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Crónicas al Voleo

El jardinero y la dama

El jardinero y la dama

Por Germán Tinti

 

El béisbol no es un deporte popular por estos rumbos. Es más, la gran mayoría desconoce olímpicamente todo lo referente a este juego que genera pasiones multitudinarias en Estados Unidos, algunos países del Caribe y Japón (a los japoneses les gusta todo, qué duda cabe).

En Córdoba existe una incipiente Liga, que de momento cuenta con 4 equipos (Dolphins, Arias BC, Escuelas Cordobesas de Béisbol y Sóftbol y Los Cuervos de Lasallete). En los últimos tiempos ha aumentado un poco el número de jugadores y de espectadores en virtud de la gran afición que por este deporte tienen muchos de los exiliados venezolanos que han llegado a nuestro país.

No obstante ello, todos (o casi todos) hemos visto decenas de películas que tenían como paisaje de fondo al béisbol. De allí que no nos resulten extrañas expresiones como “jardinero central”, “jonrom”, “strike one”, “primera base” y otros vocablos que conocemos pero cuyo significado práctico ignoramos minuciosamente.

El jardinero y la dama

También de Hollywood nos llega el nombre de Joe DiMaggio, que no era actor pero tenía un fachón digno de la pantalla plateada. Y es que este hijo de inmigrantes sicilianos, el octavo de nueve hermanos, bautizado con el nombre de Giuseppe Paolo y nacido en Martínez, un suburbio de San Francisco (el de Estados Unidos), que fue uno de los más grandes ídolos deportivos de Norteamérica, que desde su puesto de Jardinero Central batió récords en el béisbol como actualmente lo hace Messi en el fútbol, puso un pie en la meca del cine al convertirse en el marido de –atiendan bien– Marilyn Monroe.

Joe y Marilyn tenían orígenes socioculturales diametralmente opuesto. El beisbolista se había criado en el seno de una familia tradicional de inmigrantes sicilianos, en tanto que la actriz creció en casas de acogida en las que sufrió malos tratos emocionales y físicos. Cuando se conocieron, DiMaggio se había retirado y trabajaba como comentarista de los partidos que los Yankees de New York (su equipo de toda la vida) jugaban en el viejo estadio del Bronx. Por su parte, Marilyn estaba en el momento más explosivo de su carrera y no paraba de filmar, estrenando un promedio de 4 películas por año. El noviazgo, que duró dos años, fue todo lo discreto que podía llegar a ser la relación entre dos de las figuras más famosas de Estados Unidos. Aunque quisieran pasar desapercibidos, siempre había un paparazzi en los alrededores. Claro ejemplo de esto fue su casamiento, llevado a cabo el 14 de enero de 1954. La idea era llevar a cabo una ceremonia privada y secreta en las oficinas del juez civil Charles S. Perry, en San Francisco. Como era de esperar, la noticia “se filtró” y hubo una multitud esperando a la pareja cuando se retiraban del despacho del funcionario.

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En esa ocasión se tomó una de las fotografías más famosas de la pareja, que como daño colateral le significó la pérdida de su cargo a un editor de uno de los diarios más importantes del mundo. John Randolph era Editor del New York Times y no dudó en publicar la fotografía de Marilyn y Joe a punto de darse un apasionado beso, luego de haber contraído matrimonio. El gesto sensual de la pareja, la tensión erótica plasmada en la toma, fue demasiado para un medio fuertemente conservador y ofendió a Iphigenie Sulzberger, hija del fundador del periódico y miembro del directorio. Según explica Gay Talese, Randolph fue degradado y transferido a “un puesto en la mesa de redacción, donde estuvo un par de años hasta que fue transferido a la sección de deportes, en 1956, donde escribiría la columna de caza y pesca. Eso le permitió a Randolph viajar por el país con generosos viáticos, mientras escribía sobre lo que más le gustaba hacer: cazar, pescar, relajarse en un bote y escapar del estrés de la vida en las grandes ciudades; el trabajo de sus sueños”. En la opinión del mítico periodista de Ocean City, el castigo terminó siendo un premio para el intrépido editor.

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Pero volviendo a Joe y Marilyn, es necesario decir que el glamoroso matrimonio duró unos pocos meses. Después de la boda, pasaron la noche en un motel de California y tuvieron una luna de miel en Japón, que en realidad fue un viaje de negocios relacionados con el béisbol. En cada ocasión, en todas las apariciones públicas, Marilyn acaparaba la atención. Luego de una conferencia de prensa en Tokio, un reportero de Associated Press remarcó: “Mientras la señorita Monroe hablaba con aproximadamente 75 periodistas, DiMaggio pasaba inadvertido en un rincón del salón”.

La popularidad de la actriz hizo mella en el ex deportista, que comenzó a sentir celos e inseguridades por el fervor que despertaba Marilyn en los hombres. Las cosas se iban tensando hasta pocas horas después de filmarse la archiconocida escena del vestido blanco y la rejilla del metro, cuando protagonizaron una fuerte discusión que ganó las páginas de diarios y revistas. Un mes después en una conferencia de prensa en su casa de Bervely Hills, Marilyn anunció que se divorciarían: “Todo se debe a nuestras carreras”, afirmó en una rueda de prensa en la que aparecía totalmente abatida por el dolor.

El matrimonio terminó, pero no así el amor. Cuando unos pocos años después la blonda estuvo internada en un centro siquiátrico, fue DiMaggio quien la acompañó y la albergó una vez que fue dada de alta.

El jardinero y la dama

La muerte de Marilyn provocó, además de alguna que otra teoría conspirativa, el apresurado alejamiento de casi todos aquellos que la habían rodeado cuando todo era risas. Cuando los adulones, los vividores y los trepadores habían desaparecido, solamente Joe DiMaggio estaba ahí, con el amor intacto y el corazón destrozado. Él se ocupó de todo lo relativo al velorio y al sepelio, intentando –como era su costumbre– que todo se desarrollara con la más estricta discreción. Y desde entonces concurrió tres veces por semana a llevar flores a su tumba en el Westwood Village Memorial Park, en el West Hollywood. Cumplió con este amoroso ritual hasta el 8 de marzo de 1999, cuando el cáncer de pulmón acabó con las fuerzas de una de las leyendas del deporte mundial.

¡Qué me van a hablar de amor!

 

“¿Adonde has ido, Joe DiMaggio?

Nuestra nación vuelve sus solitarios ojos hacia ti”

Mrs. Robinson – Simon & Garfunkel

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