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Crónicas al Voleo

Dogomar y el misterio del boxeo uruguayo

Dogomar y el misterio del boxeo uruguayo
Por Germán Tinti (especial para Crónicas al Voleo)

Los deportistas uruguayos se han destacado siempre por su guapeza, su valor; por la tan mentada y admirada «garra charrúa», que se dio a conocer mundialmente en los Juegos Olímpicos de París de 1924 y Amsterdam cuatro años después, cuando la celeste asombró a todo el planeta y se quedó con sus únicas dos medallas doradas de su historia.

Numerosos versos le fueron dedicados a los héroes de esas jornadas que fueron la antesala de los campeonatos mundiales de fútbol, cuyas primeras ediciones también tuvieron a Uruguay como rutilante protagonistas («Uruguayos , uruguayos / donde fueron a parar / por los barrios más remotos / de Colombes o Ámsterdam» canta el genial Jaime Roos).

Pero esa explosión charrúa se fue forjando por décadas, principalmente, en los barrios más populares de Montevideo como La Blanqueada, La Comercial, Villa Española, Jacinto Vera, Maroñas, Bella Vista,  Belvedere (a quien Fernando Cabrera le cantó diciendo «La primavera en aquel barrio / Se llama soledad / Se llama gritos de ternura / Pidiendo para entrar / Y en el apuro está lloviendo / Ya no se apretarán / Mis lágrimas en tus bolsillos / Cambiaste de sacón») o el mítico Barrio Sur («Para vos, viejo barrio compadre / de pañuelo y chambergo ladeado / que tenés mansedumbre de niño / y arrogancias de macho / Para vos, viejo barrio compadre, / que engendraste el tango / con pasiones, tragedias y risas / para vos es mi canto»)

Maira «Panterita» Moreo
A la hora de subir al ring

Con estos antecedentes, realmente llama la atención que en un deporte como el boxeo, que sintetiza las características más sobresalientes del futbolista uruguayo –valor, entrega, talento y grandeza; cualidades artiguistas si las hay– nuestros vecinos rioplatenses no hayan trascendido, en general, mucho más allá de las fronteras de nuestro sub continente. Los boxeadores uruguayos amateurs conquistaron 71 títulos de campeones latinoamericanos, 14 sudamericanos, dos de ellos (1986) en los Juegos ODESUR, y cuatro panamericanos; mientras que los profesionales ganaron 17 coronas continentales. Pero han salido poco de Sudamérica.

Es sorprendente que la navegación web con la consigna «boxeo uruguayo» arroje muy pocas entradas más allá de videos con resúmenes de peleas. No existe un artículo de Wikipedia al respecto, la Federación Uruguaya, entidad que en 2015 celebró su centenario, no tiene página web más allá de un perfil de Facebook. En la actualidad su figura más prominente es Maira «Panterita» Moreo, que hace algunas semanas se quedó con el título Fedelatín AMB de peso ligero. En rigor de verdad, en la última década han sido las boxeadoras uruguayas quienes más se han destacado en el plano internacional, toda vez que Cecilia Comunales, Gabriela Bouveier y Chris Namús han logrado ceñirse el cinturón de campeonas mundiales en alguna oportunidad.

Washington «Cuerito» Rodríguez

De los boxeadores masculinos más destacados del Uruguay es imposible no citar a Washington «Cuerito» Rodríguez, el único uruguayo que ganó una medalla olímpica (bronce), en Tokio 1964, tras vencer a un camboyano, un checo y un nigeriano, y perder por puntos ante el crédito local, Takao Sakurai, que finalmente fue medalla de oro. Tampoco podemos dejar de mencionar a Alfredo Evangelista «El Lince de Monevideo», que en 1977 le ganó el título europeo pesado al francés Lucien Rodriguez. Un año después enfrentó a Mohamed Ali (que le ganó por puntos) y poco después tuvo su chance mundialista ante Larry Holmes, quien en el Caesar’s Palace de Las Vegas lo venció por KO en el séptimo round.

El crédito de La Comercial

Pero la figura consular del boxeo uruguayo nació el 30 de julio de 1929 en el barrio La Comercial y era el menor de tres hermanos hijos de inmigrantes españoles. Cuenta la leyenda que cuando Manuel Martínez fue a inscribir a su tercer descendiente le dijo eufórico al funcionario del registro «vengo a anotar a Don Omar Martínez». Entre el cerrado acento de este inmigrante dedicado al comercio y la falta de interés del empleado público, en la partida de nacimiento quedó –para siempre– el inusual nombre «Dogomar».

Por insistencia de uno de sus hermanos, Vicente, que lo veía muy flaquito, a los 13 años entró por primera vez en un gimnasio de boxeo, el American Texas, ubicado en la calle Constitución esquina Miguelete, del barrio Villa Muñoz. La idea de Vicente no fue errada, toda vez que rápidamente Dogomar, que entrenaba a las órdenes de Francisco Constanzo, empezó a echar masa muscular y en un año aumentó algo más de 20 kilos. A los 14 debutó como amateur derrotando a su primer rival por nocaut.

De allí en más el boxeo se convirtió en su principal actividad, aún cuando toda su vida debió trabajar en otras cosas para sustentarse. Como amateur salió campeón 18 veces, tres veces en torneos de Novicios  cuatro en la ciudad de Montevideo, en tres ocasiones fue campeón nacional, cuatro veces se consagró a nivel rioplatense y una cantidad similar en el plano Latinoamericano.

Olímpico y profesional

Este palmarés le valió integrar el equipo olímpico de Uruguay que participó en los Juegos Olímpicos de Londres de 1948. En esa ciudad, que todavía mostraba el terrible rastro de los bombardeos nazis, llegó hasta cuartos de final en la categoría Peso Mediano. En esa instancia fue derrotado en fallo dividido por el italiano Ivano Fontana, que a la postre obtendría la medalla de plata.

(Dato de color y un poco al margen, en esos juegos olímpicos obtuvo la medalla de oro para la categoría Mosca el argentino Pascual Pérez, que seis años después se consagraría Campeón Mundial en Tokio, tras vencer por puntos a Yoshio Shirai.)

Desde aquella época, Dogomar mantuvo una estricta rutina diaria que consistía en levantarse a las cuatro de la mañana; correr durante una hora y media por el Parque de los Aliados; volver a su casa para ducharse y llegar a las 7 AM a su oficina en la Dirección General Impositiva, donde permanecía hasta las 13. Luego de eso almorzaba, dormía una siesta y a las cinco de la tarde ya estaba en el gimnasio. Así cada día.

Debutó como profesional el 16 de enero de 1951 enfrentando su compatriota Domingo Arregui. A lo largo de su carrera realizó 57 combates, ganó 49, 22 por nocaut, perdió 3 y sumó 5 empates. Fue campeón sudamericano de medio pesados en 3 oportunidades. Solo lo derrotaron Archie Moore; el alemán Hans Stretz, que era el N° 1 del ranking mundial, y el brasileño Luiz Ignacio. Fue cuando se enfrentaron por el título sudamericano en el año 1959. Además derrotó al cubano Gerardo «Kid Gavilán» González, campeón mundial de la época en su gira sudamericana. Varias de las peleas como profesional se llevaron a cabo en el Estadio Centenario y el Palacio Peñarol de la ciudad de Montevideo.

Una noche en el Luna Park

Pero sin lugar a dudas el punto más alto de su carrera se produjo el 12 de setiembre de 1953. Y en el porteño estadio Luna Park. Esa noche Dogomar enfrentó al veterano semipesado estadounidense Archie Moore. A pesar de sus 37 años, el fuerte pegador de Misisipi era campeón mundial de su categoría y una verdadera máquina de noquear.

En esa ocasión al coliseo de Corrientes y Bouchard había ido todo el mundo. Empezando por Perón y Evita que robaban cámara en el ring side. El estadio estaba hasta las banderas y se mezclaban los porteños con los montevideanos que habían colapsado el Vapor de la Carrera para ver a su ídolo. Esto, a pesar del pesimismo de la prensa uruguaya que anunciaba una derrota del púgil charrúa. «Según la opinión de todos, Dogomar será vencido en forma aplastante y Moore jugará con él, como el gato con el ratón». Lo había publicado el diario El País en un desafortunado intento de citar a Gardel.

Sin embargo, Dogomar le aguantó los 10 rounds a Moore; y fue ovacionado por las más de 30 mil personas que llenaron el Luna aquel sábado, que no fue uno más para la afición yorugua. Al día siguiente, los que vaticinaban una terrible derrota debieron deshacerse en elogios hacia el hijo del gallego Manuel, que a pesar de besar dos veces la lona terminó el combate de pie. Luego de la pelea Moore lo felicitó y lo invitó a viajar a Estados Unidos para ser campeón del mundo.

Sin embargo, el lunes siguiente, a las 7 de la mañana, Dogomar llegaba a su oficina en la DGI.

«Un día nos encontraremos / En otro carnaval / Tendremos suerte si aprendemos / Que no hay ningún rincón / Que no hay ningún atracadero / Que pueda disolver / En su escondite lo que fuimos / El tiempo está después».

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