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Por el mundo con Neruda

Por Luis Eliseo Altamira

 

Pablo Neruda fue un viajero incansable. Gabriel García Márquez lo recuerda moviéndose entre la gente como un elefante inválido, “con un interés infantil en el mecanismo interno de cada cosa, pues el mundo le parecía un inmenso juguete de cuerda con el cual se inventaba la vida”. Hoy se cumple el 45 aniversario de su muerte.

El poeta ya había publicado Crepusculario y Veinte poemas de amor y una canción desesperada, cuando inició, en 1927, una larga carrera diplomática que lo llevaría a diversos puntos de la tierra. Tenía veintitrés años. En 1929 arribó a la isla de Ceilán (hoy Sri Lanka) que, por entonces, tenía la misma estructura colonial que la India (británica).

Un joven Pablo Neruda descubría la vida en el oriente profundo.

“Aquella época ha sido la más solitaria de mi vida –dijo Neruda–Pero la recuerdo igualmente como la más luminosa, como si un relámpago de fulgor extraordinario se hubiera detenido en mi ventana para iluminar mi destino por dentro y por fuera”.

Pablo se fue a vivir a un pequeño bungalow de las afueras de Wellawatha, junto al mar. “Desde temprano estaba yo con los pescadores –recuerda en su autobiografía, Confieso que he vivido-. Las embarcaciones provistas de larguísimos flotadores parecían arañas del mar. Los hombres extraían peces de violentos colores, peces como pájaros de la selva infinita, unos de oscuro azul fosforescente como intenso terciopelo vivo. El machete de los sacrificadores cortaba en trozos aquella materia divina de la profundidad para transformarla en sangrienta mercadería que se vendía en pedazos a la pobre población”.

De aquella etapa de su vida le quedó grabado, también, el empleo que en dicha isla se hacía del elefante como fuerza laboral: “Ningún país del mundo tenía ni tiene tantos elefantes trabajando en los caminos. Resultaba asombroso verlos ahora -lejos del circo o de las barras del jardín zoológico-, cruzando con su carga de madera de un lado a otro, como laboriosos y grandes jornaleros”.

Tras la finalización de la guerra civil española, período en que se desempeñó como cónsul de Chile en Madrid, el poeta sintió la necesidad de entregarse a su trabajo literario con más devoción y fuerza. “El contacto de España me había fortificado y madurado. El subjetivismo melancólico de mis Veinte poemas de amor… o el patetismo doloroso de Residencia en la tierra tocaban a su fin”. Se preguntaba: ¿puede la poesía servir a nuestros semejantes? ¿Puede acompañar las luchas de los hombres?

Su casa en Isla Negra. Refugio para la inspiración del poeta.

Comenzó, entonces,  a trabajar en su Canto General. Pero, para ello, necesitaba un sitio. “Encontré una casa de piedra frente al océano, en un lugar desconocido para todo el mundo, llamado Isla Negra. Su costa salvaje, con el tumultuoso movimiento oceánico, me permitía entregarme con pasión a la empresa de mi nuevo canto”.

El Canto General, compuesto de unos 250 poemas, sería terminado y publicado en 1950. Siete años atrás, Neruda renunciaba en México a la carrera diplomática para poder radicarse en Chile. Tan necesitado estaba de su tierra.

“Pero antes de llegar me detuve en el Perú y subí hasta las ruinas de Macchu Picchu. Me sentí infinitamente pequeño en el centro de aquel ombligo de piedra; ombligo de un mundo deshabitado, orgulloso y eminente, al que de algún modo yo pertenecía. Sentí que mis propias manos habían trabajado allí en alguna etapa lejana, cavando surcos, alisando peñascos. Me sentí chileno, peruano, americano. Había encontrado en aquellas alturas difíciles, entre aquellas ruinas gloriosas y dispersas, una profesión de fe para la continuación de mi canto. Allí nació mi poema ´Alturas de Macchu Picchu`”.

Pablo en Machu Picchu, dondec encontró sentimientos profundamente americanistas.

Ya en Chile, inicia su carrera política. En 1945, tras ser electo senador, ingresa al Partido Comunista. Tres años después, el gobierno de Gabriel González Videla lo proscribe. Neruda critica asidua y duramente al presidente en el senado y en diversos artículos publicados en revistas extranjeras, razón por la cual el gobierno dicta una orden de detención en su contra que lo obliga a pasar a la clandestinidad y, luego, al exilio. Fue entonces que recibió la invitación de asistir a la conmemoración del centenario de Pushkin en la Unión Soviética.

“Lo primero que me impresionó en la URSS fue su sentimiento de extensión, su recogimiento espacial, el movimiento de los abedules en las praderas, los inmensos bosques milagrosamente puros, los grandes ríos, los caballos ondulando sobre los trigales”.

Al llegar a Moscú tuvo la impresión de encontrarse en una ciudad de invierno. “El cielo es blanco. A las cuatro de la tarde ya es negro. Sobre los techos infinitamente repetidos se ha instalado la nieve. Brillan los pavimentos invariablemente limpios. El aire es un cristal duro y transparente. Las plumillas de la nieve que se arremolinan, el ir y venir de miles de transeúntes como si no sintieran el frío, todo nos lleva a soñar que Moscú es un gran palacio de invierno con extraordinarias decoraciones fantasmales y vivientes”.

Neruda junto a Matilde Urrutia, el gran amor de su vida.

En 1951, Neruda visitó nuevamente la Unión Soviética. De Moscú partió en el tren transiberiano rumbo a China, para entregar el premio Lenin de la Paz a la señora Sung Sin Ling. “Meterme dentro de ese tren legendario era como entrar en un barco que navegara por tierra en el infinito y misterioso espacio. Todo era amarillo a mi alrededor, por leguas y leguas, a cada lado de las ventanillas. Promediaba el otoño siberiano y no se veían sino plateados abedules de pétalos amarillos”. Durante aquel largo viaje escribió, de a ratos, algunos de Los versos del capitán, poemas destinados a Matilde Urrutia, su tercera esposa y gran amor, que terminaría de escribir en la isla de Capri. ¿Recuerdan la película Il Postino (El Cartero)?. Allí sigue esta historia. Nosotros, por lo pronto, nos quedamos sin espacio. Hasta la próxima.

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