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Crónicas al Voleo

El robo del siglo, pero de Francia

El robo del siglo, pero de Francia
Por Germán Tinti (especial para Crónicas al Voleo)
El lunes 20 de julio de 1976, luego de un fin de semana largo por la celebración del Día de la Bastilla, los encargados de abrir la bóveda de la sucursal de Marsella de la Société Générale se quedaron paralizados. No hacía falta ser el Inspector Jacques Clouseau para deducir que allí se había producido un robo, aunque también había indicios de que también había habido algún tipo de celebración.

El robo había nacido unos dos años antes, cuando el dueño de un estudio fotográfico encontró algunas vulnerabilidades en el edificio donde funcionaba esta sucursal de uno de los bancos más importantes de Europa. Albert Spaggiari se enteró que un tramo de las cloacas marsellesas pasaban junto a la cámara de la entidad crediticia y a partir de allí comenzó a pergeñar el modo de entrar al lugar.

LEGIÓN EXTRANJERA

Albert Spaggiari había nacido en Laragne-Montéglin, un pequeño pueblo montañés cercano a la Costa Azul francesa, en 1932. En su juventud se alistó en la Legión Extranjera y en esa condición participó de la Guerra de Indochina como paracaidista. Años después, destacado en Argelia, se unió a la OAS (Organización del Ejército Francés por sus siglas en el idioma galo), una organización terrorista francesa de extrema derecha antigaullista y antidescolonizadora nacida en 1961.

Esta adhesión le valió una condena de varios años en prisión. Ya fuera de prisión y de regreso a la vida civil, era evidente que a Spaggiari le faltaba acción. Enterarse de la vulnerabilidad de la sucursal bancaria fue una inyección de adrenalina e inmediatamente se puso a trabajar.

CON EL PADRINO

Su primer paso fue concurrir al banco haciéndose pasar por potencial cliente, alquiló una caja de seguridad y en ella puso un reloj despertador programado para sonar en la noche. Su objetivo era comprobar si la bóveda contaba con algún tipo de sensor de sonido. Pero en realidad el recinto no tenía ningún sistema de alarma. Los banqueros confiaban ciegamente en que el grosor de las paredes lo hacían inexpugnable. Pobres de ellos.

Además, Spaggiari debía buscar socios para emprender la tarea. Para ello se puso en contacto con Gaetano Tany Zampa, un reconocido criminal conocido como «el emperador de la noche», considerado uno de los últimos padrinos de la mafia marsellesa de los años 1970.

Zampa no intervino directamente en el robo, pero lo puso en contacto con otros exmiembros de la OAS, entre ellos Gaby Anglade (que tenía en su curriculum el dudoso antecedente de haber intentado asesinar a Charles De Gaulle), el estafador Jean Kay y Jacques Cassandri, que posteriormente se adjudicaría la autoría intelectual del hecho.

UN DURO TRABAJO

No fue sencilla la tarea previa. Los ladrones trabajaron durante unos dos meses abriendo un túnel de casi diez metros por las alcantarillas subterráneas. Si bien la labor era dura, los hombres se turnaron de modo tal que todos podían (debían) dormir ocho horas diarias. Además, todos tenían prohibido consumir alcohol y café. Spaggiari no quería cometer ningún error.

Finalmente lograron atravesar el grueso muro de hormigón e ingresar a la bóveda que contenía las cajas de seguridad. Durante tres días, Spaggiari y sus hombres abrieron unas 400. Tuvieron tiempo suficiente para revisar cada una de ellas y así descartar el dinero en efectivo que parecían ser ahorros personales. Pusieron todo su interés en apropiarse de joyas y documentos al portador.

Entre otras cosas, encontraron varias fotografías comprometedoras de conocidos personajes de Marsella en lo que evidentemente eran fiestas sexuales. Con espíritu jocoso pegaron muchas de ellas en las paredes del recinto.

Cuando pintó el hambre, Spaggiari mandó a comprar algo de comida. Los enviados volvieron con vino y champagne, paté, queso y algunas baguettes (en Francia no se debe necesitar mucho más para ser feliz). El festín también sirvió para celebrar que el objetivo se había alcanzado con total éxito. No está probado, pero resulta altamente probable que más de uno de los investigadores haya pensado: «se lo ganaron».

Los visitantes dieron por concluida su tarea alrededor de las 5 de la mañana del lunes 20, unas pocas horas antes de que empezaran a llegar los empleados. Cuando se retiraban, Spaggiari –con un aerosol– escribió en una de las paredes «Ni armes, ni violence et sans haine» («Ni armas, ni violencia y sin odio»).

Años después, en 2006, y a 15.000 kilómetros de allí, en Argentina, los ladrones de la sucursal Acassuso del banco Río copiaron la idea y cuando huyeron con el botín escribieron: «En barrio de ricachones, sin armas ni rencores, es sólo plata y no amores».

DETENCIÓN Y FUGA

Tres meses después del robo, Spaggiari fue detenido y llevado a juicio. Al principio negó enfáticamente haber participado en el hecho, pero finalmente terminó reconociendo su culpabilidad. Sin embargo, el juicio no pudo proseguir porque el acusado saltó por una ventana del juzgado, cayó sobre el techo de un auto estacionado en la calle y saltó al sillín trasero de una motocicleta que lo estaba esperando. Por mucho tiempo no se supo más de él.

Condenado a cadena perpetua en ausencia, se cree que Spaggiari pasó el resto de su vida entre Argentina y Brasil, adonde fue fotografiado junto al ladrón británico Ronnie Biggs (https://www.altagracianoticias.com/ronnie-biggs-ladron-de-trenes-play-boy-e-icono-punk/). También se sospecha que regresó a Francia varias veces de incógnito, donde –aparentemente– concedió algunas entrevistas. El botín no apareció nunca más.

FAMA Y FORTUNA

Si bien no está del todo documentado, Albert Spaggiari habría muerto en 1989 de cáncer de garganta en Belluno, Italia. Según cuentan, el cadáver fue llevado en auto a Hyères, donde fue sepultado, haciéndolo pasar por una persona dormida para evitar trámites y problemas con la policía (cuenta una leyenda que un famoso automovilista cordobés hacía lo mismo, trasladando fallecidos de nuestra provincia a otras limítrofes, lo que para los deudos era más barato y rápido que hacerlo a través de la burocracia de dos provincias).

Alguien me dijo alguna vez que a los ladrones no les gustaba trabajar, por eso robaban. Pero hay casos que hacen pensar que algunos son grandes trabajadores, pero lo hacen –y mucho– cuando la recompensa es un montón de guita y, sobre todo, una gran posteridad.

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