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Crónicas al Voleo

Jim Thorpe, el más grande atleta indio

Jim Thorpe, el más grande atleta indio
Por Germán Tinti (Especial para «Crónicas al Voleo»)

«Un camino iluminado por un gran relámpago» bien podría ser el nombre de una canción de Luis Alberto Spinetta, pero en realidad es lo que significa «Wa-Tho-Hu» en idioma Kikapú y ese es el nombre indígena que le dieron a Jacobus Franciscus Thorpe, «Jim» para amigos, conocidos y el resto del mundo.

En rigor de verdad debería decir que «Jacobus Franciscus Thorpe» es el nombre anglosajón que le dieron a Wa-Tho-Hu, pero hubiera sido mucho más difícil hacer referencia al Flaco Spinetta. En adelante utilizaré indistinta y caóticamente ambos nombres y el apodo.

Jim era en sí mismo un «crisol de razas»: Su padre, Hiram Thorpe, de quien algunos biógrafos hacen notar –no sin malicia– su oficio de contrabandista, era hijo de un padre irlandés y madre perteneciente a la nación nativa Sac y Fox (comunidad de Oklahoma en la que nació Jim en 1887); mientras que su madre, Charlotte Vieux, era hija de un padre francés y madre potawatomi, tribu que convivía en el mismo territorio que los Sac y Fox.

Desde niño todo fue difícil para Wa-To-Hu. Su hermano gemelo falleció cuando tenía 8 años. El impacto que esto produjo en Jim, sumado al hecho que su madre murió algunos años después, lo convirtieron en un muchacho rebelde que se dedicaba a fugarse de cada escuela en que su padre lo anotaba. Finalmente decidió interrumpir los vínculos familiares y trabajar en un racho de cría de caballos por un largo tiempo.

Deportista sin límites

Recién a los 17 años hizo las paces con su padre y acordó asistir a la Carlisle Indian Industrial School en Pensilvania. Por aquel tiempo todo era muy ordenadito en Estados Unidos: los indios con los indios, los negros con los negros y todos manteniendo prudente distancia de los blancos. El objetivo de esta escuela, luego replicada en distintos puntos del país, era la asimilación forzada de los niños indígenas a la dominante cultura blanca.

Allí se destacó en actividades deportivas desde el primer día. Al poco tiempo se lo disputaban los entrenadores de fútbol americano, básquet, hockey sobre hielo, béisbol y boxeo, y a todos les decía que sí. Sin embargo la leyenda comenzó a forjarse una mañana en la que, en ropa de calle, paseaba por la pista de atletismo y aceptó la invitación de un grupo de atletas que practicaban salto en alto. En su primer intento marcó 1,75 m. Si bien las mejores marcas rondaban el metro noventa y pico, no estaba nada mal para un principiante con zapatos.

Thorpe ganó la atención a nivel nacional en Estados Unidos por primera vez en 1911. Fue cuando en un partido de fútbol americano frente a la universidad de Harvard se desempeñó como atacante, defensor, pateador ofensivo y pateador defensivo; anotó todos los puntos del equipo (cuatro goles de campo y un touchdown) y logró que Carlisle se quedara con la victoria.

En sus años de estudiante, Dwight Eisenhower debió enfrentarlo y en un discurso que dio en 1961, su último año de mandato presidencial, lo recordaría con estas palabras: «Aquí y allá, hay personas que son dotadas de manera suprema. Mi memoria regresa a Jim Thorpe. Nunca practicó en su vida, y podía hacer lo que fuera mejor que cualquier otro jugador de fútbol americano que jamás vi».

Si bien el deporte favorito de Jim era el fútbol americano, obtuvo el derecho de integrar el equipo norteamericano de atletismo en los Juegos Olímpicos de Estocolmo, celebrados en 1912. Thorpe tenía enormes facilidades para disciplinas como carreras de velocidad (100 y 220 yardas) y de medio fondo (880 yardas), salto en alto, salto con garrocha, lanzamiento de martillo, jabalina y disco. En no pocos certámenes fue el único representante de su escuela para todas estas competencias.

En Estocolmo participó en pentatlón (salto en largo, lanzamiento de jabalina, doscientos metros, lanzamiento de disco y mil quinientos metros). Y en decatlón (disciplina que se estrenaba en esta edición y que incluía 100 metros llanos, salto en largo, lanzamiento de martillo, salto en alto, 400 metros llanos, 110 metros con vallas, lanzamiento de disco, garrocha, lanzamiento de jabalina y 1500 metros llanos). Y ganó ambas medallas de oro.

El suceso que provocó Wa-To-Hu en el ambiente deportivo por estas resonantes victorias fue inédito e inmediato, y el propio Rey Gustavo V de Suecia, en la ceremonia de premiación, le dijo admirado: «Usted, señor, es el más grande atleta del mundo».

El despojo

Pero, como dice el Martín Fierro, «Nunca faltan encontrones / Cuando un pobre se divierte». En 1913 alguien pensó que un indio sotreta no podía llevarse toda la gloria e hizo llegar hasta algún tabloide sensacionalista la información de que Thorpe había jugado béisbol profesional en Carolina del Norte en 1909 y 1910, durante las vacaciones universitarias, recibiendo módicos pagos.

En aquellos tiempos los juegos olímpicos eran completamente amateurs y el amateurismo no se manchaba. Por eso, a pesar del honesto descargo de Jim («Espero ser parcialmente perdonado por el hecho de que yo simplemente era un muchacho indio y no sabía nada de estas cosas. De hecho, yo no sabía que estaba haciendo algo malo, ya que solo estaba haciendo lo que muchos otros universitarios habían hecho, excepto que ellos no usaron sus nombres»). Pero el establishment fue implacable y ese mismo año el Comité Olímpico Internacional le retiró sus dos medallas de oro y se las adjudicó a quienes habían salido segundos, que a su vez la rechazaron porque entendían que Thorpe era el único que merecía poseerlas.

Después de eso, Jim decidió dedicare al béisbol, esta vez de manera profesional aunque sin el brillo de años anteriores. Su espíritu sintió el impacto de la dura sanción y durante casi 10 años deambuló con moderado suceso por equipos de las grandes ligas y alternado con franquicias de las ligas menores. En ese lapso alternó su actividad con el fútbol americano; jugando primero para los Canton Bulldogs y posteriormente para los Oorang Indians (equipo formado exclusivamente por indígenas), ambos de Ohio .

La decadencia

Con 41 años se retiró del fútbol y del béisbol… y se dedicó al básquet, integrando, entre 1926 y 1928, el «Jim Thorpe and his World-Famous Indians». Durante esos años realizaron exhibiciones en casi todo el país. Un dato curioso es que por esa misma época se formaba un equipo que también se dedicaría a realizar exhibiciones. Y que hasta el día de hoy son conocidos como los Harlem Globetrotters.

Cuando abandonó la actividad deportiva Jim Thorpe entró en una decadencia absoluta. Su salud se fue deteriorando al mismo ritmo que su situación económica. Parafraseando a José Larralde, se aconteció bebedor. Trabajó como extra en numerosas películas (generalmente hacía de indio, vaya casualidad); cavó zanjas, fue vigilador privado y durante un breve lapso de tiempo se integró a la marina mercante.

En 1951 se estrenó la película «Jim Thorpe – All-American». En ella, Burt Lancaster personifica al atleta indio más grande de la historia de los Estados Unidos. Thorpe no pudo ver su propia película porque no podía pagar el ticket. Dos décadas antes había vendido los derechos por apenas mil quinientos dólares.

Un año antes le habían diagnosticado cáncer. El hospital lo admitió como un caso de caridad. Su tercera esposa, Patricia Askew, en una entrevista rompió en llanto y afirmó «estamos quebrados…. Jim no tiene nada, solo su nombre y sus recuerdos. Ha gastado mucho dinero en su propio pueblo y lo han dejado solo. Ha sido explotado constantemente».

Un pueblo con su nombre

Jim Thorpe, Wa-To-Hu, murió de un paro cardíaco el 28 de marzo de 1953. Un pequeño pueblo de Pensilvania llamado Mauch Chunk convenció a la viuda para que sus restos descansaran allí. Las malas lenguas dicen que el pueblo compró los restos de Thorpe, erigió un monumento y cambió el nombre del pueblo en su honor (Jim Thorpe, Pensilvania); esto a pesar de que Thorpe jamás había estado allí.

Dicen que en sus últimos años, acorralado por la pobreza, la enfermedad y el alcohol, Jim Thorpe, Wa-To-Hu, solía repetir un ruego: «devuélvanme mis medallas». Tarde, muy tarde, Juan Antonio Samaranch Torelló cumplió sus deseos. Treinta años después de su muerte, las dos preseas doradas obtenidas en los Juegos Olímpicos de Estocolmo volvieron al «más grande atleta del mundo».

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