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Crónicas al Voleo

La revolución de los hermanos Kennedy

Crónicas al Voleo y un capítulo de historia argentina.
Por Germán Tinti

Por la Ruta Nacional 12, viajando desde Paraná con rumbo a Goya, casi en el límite entre las provincias de Entre Ríos y Corrientes, está La Paz. Fundada por iniciativa de la legislatura entrerriana el 13 de julio de 1835 en el paraje conocido desde el siglo XVIII como Cabayú Cuatiá. Cerca de allí, en la Estancia Los Algarrobos, de más de 7.000 hectáreas, propiedad de Carlos Duval Kennedy y de Rufina Cárdenas. Descendiente del caudillo correntino Juan Genaro Berón de Astrada, nacieron y se criaron los 10 hijos del los hijos del matrimonio; entre ellos Eduardo, Roberto, Mario y siente hermanos más. Allí se hicieron duchos en tareas rurales, expertos jinetes y diestro en el manejo de armas.

En su libro “Los Kennedy” (1934), el poeta, dramaturgo y narrador uruguayo Yamandú Rodríguez, describe la estancia con inspirada pluma: “Es grande y arisco el solar. Tierra entrerriana de rancio abolengo democrático. Allí el derecho amanece con Artigas y llega al meridiano con Urquiza. Cuna de gauchos cantores y altaneros, prontos siempre a saltar a caballo para cruzarse por la dignidad. Honrada gente de campo acostumbrada a vivir mal y morir bien. Borrosas figuras de friso. Muy humildes, muy simples, sin letras casi. Rubrican con el lazo. Crecen en los peligros. El predio familiar ofrece a los Kennedy su mano áspera: montes de quebracho que amacizan arbustos espinosos. Cada rotura tiene un zurcido de liana. De tanto en tanto el monte se detiene a respirar. La boca. Una abra. En seguida vuelve a cerrarse, tupido, elástico de enredaderas. Los senderos se arrastran. Forman nudos, se destrenzan” .

En defensa del “Peludo”

Hombres de reconocida filiación radical, amigos personales de Hipólito Yrigoyen, los tres hermanos tenían atragantado el golpe con que José Félix Uriburu había derrocado en 1930 al “Peludo”. Desde esa época conspiraban pergeñando acciones  que pudieran poner de nuevo al país en la senda democrática. En su semblanza, Yamandú Rodríguez expresa que “estaban en una feria ganadera efectuando ventas de toros, cuando recibieron noticias del atentado cometido el 6 de septiembre contra la Constitución Argentina. Desde ese momento los hermanos Kennedy vivieron para combatir al dictador”. Durante esta etapa de confabulaciones entran en contacto con el Teniente Gregorio Pomar, un militar leal a Yrigoyen (había sido su Edecán) que en 1931 ya había intentado, sin éxito, un levantamiento en contra de Uriburu.

El plan era sublevar el Regimiento de Caballería de Concordia y, al mismo tiempo, tomar la comisaría de La Paz,. La intención era que se produjera un “efecto dominó” en todo el país que provocará el final del régimen. «Recuerdo muy bien los prolegómenos del movimiento –indica Roberto Kennedy (h), que por entonces tenía 6 años– las reuniones previas realizadas en distintas estancias de la zona. Ya en diciembre de 1931, el levantamiento se postergó por respeto a las fiestas religiosas; finalmente se eligió el día 3 de enero a las 3 de la madrugada. Esa misma jornada se hizo un asado en la casa de Mario Kennedy, donde concurrieron los que iban a atacar la comisaría, que estaba ubicada junto a la jefatura policial, en un edificio grande que ocupaba toda una manzana. Mi padre llegó a la casa ( a seis cuadras de la jefatura) a las 12 de la noche, cuando los presentes habían dado cuenta del asado (él no comía en semejantes ocasiones). Cuando entró, se dio cuenta de que muchos se estaban aflojando, hablando de sus familias y buscando pretextos para renunciar al intento”.

De los 60 hombres que reunieron en la víspera del levantamiento, solamente 16 se decidieron a tomar las armas y seguir adelante con el plan.

Pedaleando en el aire

A pesar de la inferioridad numérica, el asalto a la comisaría (defendida por 25 efectivos) fue finalmente realizado con todo éxito por sólo seis hombres (los otros diez actuaron como apoyo y control de la retaguardia), entre ellos los tres hermanos. En un breve pero encarnizado tiroteo lograron copar el destacamento produciéndole dos bajas a los uniformados. En pocas horas los 16 confabulados tomaron el control del pueblo y recibieron numerosas expresiones de apoyo. Pero también recibieron la peor de las noticias: el levantamiento de Concordia nunca ocurrió. El teniente Pomar había fallado una vez más.

Uriburu, que enfrentaba una enfermedad terminal y transitaba los últimos meses de su ilegítimo gobierno (y de su vida) decidió dar un mensaje ejemplar en la represión del levantamiento. Un total de 500 efectivos de la Armada, el Ejército y la policía provincial llegaron por tierra, aire y río a La Paz en pocas horas.

Los hermanos Kennedy se internaron en el espeso monte de la estancia Los Algarrobos; una zona inexpugnable para cualquier forastero pero que los Kennedy conocían como la palma de sus manos. La infantería quemó campos, los aviones de la Armada bombardearon (que puta manía) los montes, los policías hicieron rastrillajes, pero no hubo resultados. En pocos días Eduardo, Roberto y Mario pudieron llegar a la estancia de una de sus hermanas en Corrientes. Poco tiempo después, no sin tener un nuevo enfrentamiento con gendarmes, lograron romper el cerrado cerco que pretendían imponer las fuerzas de seguridad y llegar a la República Oriental del Uruguay.

El camino del exilio

“Se exiliaron al ser perseguidos por las fuerzas armadas y seguridad argentinas tras el levantamiento de enero de 1932 –explica Jorge Repiso, autor del libro “Los Kennedy Tres hermanos que casi cambiaron la historia”, al diario Clarín–. Cuatrocientos hombres los atacaron desde el río Paraná, desde aviones de guerra, y por tierra utilizando al ejército, la policía y hasta civiles adeptos a Uriburu. En sus campos ocurrió el primer bombardeo de militares argentinos contra compatriotas de la historia. Desde el exilio lucharon como pudieron pero también debieron mantenerse (fueron cinco años). Uno de ellos, Mario, volvió a ingresar al país en 1933 cuando un comando militar-radical intentó copar una guarnición en la ciudad entrerriana de Concordia”.

Entre lo oneroso que resulta la vida del exiliado y las sucesivas expropiaciones que realizó el Estado sobre sus tierras, los tres hermanos quedaron en bancarrota. De todos modos, y a pesar de algunos pocos libros (a los ya citados de Yamandú Rodríguez y Jorge Repiso hay que agregar el de Daniel González Rebolledo: “Los Kennedy del Sur”) Repiso pone el acento en la falta de repercusión de estos hechos, y sostiene que no es casual: “Desde el comienzo de mi investigación tuve la certeza de que los hechos habían sido deliberadamente olvidados. Fue humillante para los gobiernos militares de Uriburu y Justo, para las fuerzas armadas y de seguridad, y además, para los pobladores de La Paz que se adhirieron a la represión contra los Kennedy, haber perdido o en todo caso, no haber podido encarcelarlos”.

Imponerse el olvido

La dictadura salió indemne de este levantamiento (y otros más). Uriburu entregó la presidencia a Agustín Pedro Justo poco más de un mes después de la fallida revolución y marchó a París para morir dos meses más tarde. Por su parte, los Kennedy permanecieron en el exilio hasta fines de la década de 1930.

Cuando volvieron al país muchos los recibieron como héroes, pero el radicalismo, el partido por el cual habían arriesgado vida y fortuna, no fue demasiado demostrativo. «Los Kennedy fueron boicoteados por el Comité Nacional cuando llegaron al país en el Vapor de la Carrera –recuerda Roberto Kennedy (h)– . Alvear mismo había dicho que a los Kennedy habría que olvidarlos. En Retiro, sí, cuando llegamos, pudimos palpar la simpatía del pueblo, aún el de los obreros ferroviarios, que nos alentaban. Lo mismo pasó en la provincia de Santa Fe. Por otra parte había rumores de que algunos radicales preparaban una encerrona contra nosotros en Santa Fe”, algo que de hecho ocurrió, cuando fueron perseguidos por un vehículo con hombres armados, a quienes perdieron luego de algunas maniobras evasivas.  Más que olvidarlos, algunos radicales pretendían eliminarlos.

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