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Crónicas al Voleo

La odisea del Tornado de Torrance

La odisea del Tornado de Torrance
Por Germán Tinti (especial para Crónicas al Voleo)

Louie era un chico conflictivo. En la escuela se metía constantemente en problemas, armando peleas con sus compañeros de la preparatoria o con cualquiera en las calles de Torrance, la pequeña ciudad al sur de Los Ángeles a la que llegó con su familia cuando era niño, proveniente de la aún más pequeña localidad de Olean, al norte del estado de Nueva York, muy cerquita del lago Erie, límite natural con el Canadá.

Hijo de inmigrantes italianos, Louis Zamperini era el segundo de cuatro hermanos: Pete era el mayor, Virginia y Silvie las menores. A causa de una neumonía que sufrió de niño, y por consejo médico, la familia Zamperini debió dejar las frías tierras del norte de Nueva York para buscar el más amigable clima del sur de California donde, según el título de la canción de Albert Hammonds, nunca llueve. El apellido italiano lo hacía blanco constante de burlas y agresiones, por lo que precozmente aprendió a defenderse y a contragolpear. No era raro que llegara a su casa con un ojo en compota y escoltado por un par de agentes de policía.

Salir a las pistas

Con la finalidad de que deje de meterse en quilombos y, de paso, se alejara de su precoz afición al tabaco y al trago, Pete lo invitó a participar en los entrenamientos del equipo de atletismo de la secundaria de Torrance. Rápidamente se puso en evidencia que el muchacho tenía condiciones para las carreras de media distancia, a punto tal que en la primera en la que participó obtuvo el quinto lugar. No era Luigi Becalli, el italiano que por aquellos años se quedaba con la medalla de oro en los 1500 metros en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles, pero para empezar estaba bastante bien.

El auspicioso comienzo entusiasmó a Louis que comenzó a entrenar con verdadera dedicación y pasión. Y también empezó a destacarse en las competencias en las que intervenía. En 1934 rompió el récord escolar en carreras de milla (unos 1600 metros) y eso empezó a hacerlo bastante reconocido en su escuela y en su pueblo. También este récord le permitió clasificar para el campeonato estatal, que también ganó y le valió una beca en la Universidad del Sur de California. Ya no se burlaban más de su apellido italiano, o por lo menos dejó de importarle ese asunto.

Los Juegos Olímpicos y el saludo del gran satán

Cargado de entusiasmo y optimismo, Zamperini decidió probar suerte en la clasificación a los Juegos Olímpicos de 1936. Se vio sin chances para los 1500 metros, pero se animó a las eliminatorias de los 5000, que se disputaban en la isla de Randall, en la ciudad de Nueva York. En aquel entonces los atletas debían solventarse sus aspiraciones olímpicas. Louie consiguió el pasaje en tren en forma gratuita porque su padre era empleado del ferrocarril y el apoyo de comerciantes de Torrance le permitió contar con algún efectivo para mantenerse mientras duraba la clasificación.

Obtuvo el pasaje a Berlín al empatar con Don Lash, dueño del récord nacional de la categoría. Las crónicas describen una épica carrera final que se llevó a cabo el día más caluroso de un verano particularmente caluroso en el que los pajaritos se caían de los árboles. Fue (aún es) el atleta norteamericano más joven en clasificar a los 5000 metros olímpicos.

Desde un principio se sabía que el equipo norteamericano no tendría muchas chances de pelear algún lugar en el podio de las carreras de media y larga distancia, que finalmente –tal como se preveía– se repartieron entre fineses y suecos. Sin embargo, la actuación de Zamperini, que finalizó octavo, llamó la atención de Hitler que pidió saludarlo luego de la competencia. Louie había hecho una velocísima última vuelta en 56 segundos y cuando se encontraron, Adolf le estrechó la mano y le dijo (traductor mediante) «Ah, eres el chico con el final rápido». Re simpático el fhürer.

La patria llama

Finalizadas las olimpíadas, Zamperini continuó compitiendo para la Universidad del Sur de California con buenas marcas, llegando a batir el récord nacional universitario en la carrera de milla (1600 metros), a pesar de que en la carrera sus competidores lo pateaban en las canillas para retrasarlo. Ese récord se mantuvo durante 15 años y le valió el apodo de «el Tornado de Torrance».

La carrera deportiva de Louie se interrumpió cuando Japón hizo un desastre en Pearl Harbor. La Segunda Guerra se metió de lleno en Estados Unidos y el muchacho que había abrazado la pista olímpica en su Torrance adoptivo sintió el llamado del Tío Sam y en septiembre de 1941 se alistó en la Fuerza Aérea con el grado de subteniente. Su destino fue la isla de Funafuti, en el frente del Pacífico. En abril del ‘43 el Consolidated B-24 Liberator en el que prestaba servicio fue alcanzado por fuego nipón y a duras penas pudo volver a su base. Fue reasignado a otro B-24 que por problemas mecánicos se estrelló en el océano.

Sobrevivieron Zamperini y dos hombres más, el piloto Russell Allen «Phil» Phillips y Francis «Mac» McNamara, que en una pequeña balsa debieron pasar casi 50 días a la deriva, soportando ataques de tiburones y de aviones japoneses, alimentándose de pescados o aves crudas que lograban capturar y bebiendo agua de lluvia. McNamara murió en la mitad de la odisea. Louie y Phillips llegaron a una de las islas Marshall de la Micronesia, donde fueron tomados como prisioneros por las fuerzas enemigas. Lo que soportaron desde entonces hizo ver la vida de náufragos como unas vacaciones.

El rigor nipón

El Tornado de Torrance fue confinado primero en el atolón de Kwajalein, poco después fue transferido al campo de prisioneros Ōmori en Tokio y finalmente trasladado al campo de Naoetsu en el norte del Japón. Allí lo agarró de punto el cabo Mutsuhiro Watanabe que se dedicó a atormentarlo con la reconocida prolijidad japonesa (al parecer, cuando son buenos son tremendamente buenos, pero cuando son unos cabrones… bueno). Al final de la guerra, Watanabe fue incluido entre los 40 criminales de guerra más buscados. Entre cada sesión de tortura, Zamperini intercambiaba recetas de cocina italiana con el mayor Gregory Boyington. Estas conversaciones permitían hacer pasar mejor las horas muertas y olvidar, momentáneamente, las infrahumanas condiciones a las que eran sometidos. Así pasó sus días hasta el final de la guerra.

En ese lapso Louie fue declarado perdido del mar y, un año después, muerto en combate. En 1945 fue recibido en Estados Unidos como héroe de guerra. Se casó un año después y, atormentado por los recuerdos, se entregó a la bebida hasta que fue redimido por la fe; lo que lo impulsó a perdonar a todos aquellos que lo habían torturado cuando era prisionero de guerra, incluido el hijo de remil de Watanabe.

Zamperini murió en 2014; no sin antes poder asistir a la exhibición privada del primer montaje de la película que Angelina Jolie filmó inspirada en su historia. Tal vez valga la pena cualquier sacrificio para que Angelina se fije en uno.

Que Angelina te apoye la cabeza en el hombro. Para todo lo demás existen las tarjetas de crédito.

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