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Crónicas al Voleo

La leyenda de Ken Miles

La leyenda de Ken Miles
Por Germán Tinti (especial para Crónicas al Voleo)

«Hay un punto, a siete mil revoluciones por minuto, donde todo se esfuma. La máquina se vuelve liviana, desaparece. Y lo único que queda es un cuerpo moviéndose por el espacio y el tiempo. Siete mil revoluciones por minuto: ese es el límite, lo sientes venir, te susurra de cerca en el oído, te hace una pregunta, la única que importa: ¿quién eres?».

Es probable que estas palabras pertenezcan más al guionista de la fantástica película «Contra lo imposible» que al piloto británico – estadounidense Ken Miles, el hombre que llevó a Ford a superar por primera vez en la historia a Ferrari en las míticas «24 horas de Le Mans».

Desembarco de Normandía

Ken Miles había nacido en Sutton Coldfield, un suburbio al noroeste de Birmingham, en las tierras medias occidentales de Inglaterra, diez días antes de la finalización de la Primera Guerra Mundial. A los 11 años ya corría en motos, pero a los 15 descubrió que tenía una enorme pasión por la mecánica y entonces cambió el colegio por un trabajo de aprendiz en la Wolseley Motors, por entonces el mayor fabricante de automóviles en Gran Bretaña.

Durante la Segunda Guerra sirvió como Sargento en el ejército británico y en 1944 comandó una unidad de carros de combate en el desembarco de Normandía. Vencido el eje, Miles regresó a Birmingham y fue fichado por la Morris Motors, la compañía que años atrás había absorbido a la Wolseley, y a competir para Bugatti.

Érase una vez en América

Pocos años después decidió saltar el charco y se instaló en Los Ángeles. Por esos años comenzaban a ganar importancia y popularidad las carreras automovilísticas de resistencia como las 12 horas de Sebring. Allí comenzó a trabajar en los talleres de Gough Industires, distribuidor en la costa oeste de los automóviles británicos MG.

Al mismo tiempo siguió despuntando el vicio de las carreras y compitió en el Club Americano de Autos Deportivos (SCCA por sus siglas en inglés), ámbito en que a fuerza de victorias, audacia y una buena dosis de mal genio comenzó a hacerse un nombre en el ambiente automovilístico norteamericano.

En ese ámbito es que entra en contacto con Carroll Shelby, un diseñador de automóviles que con anterioridad había estado en el negocio de la basura, del petróleo y de las aves de corral. Pero en realidad lo suyo era el automovilismo.

El ganador de Le Mans

Shelby, nacido en Texas, llegó a correr casi una decena de carreras de fórmula uno con escaso éxito (un cuarto lugar fue su mejor clasificación), así que se centró en las competencias de Sport Prototipos y en 1959 se convirtió en el primer estadounidense en ganar las míticas 24 horas de Le Mans, al mando de un Aston Martin. Después de esta edición Ferrari monopolizó el lugar más alto del podio durante las siguientes seis ediciones.

(En este punto es necesario decir que el primer americano que se impuso en el tradicional circuito francés fue el argentino Froilán González en 1954 conduciendo una Ferrari.)

Shelby admiraba a Miles como piloto, pero fundamentalmente por su enorme capacidad en el taller, preparando y reparando motores. De hecho, Miles se consideraba a sí mismo más mecánico que conductor. En algún reportaje expresó: «Soy un mecánico. Es mi vocación. Pilotar es como un hobby, una forma de relajarme, como el golf para otros. Me gustaría conducir un Fórmula 1, pero no para ganar dinero, sino para ver cómo funciona».

A la caza de Ferrari

Carroll Shelby contrató a Ken Miles como Director de Competición de su equipo. Al mismo tiempo fue contactado por la Ford Motor Company para que desarrolle un coche que compitiera con Ferrari en Le Mans. Henry Ford II se había quedado con la sangre en el ojo cuando Enzo impidió que el gigante norteamericano se quedara con la marca del cabalino rampante.

Shelby y Miles utilizaron todos los recursos que Ford puso a disposición y pasaron jornadas interminables probando nuevos conceptos y mejoras en el Ford GT40. En muchos casos los métodos para encontrar el origen de los problemas y vislumbrar su solución eran decididamente artesanales, como aquella prueba con algodones pegados al coche para identificar sus defectos aerodinámicos.

Henry Ford III

El «nuevo Ford» consiguió imponerse en los 2.000 kilómetros de Daytona de 1965, con Ken Miles y Lloud Ruby al volante, por delante de un Shelby Cobra Daytona y de otro Ford GT40. También lograron un podio en Sebring, pero en Le Mans las cosas no fueron bien y los problemas de fiabilidad costaron caros a Ford: los cinco GT40 abandonaron y Ferrari volvió a ganar. El coche que compartían Bruce McLaren y Miles se retiró por problemas en la caja de cambios.

Volver a empezar

Al año siguiente la dupla Miles – Ruby ganó las 24 horas de Daytona y las 12 horas de Sebring. En territorio norteamericano todo iba de maravillas, pero lo que desvelaba a Shelby, Miles y todo Ford era Le Mans. Para eso trabajaban e invertían fortunas.

Y el trabajo dio sus frutos. Aquella edición de la tradicional competencia francesa fue dominada por Ford de punta a punta, con Ken Miles todo el tiempo en la punta. En el último tramo de la carrera Miles le había sacado a sus perseguidores cuatro vueltas de ventaja, pero don Henry Ford III decidió que los tres Ford que venían ganando la carrera cruzaran la meta juntos, componiendo una fotografía histórica para la marca.

Los tres juntos

Miles tuvo que levantar el pie del acelerador y esperar a sus compañeros para enfrentar los tres juntos la bandera ajedrezada. Pero no fue un triple empate. El reglamento de Le Mans preveía que en caso de que dos o más coches llegaran juntos, se daría por ganador a aquel piloto que hubiera recorrido más distancia (o sea, que haya partido desde más atrás). La victoria y la estadística fueron para la dupla conformada por Bruce McLaren y Chris Amon. La gloria, que duda cabe, fue para Miles – Shelby.

Miles siguió trabajando con Shelby en Ford, desarrollando nuevos modelos del GT40. Mientras probaba este nuevo prototipo, el 17 de agosto de 1966, sufrió un accidente a más de 300 kilómetros por hora que le costó la vida. En el circuito de pruebas de Riverside nacía la leyenda.

El falso Miles

En 2003, el periodista de «Car & Driver» Brock Yates narró la historia de un anciano que vivía en una zona del estado de Wisconsin llamada «pequeña Escandinavia». Su nombre, claro, era Ken Miles y era conocido por sus vecinos como un ex-piloto de carreras que se ganaba la vida haciendo reparaciones mecánicas.

De acuerdo a lo que publicó Yates, el anciano afirmaba haber sobrevivido al accidente de Riverside con graves secuelas, y que Ford le dio una gran cantidad de dinero para que desapareciese. Todo apunta a que este anciano era un impostor, pero sus conocimientos técnicos, el parecido físico y los detalles sobre la biografía del auténtico Miles cimentaban el mito de que se tratara del auténtico.

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