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Murió «Emilio», se fue un personaje, partió un amigo

La usanza popular estila, por lo general, llamar «loco» a toda aquella persona a quien no puede entender; es más fácil simplificar que intentar comprenderlos. Y así terminan convirtiéndose en personajes de esos que caminan la ciudad y a los que se los puede ver cada día todos los días por el centro.

En el caso de Emilio, que de loco no tenía nada, este periodista tiene la misión de cronicar su muerte no ya desde el punto de vista del profesional, sino del amigo. Y créanme que no hay tarea más ingrata que la de anunciar la partida de alguien con se ha compartido capítulos imborrables de una vida.

Emilio Calvo Cavia. Hijo de español y de española. Habitante de la calle Arzobispo Castellanos, pero ciudadano de Alta Gracia en toda su definición.

A Emilio siempre le gustó el rock. Con él y varios más compartimos jornadas inolvidables en recitales en Córdoba y en los viejos festivales de La Falda allá por los años ochenta, por solo  nombrar algunos de los muchos momentos que vivimos en barra. Ir su casa era sinónimo de escuchar buena música en aquellos viejos tocadiscos desinflados de cualquier siesta.

Se fue sin dejar nadie detrás suyo. Sin siquiera avisar que iba a partir. Las circunstancias, ahora, son lo que menos importa. Se fue con su sonrisa de piano, su pelo largo, su barba crecida y sus anécdotas. Para muchos, partió un personaje de la ciudad (porque la verdad que lo fue, y de los mejores), para este periodista, se fue un amigo. Que en paz descanses, hermano.

(Nota: la fotografía la sacó mi amigo Ariel Di Gioia, hace unos tres o cuatro meses, en uno de los tantos encuentros céntricos con Emilio)

nakasone