Por Germán Tinti (especial para Crónicas al Voleo)
El vermut es una bebida alcohólica, generalmente de baja graduación y compuesta de una base de vino combinado con una mezcla de hierbas maceradas. Se trata de un brebaje consumido en Italia, Francia, España, Estados Unidos y Argentina, siendo estos últimos fuertemente influenciados por la inmigración italiana.
Vermut. Las primeras noticias de este tipo de bebidas se remontan al siglo III antes de Cristo, cuando el célebre médico y filósofo griego Hipócrates comenzó a macerar en vino flores de ajenjo y hojas de díctamo y obtuvo lo que en la Edad Media fue llamado «vino hipocrático» o, sencillamente, «vino de hierbas».
A mediados del siglo pasado, el vermut era una ceremonia que se repetía en bares y hogares de las ciudades de nuestro país. El Gancia o el Cinzano con aceitunas y papitas eran un ritual obligado antes del almuerzo o cuando caía la tarde, cuando finalizaba la jornada laboral. En el Mercado de San Telmo aun resiste un barcito con aspecto de fondín en donde te sirven un generoso vaso de vermut, un sifón de vidrio y cuatro o cinco platitos. Una vuelta al pasado que puede reiterarse en diversos bares del país.

Rosario siempre estuvo cerca
Entre todas las etiquetas y marcas disponibles, hay una del que se puede decir que es argentina cien por ciento: el Amargo Obrero. Un vermut que nace en la ciudad de Rosario. Era 1887 y gobernaba al país el cordobés Miguel Juárez Celman. Argentina se encontraba en un proceso de industrialización favorecido por las primeras olas migratorias.
En ese contexto, el inmigrante italiano Pedro Calatroni, dueño de una fábrica de bebidas alcohólicas, comenzó a producir un «amaro» como los que había en su tierra natal. Así –más por gusto personal que otra cosa– comenzó a producir el Amargo Obrero.
Sin embargo, el brebaje debió esperar unos treinta años para comenzar a ser la estrella del catálogo de la fábrica de don Calatroni. En 1920 ingresó a la empresa el recién recibido Contador Hércules Tacconi (que con ese nombre bien podría haber sido un futbolista uruguayo) y adoptó al Amargo Obrero como la marca insignia de la fábrica.

El más popular
Al morir Calatroni, a principios de la década de 1950, Tacconi le compró a la viuda su parte. Nace entonces la Sociedad Anónima Tacconi y Compañía. Desde entonces el Amargo Obrero aumentaría exponencialmente sus ventas y –por ende– su producción. Para ello, Tacconi desarrolló una gran campaña publicitaria, dirigida especialmente a espacios de concurrencia masiva y popular como estadios de fútbol, hipódromos, veladas boxísticas, clubes, bares y bodegones. «Amargo Obrero, donde te bebo: en su club, su casa o en el bar. El aperitivo más popular» era el slogan que se repetían en cartelería callejera, publicidad en estadios, emisoras radiales y cines.
Si bien la estética de la etiqueta definitiva tiene características que remiten al anarquismo (colores rojo y negro) que dominaba la escena sindical en argentina cuando se creó la bebida, y al comunismo (un puño sosteniendo una hoz y referencias a la actividad industrial y agropecuaria), el gobierno peronista lo expuso como la representación del ideario justicialista en forma de vermut: «La dulzura es sinónimo de explotación laboral» mentía la maquinaria propagandística gubernamental conducida por Raúl Alejandro Apold.
«El amargo era fácil de tomar con bebida dulce, agua, soda, hielo solo –refiere Beltrán Ruiz, empresario gastronómico rosarino–. El peronismo lo toma como el aperitivo previo al asado, en un momento de gran consumo interno, de productos tanto locales como regionales».
Crecimiento y mudanzas
Al respecto, los descendientes de Hércules Tacconi afirman que «más allá de su etiqueta, no era una familia anarquista, no había afinidad política. Después el peronismo se apropió de la bebida, pero tampoco era que la familia fuera peronista».
María Delia Tacconi, nieta del fundador, recuerda que «la fábrica primero estaba en Mendoza y Rodríguez. Después se mudó a calle Paraguay al 400. Ahí ya recuerdo que íbamos a jugar con mi hermana y mis primos, pretendíamos trabajar como lo hacían los grandes. Era un espacio chiquito, un lío, porque entraban camiones gigantes a cargar en pleno centro de Rosario».
Posteriormente, y debido al incesante incremento de la demanda, debieron mudarse nuevamente, esta vez a Lavalle al 400. «Recuerdo ser adolescente en esa etapa –indica María Delia– íbamos siempre. Había ya un laboratorio, aparecieron las primeras computadoras, mucha gente trabajando. Fue cuando salieron los jugos Tacconi».

La decadencia
Avanzados los años 70 la popularidad del vermut comenzó a decrecer en forma inversamente proporcional al crecimiento del consumo de cerveza, que poco a poco fue ampliando su oferta de marcas y estilos. Cuando los que merodeamos los 60 pirulos éramos adolescentes, pedir un Gancia con limón era casi una excentricidad.
Tan es así que en 1987 la familia vendió la empresa a Bols. «Fue duro porque la sentíamos propia –expresa María Delia Tacconi– pero era complejo llevar adelante una empresa familiar siendo tantos. Mis sobrinos y mis hijos nos recriminan cómo pudimos venderla, apenas se acuerdan de la fábrica. Pero en ese momento sentimos que era el momento de venderla» Dos años más tarde, 1989, la compró Cepas Argentinas, su actual dueña, que ofrece el Amargo Obrero en un catálogo ambicioso de productos donde hay varios pesos pesados, como ron Bacardi, Gancia, Jack Daniels y Fernet 1882, por mencionar algunos.
El resurgimiento
Sin embargo, pasada la primera década del actual siglo se produjo un crecimiento global en el interés por este tipo de bebidas. En su obra «El gran libro del vermut» el periodista belga Francois Monti expone cómo esta bebida regresa a destronar a otros productos en el acto social de beber, por lo tanto las grandes empresas y destilerías tradicionales. Pero también las nuevas y pequeñas buscan su hueco en las mesas de los bares y bodegones.

De hecho, en nuestro país se dio a luz a una nueva categoría de locales gastronómicos: las «vermuterías» que ofrecen todo el catálogo de marcas clásicas como así también etiquetas de destilerías artesanales. También se aumentó la oferta de variedades que van mucho más allá de los conocidos «rosso» y «bianco». Entre ellos el Cynar, la Hesperidina y –obviamente– el Amargo Obrero.
Como una mueca de los tiempos, la bebida que nació y se publicitó como la antítesis de la burguesía y emblema de la clase trabajadora terminó brillando en las vitrinas y barras de distinguidos bares y formando parte de cocteles en los que también se incluyen a sus antiguos rivales.

