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Crónicas al Voleo

Sangre en la arena de Pozoblanco

La arena se tiñó de sangre y toda España lloró a Paquirri, el matador que trascendió las plazas y se ganó el corazón de la gente.

Por Germán Tinti (para Crónicas al Voleo)

«Doctor, la cornada es fuerte, tiene al menos dos trayectorias, una pa’ acá y otra pa’ allá. Abra todo lo que tenga que abrir, lo demás está en sus manos. Y tranquilo, doctor». La voz de Francisco Rivera Pérez «Paquirri» sonó firme y con autoridad en medio del dramático caos en que se había convertido la precaria enfermería de la plaza de toros de Pozoblanco. El pequeño recinto estaba atestado de gente. Autoridades del pueblo, periodistas, asistentes y curiosos intentaban ayudar pero estorbaban y generaban un griterío infernal. Paquirri, con un profundo agujero en su muslo y un chorro de sangre imparable era el más sereno en ese infierno.

Sólo media hora antes todo era jolgorio y euforia en las gradas y en la arena. Como cada año los pozoalbenses celebraban la feria en honor a Nuestra Señora de Las Mercedes, el festejo más importante de la región. En la Plaza de Toros de los Llanos estaba colmadas las cinco mil localidades, estaba «hasta la bandera» de aficionados ansiosos de asistir a la faena que ofrecerían, además de Paquirri, José Cubero «Yiy y Vicente Ruiz «El Soro». La euforia y el entusiasmo de todos hacían imposible imaginar el trágico desenlace.

Parecían hacerse realidad los versos de Rafael Alberti: «De sombra, sol y muerte, volandera / grana zumbando, el ruedo gira herido / por un clarín de sangre azul torera».

Muerte en la tarde

Las tres primeras lidias se habían desarrollado con normalidad y todos disfrutaban, pero poco después de las siete de la tarde de aquel miércoles 26 de septiembre de 1984 el silencio y el horror se adueñaron de la plaza de Pozoblanco, de Andalucía y de España toda. Luego de algunas suertes practicadas con destreza por el torero gaditano, «Avispado», un ejemplar 420 kilográmos fue más rápido y con uno de sus pitones enganchó a Paquirri por el muslo derecho.

Fueron apenas segundos pero pareció una eternidad. Como a un muñeco de trapo, Avispado hizo flamear a Francisco Rivera para luego azotarlo contra el piso y desentenderse del asunto. Entre banderilleros, mozos de espadas y monosabios llevaron al torero a la enfermería. Después, el caos: La imposibilidad de los médicos para detener la hemorragia, la precariedad de las instalaciones y la falta de instrumental adecuado, el desesperado traslado en una vieja ambulancia que debió desandar a duras penas los 80 sinuosos kilómetros para atravesar la sierra y llegar a Córdoba (la de ellos, «la sultana»), solo para constatar que Paquirri había sufrido un paro cardíaco en el viaje y había llegado sin vida al hospital.

»Un toro negro, de Sayalero y Bandrés, de nombre Avispado acabó ayer tarde en Pozoblanco con la vida del torero gaditano Francisco Rivera Paquirri. A su primer enemigo le había cortado una oreja. Cuando se disponía a llevar al caballo a su segundo toro, éste le enganchó por el muslo derecho manteniéndolo en el aire durante algunos segundos, cortándole la femoral y la safena. Una cogida de muerte. «Atadme algo, que me desangro», gritó a su cuadrilla. Uno de los peones le rodeó el muslo con su corbatín» cronicó Diego Joly en el Diario de Cádiz.

«Sevilla y la afición taurina dieron un emocionante y multitudinario adiós al torero gaditano Francisco Rivera Paquirri. La comitiva fúnebre salió del domicilio sevillano del fallecido para marchar a la parroquia donde tuvo lugar la ceremonia religiosa. Posteriormente la comitiva se dirigió a la Maestranza, donde una impresionante muchedumbre aguardaba la llegada del cadáver de Paquirri . «Torero, torero», gritaba la multitud que rompió los cordones de seguridad en invadió el ruedo de la Maestranza» completaba el cronista.

El luto por la trágica muerte de Francisco Rivera Pérez desbordó el mundo de la tauromarquía y se metió en casi todos los hogares españoles. Es que Paquirri era un popular personaje de la farándula y aparecía con asiduidad tanto en «Mundo Toro» como en “¡Hola!”.

El diestro y las copleras

Nacido en el pequeño pueblo costero de Zahara de los Antunes, Paquirri se crió en el seno de una familia humilde. Su padre era el encargado del matadero de la vecina Barbate, donde el pequeño Francisco empezó a probar las primeras suertes en los encierros de la región. A medida que progresaba en las lides taurinas, lo hacía también en las románticas y mientras más aparecía su nombre en la prensa, más era vinculado a bellas mujeres. Su boda con Carmina Ordóñez en 1973 concitó la atención de toda la prensa, rosa y no tanto. El muchacho de pueblo devenido en ídolo popular contraía enlace con una de las jóvenes más bellas del país, educada en colegios bilingües y heredera de un rancio linaje taurino.

Paquirri junto a Camila Ordóñez y sus dos hijos.

Pero la idílica pareja se rompió cinco años y dos hijos después. Obviamente el divorcio no pasó desapercibido ni para los medios ni para el público, que tampoco fue indiferente durante los dos años y pico en los que Paquirri flirteó con Lolita, la hija mayor de la gran Lola Flores, la Faraona, inolvidable estrella de la copla flamenca.

Pero al matador lo atraían las luces de escena tanto como la arena del ruedo. Luego de romper con Lolita comenzó a noviar con otra coplera exitosa. Su casamiento con Isabel Pantoja lo volvió a poner en el centro de la atención hispana. Era 1983 y el torero le había prometido a la cantaora que abandonaría las lidias; cuando se cumplieran 20 años desde aquel 17 de julio de 1967, cuando se convirtió en matador en la Plaza Monumental de Barcelona. Avispado le impidió cumplir su promesa.

La Pantoja, con su «Marinero de Luces».
El miedo del matador

Juan Belmonte, «el Pasmo de Triana», uno de los padres del toreo moderno, escribió en su biografía, allá por la tercera década del pasado siglo, que «el día que se torea crece más la barba. Es el miedo. Sencillamente, el miedo. Durante las horas anteriores a la corrida se pasa tanto miedo, que todo el organismo está conmovido por una vibración intensísima; capaz de activar las funciones fisiológicas hasta el punto de provocar esta anomalía que no sé si los médicos aceptarán, pero que todos los toreros han podido comprobar de manera terminante: los días de toros la barba crece más aprisa».

¿Habrá notado Francisco Rivera Pérez si le creció la barba la mañana del 26 de septiembre, mientras los miembros de su cuadrilla procedían a vestirlo con su traje de luces azul cobalto y dorado? En una entrevista que concedió algunos años antes, justamente mientras se vestía para enfrentar al toro, aseguraba que «en estos momentos no pienso que me voy a jugar la vida, porque si pensara eso quizás me costaría más trabajo vestirme de torero».

Paquirri tiene su estatua en Puerto de Santa María
La feria maldita

Casi todos los protagonistas de aquella fatídica jornada tuvieron trágicas muertes. José Cubero «Yiyo» recibió una cornada en el corazón casi un año después en Colmenar Viejo; uno de los dueños de la ganadera dueña de Avispado fue asesinado por un ex empleado; los miembros de la cuadrilla de Paquirri fallecieron en un accidente automovilístico; el tercer torero de aquella tarde, Vicente Ruiz «El Soro» tuvo mejor suerte; un par de años más tarde sufrió una grave lesión en una rodilla que le impidió seguir toreando.

La fugacidad del éxito, la insoportable levedad del elogio vacuo, la futilidad de la codicia, la soledad del triunfador… Tal vez todas esas ideas se hayan resumido en las palabras que un moribundo Francisco Rivera le dijo con voz quebrada y la vista perdida a Ramón Alvarado, su fiel mozo de espadas, en la destartalada ambulancia que atravesaba la serranía cordobesa: «Tanto luchar, tanto luchar… y to’ pa’ na’».

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