Mientras afuera abundan las mesas largas, los abrazos y los brindis, dentro de muchos hospitales hay pacientes que atraviesan diciembre en soledad. En ese contexto, un pequeño gesto sanitario se transforma en un acto profundo de humanidad: el “guante de compañía”.
Diciembre suele ser sinónimo de reencuentros, celebraciones y afectos compartidos. Sin embargo, puertas adentro de los hospitales, la realidad es otra. Para muchos pacientes internados, las noches de este mes llegan sin visitas, sin familiares y sin una mano cercana que ayude a atravesar el miedo, el dolor o la incertidumbre. Guante.
En ese silencio hospitalario, existe un recurso tan simple como conmovedor: el llamado “guante de compañía”. Se trata de un guante de látex lleno de agua tibia que se coloca entre las manos del paciente, simulando el contacto humano. No cura enfermedades ni reemplaza una presencia real, pero ofrece algo igualmente valioso: la sensación de no estar completamente solo.
Esta técnica se hizo conocida a nivel mundial durante la pandemia de Covid-19, cuando miles de personas atravesaron sus últimos momentos sin poder despedirse de sus seres queridos. En ese contexto extremo, el guante se convirtió en una caricia simbólica, en una forma de acompañar cuando el contacto estaba prohibido.
Hoy, lejos de los picos sanitarios de aquellos años, el “guante de compañía” sigue utilizándose en distintos centros de salud como un gesto silencioso de cuidado y empatía. Un acto mínimo que recuerda que, incluso en los entornos más fríos y técnicos, la humanidad sigue encontrando maneras de hacerse presente.
Un guante. Agua tibia. Y una caricia improvisada que intenta ocupar el lugar de la mano que no pudo llegar. En diciembre, cuando la ausencia se siente más fuerte, estos pequeños gestos también cuentan historias.






