AG Noticias
Crónicas al Voleo

El último vuelo de la Guerra Fría

El último vuelo de la Guerra Fría

Por Germán Tinti (especial para Crónicas al Voleo)

La tarde era fresca tirando a helada. Algunos viandantes y unos pocos turistas caminaban por la Plaza Roja cuando empezaba a anochecer ese jueves de primavera. Primero escucharon un ruido extraño y pocos segundos después vieron como una avioneta Cessna aterrizaba entre el mausoleo de Lenin y la Catedral de San Basilio.

Era el 28 de mayo de 1987 y un adolescente había burlado el más importante sistema de defensa aérea del mundo. Por entonces, la Unión Soviética contaba con unos dos mil quinientos aviones y más de 10.000 misiles tierra – aire. Pareciera que nadie vio al muchacho.

Alemancito entre misiles nucleares

Sucede que Mathias Rust, el autor de esta hazaña, tenía dos preocupaciones fundamentales: aprender a pilotar aviones y la posibilidad, nada exagerada, de que se produjera un desastre nuclear. Y es que estamos en tiempos de la guerra fría y más de una vez el mundo estuvo al borde de que todo se fuera al cara… todo estallara por los aires.

Rust había nacido el 1 de junio de 1968 en Wedel, una pequeña ciudad a orillas del río Elba y a pocos kilómetros de Hamburgo. Cursó la secundaria en la escuela Ernst Barlach de su ciudad natal. Como quedó dicho, desde joven, mostró un profundo interés por la aviación, obteniendo su licencia de piloto en el Aero Club de Hamburgo tras completar las 40 horas de vuelo requeridas entre septiembre de 1985 y agosto de 1986.​

Nacido y criado en la Alemania de la Guerra Fría, con la permanente amenaza de una tercera y definitiva guerra mundial de características nucleares, Rust estaba preocupado por las desinteligencias entre Washington y Moscú. Ronald Reagan y Mijail Gorvachov llevaban las riendas de las dos grandes potencias mundiales y no acertaban a acordar un tratado de reducción de armamento atómico.

Entonces, el adolescente decidió pasar de la preocupación a los hechos. En el aeroclub donde aprendió a pilotar alquiló un Cessna Skyhawk 172 con tanques de combustible extra para una larga travesía. Su idea era volar en primer lugar a Reikiavik, capital de Islandia. «Sería un largo vuelo sobre mar abierto con muy pocas ayudas de navegación –recordaría Rust años después– pensé que si lo conseguía, podría soportar la presión de volar a Moscú».

Tras arribar a Islandia, continuó con su plan y el 25 de mayo aterrizó en Helsinki. Allí, Rust se pasó un par de días, meditando sobre sus próximos pasos. El impresionante sistema defensivo de la URSS alcanzaba para desanimar a cualquiera. Sin embargo, el 28 de mayo anunció al centro de control de tráfico aéreo que volaría a Estocolmo. Pero poco después de despegar decidió cambiar de rumbo, dirigirse a las costas del Mar Báltico y de allí a Moscú.

Un susto y vía libre

Apenas ingresó en el espacio aéreo de la Unión Soviética se le puso a la par un avión de combate con cara de pocos amigos. A Rust se le frunció… el ceño y empezó a transpirar frío. «Pasó por mi lado izquierdo, tan cerca que pude ver a los dos pilotos sentados en la cabina y vi, por supuesto, la estrella roja del ala de la nave. Estaba bastante asustado porque sabía que en cualquier momento me podían derribar».

Pero luego de unos instantes, el avión militar aceleró y se perdió entre las nubes. El joven alemán no entendía que había pasado. No sabía que el día anterior una aeronave se había estrellado y estaban llevándose a cabo tareas de búsqueda y rescate del avión siniestrado. Los militares lo confundieron con uno de los participantes del operativo.

Después de ese susto, el vuelo hasta Moscú fue tranquilo hasta que cerca de las siete de la tarde su Cessna tocó tierra en la Plaza Roja. Cuando salió de la cabina vio que se habían empezado a juntar muchos curiosos, atraídos por el inusual acontecimiento. Se sintió inspirado y dijo: «Estoy aquí en una misión de paz de Alemania», mientras estrechaba la mano de muchos moscovitas. Cuando aclaró que la Alemania a la que se refería era la Occidental dejó de recibir felicitaciones. Y si a esto le sumamos que la policía salió del inicial estado de sorpresa, cuando se quiso dar cuenta estaba con la cara contra el piso y media docena de uniformados reteniéndolo.

Luego de varias horas de intentar explicar, infructuosamente, que no formaba parte de ningún complot contra la URSS, que estaba solo y que su única intención era llevar un mensaje de paz a ambos lados del telón de acero, Mathias Rust fue llevado ante un juez y rápidamente fue condenado a cuatro años de prisión por violar las normas internacionales de vuelo y de cruzar ilegalmente la frontera soviética. Pero la URSS ya estaba en decadencia y lo encerraron en una prisión de Moscú… nada de Siberia.

Como anillo al dedo

Como quedó dicho, la Unión Soviética estaba presidida por Mijail Gorvachov, que estaba implementando una serie de cambios conocidos como la «Perestroika», como sabe cualquiera que busque en Google o le pregunte a chatgpt. Estos cambios provocaban fuerte resistencia en los sectores conservadores del partido comunista, del Politburó, el ejército rojo y lamarencoche. Gorvachov aprovechó el incidente para meterle un voleo en el traste al Ministro de Defensa y al Jefe de los Servicios de Defensa Aérea. No sorprendería a nadie enterarse que estos dos muchachos eran conservadores y estaban en contra de Mijail. En los meses subsiguientes casi 200 oficiales de las fuerzas armadas fueron dados de baja. Un pendejito alemán le allanó el camino a Gorbachov para terminar con la URSS.

«Fue muy duro tener 19 años y permanecer encerrado por 23 horas al día. Tuve muchas dificultades con la comida y perdí mucho peso» declararía tiempo después Rust. Y sí, no hay comida como los ravioles de la vieja. Sin embargo, el muchachito solamente pasó 14 meses en prisión. Cuando en 1988 la URSS y Estados Unidos firmaron un tratado de no proliferación de armas nucleares, fue liberado como gesto de buena voluntad. Así, regresó a su país como un héroe.

Ronald Reagan ya había pronunciado, frente a las Puertas de Brandemburgo, su famosa frase «Señor Gorbachov, derribe este muro». Desde entonces los hechos se fueron acelerando hasta llegar al 9 de noviembre de 1989, cuando el mundo asistió, vía satélite, al fin de esa ignominia. Ok, todo esto terminó en Putín, pero Mathias Rust no podía saberlo.

nakasone