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Crónicas al Voleo

La Madrina del rock

La Madrina del rock
Por Germán Tinti (especial para Crónicas al Voleo)

Tan solo tenía seis años cuando la pequeña Rosetta Nubin, tomada de la mano de su madre, Katie Bell, bajó del tren que había tomado en Cotton Plant, casi mil kilómetros atrás, y puso un pie en Chicago. Para ese entonces (1921) la gran guerra era un oscuro recuerdo y en los principales países de occidente (los que ganaron la guerra) se desataba lo que la historia registró como «Los felices años veinte». Todo el mundo parecía estar de joda todo el tiempo.

(Dato de color y levemente autorreferencial: Mis nonos, Gina y Giuseppe, antes de venir a Argentina vivieron unos años en París y uno de los primeros días de su residencia en Francia, asombrados por el clima de constante celebración que observaban, le preguntaron a un vecino el motivo de esa euforia colectiva. “Señor, hemos ganado la guerra” fue la casi solemne respuesta).

En su pequeño caserío natal, que por entonces apenas superaba el centenar de habitantes, los padres de Rosetta se dedicaban a la cosecha de algodón, como casi todos los que allí vivían (y no eran dueños de plantaciones de algodón, claro). Pero además, Katie Bell tocaba el banjo y cantaba en la iglesia bautista del pueblo, el escenario donde a los cuatro años la pequeña Rosetta empezó a cautivar audiencias con su voz.

Los años de Chicago

El desarrollo industrial y la bonanza económica atraían a Chicago una numerosa migración interna, especialmente afroamericanos provenientes de los estados del sur. Con todos estos nuevos habitantes de «la ciudad de los vientos», que arribaban en busca de trabajo y de una porción de la torta (que pocos conseguían), llegaba también el blues y el gospel del sur profundo. La creciente comunidad negra fue imponiendo la música que traían en sus maletas de cartón, en sus mentes y en su alma hasta conformar un estilo particular que pasó a la historia como el «blues de Chicago». En ese ambiente creció Rosetta. Cantaba en su iglesia y de a poco la gente empezó a ir a misa para escucharla. Llegaban desde todos los puntos de la ciudad.

A los 19 años se casó con el reverendo Tommy Tharpe, aunque el matrimonio no duró demasiado. La sospecha generalizada es que Tommy empezó a explotar el talento de Rosetta en propio beneficio. Su iglesia se ponía hasta las banderas cuando su esposa subía al escenario.

Un par de años después Rosetta, ya divorciada, y Katie Bell se mudaron a Nueva York y ante la joven cantante se desplegó un abanico de posibilidades artísticas insospechado. De las iglesias pasó a los bares y clubes nocturnos, un circuito en el que fue abriéndose paso y haciéndose un nombre, aún con todas las dificultades que por aquel entonces implicaba ser mujer y negra.

En la Gran Manzana

Los felices años veinte le habían dejado su lugar al crack del ‘29 y a la gran depresión, pero las dificultades económicas no impedían que en las grandes ciudades la maquinaria artística y creativa siguiera girando. La presencia escénica de Rosetta era particular para la época, plantada ante el micrófono y con una vieja guitarra Stella amplificada (todavía faltaban algunos años para que Leo Fender inventara la guitarra eléctrica) atraía cada vez a audiencias más y más grandes. Finalmente, cuando estaba por cumplir 30 años firmó un contrato para la discográfica Decca y lanzó «Rock me», considerada por muchos historiadores musicales como la primera canción de rock’n’roll, varios años antes de que existiera el rock’n’roll.

Pero no todas eran rosas en el camino de la Hermana Rosetta. Más bien era casi todo espinas. Un contrato leonino que la vinculaba con la banda de Lucky Millinder la obligó a cantar, por siete años, solamente lo que el tal Millinder –un exitoso showman con banda propia, que no tocaba ningún instrumento y ni siquiera cantaba, pero tenía éxito– le exigía. Las canciones que estaba obligada a interpretar tenían letras banales y pasatistas («Quiero un papá alto y flaco. Eso es todo lo que jamás necesitaré») y estaban muy lejos de las canciones profundamente espirituales que acostumbraba a cantar como solista.

La segregación racial fue también un enorme obstáculo que debió afrontar Rosetta. Durante las giras no fueron pocas las noches en que, junto a los demás miembros de color de la compañía, debieron dormir en el ómnibus porque no les permitían ingresar a los hoteles. En los lugares de concierto muchas veces debían ingresar por una puerta distinta a la que utilizaban los blancos. No obstante muchas veces se las ingenió para voltear algunas barreras. No era raro que en sus actuaciones solistas invitara a artistas blancos a acompañarla, como sucedía a menudo con «The Jordanaires», un cuarteto vocal que posteriormente llegó a hacerle coros a Elvis Presley y a quienes Rosetta llamaba sus «bebés blancos».

Aplausos y segregación

Basada en esta larga y contradictoria historia de ovaciones y destratos, en las que recibían el aplauso de multitudes pero los dueños de los clubes o los teatros se negaban a servirle comida, lanzó «Strange things happening every day» («Hay cosas extrañas que suceden todos los días / Jesús es la luz santa / Convirtiendo la oscuridad en luz / Hay cosas extrañas que suceden todos los días / Le dio la vista al ciego / Cuando lo alabó con todas sus fuerzas / Hay cosas extrañas que suceden todos los días»), que en 1945 se convirtió en la primera canción de góspel en llegar al top ten del rhythm and blues

Cuando conoció a Marie Knight la vida le dio un respiro. Esta cantante, pianista y percusionista se convirtió en un complemento perfecto. Musicalmente primero, sentimentalmente poco después. En el escenario descollaban, en la intimidad eran amantes. Un amor prohibido para los cánones morales de la época y del que jamás hablaron o hicieron demostraciones en público. La pareja solamente duró cuatro años y se quebró cuando la madre de Marie falleció. Sin embargo, esos pocos años bastaron para que la historia la reconozca como el gran amor de la vida de Rosetta.

A pesar de todo, en 1951 Rosetta volvió a casarse, esta vez con Russell Morrison. La boda fue por todo lo alto, se realizó en el Griffith Stadium de Washington y asistieron unas 25 mil personas que pagaron una entrada para ver a la cantante dar el sí y luego disfrutar un recital.

Cuando las luces se apagan

Cuando su popularidad en Estados Unidos comenzaba a decaer, salió de gira por Europa con el trompetista trompetista Chris Barber. Fue un éxito instantáneo, era la primera vez que llegaba al viejo continente una artista de góspel y blues auténtica y original.

En 1970 emprendió una gira europea con Muddy Waters, pero luego de un concierto en Copenhague sufrió una descompensación y debió volver a Estados Unidos. A causa de la diabetes debieron amputarle una pierna. Esta circunstancia, además de la muerte de su madre dos años antes, la sumió en una profunda depresión de la que no pudo recuperarse. Finalmente, murió el 9 de octubre de 1973. «Voy a volver, pero no le voy a decir a nadie cuando», había anticipado poco antes.

«Sister Rosetta Tharpe era todo menos común y simple, era una gran mujer, bonita y divina, por no decir sublime y espléndida. Tenía una poderosa fuerza de la naturaleza (…) Estoy seguro de que muchos jóvenes agarraron una guitarra eléctrica después de verla» dijo de ella Bob Dylan.

«Cantaba hasta hacerte llorar y luego cantaba hasta que bailaras de alegría. Ayudó a mantener viva la iglesia e hizo disfrutar a los santos» puede leerse en su epitafio.

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