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Máximo y Bartola bailaban en la palma de una mano

Por Luis Eliseo Altamira

 

A mediados del siglo XIX, dos hermanos de pequeñísima estatura exhibidos como últimos sobrevivientes de una desconocida civilización sagrada conmovían al público y a la comunidad científica de Estados Unidos y Europa. Casados en Londres en 1867, cayeron finalmente en el olvido.

Que la industria hollywoodense haya destinado en 1932 sus recursos para producir la película “Freaks”, dirigida por Tod  Browning, habla a las claras del interés que las anomalías físicas (respecto de los propios parámetros de normalidad) han despertado, despiertan y despertarán en los seres humanos.

Sabemos que Moctezuma poseía un zoológico integrado por animales provenientes de diversas regiones de América, que incluía enanos, albinos y jorobados. A fines del siglo XVIII, principios del XIX, la denominada Venus Hotentote, cuyo nombre era Saartjie Baartman, oriunda de la nación namaqua, era exhibida en Londres. En 1835, Joice Heth, mujer de 161 años, fue presentada en sociedad en el museo Barnum, de Nueva York.

Máximo y Bartola, dos hermanos microcefálicos que alcanzarían una edad mental de dos años y un tamaño que les permitiría bailar sobre la palma de una mano (según cuenta Eduardo Galeano en su libro“Espejos”), nacieron en algún lugar de México durante la primera mitad del siglo XIX, hijos de Inocente Burgos y Marina Espina. Un tal Ramón Selva le propuso a la madre llevarlos a Estados Unidos, dónde, le aseguró, serían curados de su retraso mental. Marina aceptó.

El caso es que, una vez en el país del norte, Ramón vendió los hermanos a un tal Morris, quién se valió de ellos para pergeñar una historia que, justificando la exhibición pública de estos fenómenos, captase también el interés del público de entonces por las curiosidades etnológicas. Los vistió con ropas que semejaban vestimentas de antiguas civilizaciones aztecas, les moteó el pelo y los exhibió acompañados de un libro de 48 páginas de su autoría, titulado “La vida de los Niños Aztecas sobrevivientes”. En él decía haber dado con ellos (últimos representantes de una antigua y sagrada civilización) en el templo de una ciudad perdida en la selvade Yucatán, encaramados en un altar, a la manera de un par de ídolos.

La vestimenta y la historia sumadas a su increíble pequeñez, resultaron una combinación irresistible. Numerosos artículos aparecieron en los periódicos y la comunidad científica clamó por una oportunidad para examinar a los Niños Aztecas, la que le fue concedida (el veredicto salió publicado en el American Journal of Medical Sciences). Máximo y Bartola pasaron a ser los adorados del gran público y de la alta sociedad. Acto seguido, el presidente Millard Fillmore los invitó a la Casa Blanca.

En 1853, Morris se trasladó con los hermanos a Inglaterra. Fueron exhibidos primero en la Sociedad Etnológica y en el Palacio de Buckingham, ante la Reina Victoria. Tres mil personas asistieron los dos primeros días de la muestra pública. El prestigioso anatomista Richard Owen los visitó, dando comienzo a un debate que involucró a la comunidad científica europea, destinado a establecer qué eran los Niños Aztecas (lo que acrecentó aún más su popularidad).

Durante su gira por el resto del continente fueron presentados ante diversas cortes (como la austríaca y la rusa) y, ya de regreso en los Estados Unidos, pasaron una temporada en el Museo Barnum, dónde les sacaron muchas de las fotografías que actualmente se conservan de ellos. Poco a poco, el interés del público fue desplazado hacia otros descubrimientos y, en un intento por recuperar la fascinación perdida, fueron casados el 7 de enero de 1867 en Londres, alegando que en la cultura azteca estaba permitido el matrimonio entre hermanos (en las invitaciones figuraban como el señor Máximo Valdez Núñez y la señora Bartola Velásquez).

Los hermanos fueron exhibidos hasta 1909, bajo el “protectorado” de diversos managers (Morris fue sólo el primero). Se desconocen los detalles de su desaparición.

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