Por Germán Tinti
En 1928, la FIFA decidió organizar un Campeonato Mundial de Fútbol en el que participarían seleccionados
de Europa y de América. En homenaje a los últimos campeones olímpicos, se designó a Uruguay como sede
de esta primera competencia ecuménica. Copa.
Para premiar al ganador, el presidente de la FIFA, el abogado francés Jules Rimet, encomendó a Abel
Lafleur la confección de un trofeo. El artista se inclinó por una alegoría de Niké –diosa griega de la victoria–,
con alas estilizadas y una base de lapislázuli en la que se irían incorporando pequeñas placas con el nombre
de los seleccionados que la fueran ganando.

El trofeo estaba confeccionado con oro macizo y tenía un peso de unos 4 kg,. una altura de 30 centímetros
y un valor de 50.000 Francos Suizos (algo más de 400.000 Dólares actuales). El autor la bautizó «Diosa de la
Victoria». También se definió que si un seleccionado ganaba el mundial en tres ocasiones, se quedaría con
el trofeo en propiedad. En el caso que sucediera eso (no sabemos si creían que era poco probable) habría
que ponerse buscar un artista que creara un nuevo premio.
Debajo de la cama
Como se sabe, el de Uruguay fue el primer seleccionado en levantarla. Después Italia la ganó en dos
ocasiones y ya se frotaba las manos al imaginarla permanentemente en sus vitrinas cuando los tanques
alemanes invadieron Polonia, dando inicio oficialmente a la Segunda Guerra Mundial.
Con el mundo en guerra obviamente se suspendió todo tipo de competencia deportiva en los países
involucrados y, también, a nivel internacional. Esto incluía, claro está, a la Copa Mundial de Fútbol, que
entró en pausa por una docena de años.
Como último ganador de la competencia, la copa estaba alojada en la Federazione Italiana Giuoco Calcio.
Bah, en realidad estaba en la caja de seguridad de un banco en Roma. El entonces vicepresidente, Ottorino
Barassi –ante la inminente invasión alemana a la península y su particular costumbre de saquear obras de
arte y artículos valiosos allí donde pisaban (claro, este no era el peor de sus «defectos»– retiró el trofeo de
la entidad bancaria, lo metió en una caja de zapatos e hizo lo que cualquier argentino haría con sus ahorros:
lo escondió debajo de la cama. Allí, juntando pelusa, estuvo la copa durante más de un lustro.
No estaba errado don Barassi. En 1941 las tropas del Fhürer allanaron el banco donde creían que estaba la
copa. Frustrados, registraron la casa del dirigente deportivo, otra vez con resultado negativo. Ciertamente
estos soldados eran medio estúpidos (bueno, eran nazis) y no se les ocurrió mirar debajo de la cama.
De este modo, la copa llegó intacta al Congreso de la FIFA de 1946, que se realizó en Luxemburgo y que,
además de decidir que el próximo mundial se haría en Brasil en 1950, se bautizó al trofeo creado por Abel
Lafleur con el nombre de su propulsor, que aún seguía presidente de la FIFA, Jules Rimet.
Una vez consumado el «maracanazo», para asombro del mundo entero, desconsuelo de los locales (que
hasta entonces no eran «verdeamarelos»), y condena permanente para Moacyr Barbosa, la copa viajó a Montevideo. A esta altura los charrúas, al igual que los tanos, estaban al borde de quedarse con la estatuilla dorada para siempre.


La cosa siguió sin grandes novedades, si es que no consideramos «grandes novedades» que Alemania le
afane el campeonato a Hungría en la cita suiza de 1954 (pero bueno, con el tiempo se iría haciendo
costumbre que los germanos se afanen los torneos) y que en 1958 el fútbol cambiaría para siempre con la
irrupción de un tal Edson Arantes do Nascimento.
Escándalo en Londres
No, el escándalo no es por la expulsión de Antonio Ubaldo Rattin en el partido de cuartos de final ante los
locales, ni el descarado robo en la final que Inglaterra le ganó a Alemania con un gol fantasma. Es anterior a
todo esto.
En 1966 se produjo el primer robo de la Jules Rimet. El trofeo se exhibía en el Central Hall Westminster de
Londres, como parte de la promoción previa al inicio del mundial a disputarse en la tierra de los inventores
del fútbol moderno. Pero casi cuatro meses antes del inicio del certamen, mientras todos asistían a una
celebración religiosa en el primer piso y los Bobbys de Scotland Yard bobeaban, alguien entró por la puerta
de atrás, agarró la copa y se piró sin que nadie se diera cuenta.

Al día siguiente, el presidente de la Asociación Inglesa de Fútbol, Joe Mears, recibió un anónimo que lo
convocaba a reunirse en un bar. En su lugar fue un inspector de Scotland Yard, que detuvo a un exmilitar de
apellido Bechley. Sin embargo este no era el ladrón, que enterado de la detención de su cómplice,
abandonó el trofeo envuelto en diarios en un parque, donde fue encontrado por el perro Pickles, que era
paseado por su dueño. El can ganó fama mundial por su proeza y comida de por vida provisto por una
fábrica de alimentos para mascotas.El nombre del ladrón, Sidney Cugullere, se conoció recién en 2018,
trece años después de su muerte. Nunca fue procesado por el hecho.
¿Lingotes o un coleccionista?
En 1970, Brasil obtuvo por tercera vez la Copa del Mundo (la primera fue en 1958 en Suecia y cuatro años
después en Chile) y obtenía el derecho de llevarse la Jules Rimet para siempre.
¿Siempre? Eso es mucho tiempo. En realidad estuvo en la sede de la Confederación Brasileña de Fútbol en
Barra da Tijuca, Rio de Janeiro, hasta el 19 de diciembre de 1983. Ese día, un grupo de delincuentes forzó la
parte trasera de la vitrina supuestamente blindada en la que estaba el trofeo, lo agarraron y se fueron
silbando bajito. Todavía están esperando que suene alguna alarma.
Nunca más se supo nada de la pequeña escultura. La versión oficial indica que fue fundida y dividida en
lingotes. Pero existe, además, una hipótesis mucho más interesante, que es como deben ser las hipótesis
según Borges. Y es que algunos investigadores, periodistas y fanáticos han planteado que el robo pudo
haber sido un encargo de un coleccionista privado, que luego habría mandado a simular su desaparición
con una copia fundida. Lo cierto es que no existen indicios que permitan descartar algunas de las dos
opciones.
De todos modos, la policía brasileña investigó al joyero argentino, radicado en Rio, Juan Hernández, pero
no pudo comprobarse su vínculo con el hecho. De ser ciertas las sospechas, Hernández hubiera sido el
primer argentino en levantar una Copa del Mundo.

¿Y Colombia?
Alguno preguntará, no sin perspicacia, si no habían sido tres los robos de los que había sido objeto la Copa
Jules Rimet. Si y no. Lo cierto es que en 1980 era exhibida en Bogotá, Colombia, cuando un número no
precisado de personas ingresó al salón en donde estaba y se la llevaron. Tan grande fue su decepción
cuando corroboraron que se trataba de una réplica de poco valor que había enviado la FIFA para una
exposición, que no tuvieron problemas en abandonarla al alcance de las autoridades.
Después de este último hecho, la FIFA decidió que el trofeo que reemplazó a la copa Jules Rimet quede
permanentemente en la sede de Zurich. Solamente la sacan para que la levante el capitán del equipo
campeón e inmediatamente la reemplazan por una réplica. Y es que estamos hablando de 5 kg. de oro
sólido, algo que puede tentar a más de uno.



