del mundo distintos corsarios al servicio de la corona británica. Había nacido en 1676 en Lower Largo, un pequeño pueblo pesquero cercano a Edimburgo. Fue el séptimo hijo de un zapatero que a los diecisiete años tuvo que hacerse a la mar tras ser acusado de conducta inmoral durante una misa.
El Cinque Ports
El 11 de septiembre de 1703, Selkirk se unió a la expedición comandada por el capitán William Dampier, quien a veces actuaba como bucanero y corsario, a bordo de la nave Cinque Ports, capitaneada por el teniente Thomas Stradling. Luego de saquear el puerto de Santa María en Panamá, la nave puso rumbo hacia el archipiélago Juan Fernández, a unos 600 km. al este de la costa de Chile.
En octubre de 1704 fondeó en la isla Más a Tierra (que en 1966 fue rebautizada como Robinson Crusoe, por cuestiones obvias). Fue entonces cuando se produjo una fuerte discusión entre Selkirk y Stradling. Porque el primero sostenía que antes de continuar la navegación la nave debía ser reparada a fondo, mientras que el capitán descartó esa posibilidad.
Convencido del peligro que implicaba seguir viaje sin hacer arreglos al Cinque Ports, Selkirk pidió quedarse en tierra firme. (Aunque algunas versiones afirman que en realidad el capitán lo invitó enfáticamente a dejar la nave). Ello, a pesar de que el lugar era una isla desierta. Stradling le proveyó algunos elementos básicos para su supervivencia: ropa, herramientas (hacha, cuchillo, martillo), algunos enseres, tabaco, una manta, un mosquete con provisión de pólvora y unos libros. Entre ellos un ejemplar de la Biblia

No lo supo hasta mucho después. Pero en aquella oportunidad, aunque las expectativas en esa isla desierta y desolada eran poco promisorias, Selkirk salvó su vida. Y es que su pronóstico sobre el estado del Cinque Ports era acertado y la nave naufragó pocos días después, llevándose al fondo del mar al altanero capitán y el resto de la tripulación.
Caza y pesca
Bueno, aquello no era un «all inclusive» ni mucho menos, pero había recursos como para sobrevivir. Los primeros meses Selkirk se instaló en una de las playas más amigables para la navegación –de hecho fue la misma playa en la que lo abandonaron–. Pero en noviembre debió buscar un nuevo domicilio porque comenzó la época de apareamiento de los lobos marinos y bueno, ellos también prefieren la intimidad.
Instalado en el interior de la isla, Selkirk se alimentó de lo que podía pescar en el inmenso mar que era su presidio y de lo que cazaba. Especialmente cabras salvajes, que abundaban en la isla. Con la piel sus presas de caza, confeccionaba su ropa.
Tal vez los momentos más peligrosos que debió afrontar no fueron por las inclemencias de la naturaleza o por el ataque de animales salvajes. Sino las dos veces que fondearon barcos españoles que pasaron por la isla para obtener provisiones. España estaba en guerra con Gran Bretaña y su condición de corsario al servicio de la corona inglesa hubiera significado una sumarísima condena a muerte.
El rescate
El 2 de febrero de 1709 llegaron a la isla dos fragatas, la Duke y la Duchess, al mando Woodes Rogers. Cuando los tripulantes pisaron tierra Selkirk se dio a conocer. Impactado por el encuentro y el rescate del marino escocés, Rogers escribió en su bitácora: «Uno puede ver que la soledad y el retiro del mundo no es un estado de vida tan insufrible como la mayoría de los hombres imaginan».
Su temporada en la isla y su regreso a la civilización son descritos con maestría por Jorge Luis Borges, más de dos siglos después: «Sueño que el mar, el mar aquel, me encierra / y del sueño me salvan las campanas / de Dios, que santifican las mañanas / de estos íntimos campos de Inglaterra./ Cinco años padecí mirando eternas / cosas de soledad y de infinito, / que ahora son esa historia que repito, / ya como una obsesión, en las tabernas. / Dios me ha devuelto al mundo de los hombres, / a espejos, puertas, números y nombres, / y ya no soy aquel que eternamente / miraba el mar y su profunda estepa / ¿y cómo haré para que ese otro sepa / que estoy aquí, salvado, entre mi gente?»
Sangre de tortuga
Pero la historia de Alexander Selkirk no fue la única fuente de inspiración que Daniel Defoe tuvo para escribir su obra inmortal. En la época en que se dedicó a la comercialización de vino, residió una temporada en España y allí tomó contacto con la obra del Inca Garcilaso de la Vega y gracias a ella conoció la odisea de Pedro Serrano, un capitán español que en 1526 sobrevivió al naufragio de un barco español en un banco de arena del Mar Caribe, llamado ahora Banco Serrana en su honor, a pocas millas de las islas de San Andrés.

Durante esa temporada, su alimentación se basó fundamentalmente en aves y peces. El árido terreno carecía de agua dulce, así que Serrano juntaba agua de lluvia en caparazones de tortugas y completaba su hidratación con la sangre de los quelonios que atrapaba.
Tres años después de su naufragio llegó al banco otro sobreviviente del hundimiento de un barco. Su nombre no fue conservado por la historia, pero no es difícil deducir que Defoe decidió bautizarlo, en su novela, como «Viernes» (y Tom Hanks como Wilson).
Señales de humo
El banco no estaba en las cartas marinas y las posibilidades de un pronto rescate eran mínimas. Serrano y Wils… su acompañante construyeron durante una pequeña torre a base de rocas y corales, que además de refugio contra los vientos reinantes les sirvió para hacer señales de humo a partir del fuego que encendían de vez en cuando con los restos de naufragios que iban llegando a la playa.
Finalmente, en 1534, la tripulación de un galeón que iba a La Habana desde Cartagena de Indias divisó las señales de humo que los náufragos hacían desde su banco de arena. Enviaron un bote para socorrerles y los llevaron al galeón.

No solamente Defoe recogió la historia de Pedro Serrano. Emilio Salgari hace alusión al español en su libro «La Capitana del Yucatán», en el que lo describe como un valiente marinero cuya historia se remonta a mediados del siglo XVI.
Daniel Defoe falleció en 1731, doce años después de publicar su gran obra. Probablemente la muerte lo haya sorprendido mientras vivía en la clandestinidad, huyendo de sus acreedores. Sus restos descansan en Bunhill Fields, Londres.


