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Locales

Una experiencia religiosa

Por Horacio Ortiz

La historia Argentina nos muestra a lo largo de pocos años que tenemos como nación la siempre disputa de posiciones encontradas y en el medio grandes debates históricos entre unitarios y federales; conservadores o liberales; peronistas o radicales y si bien no podemos negar que el fanatismo muchas veces estuvo presente, sentarse a debatir de política llevaba como condición, al menos, tener definida una postura ideológica. De esta manera después de mitad del siglo pasado con el surgimiento del Partido Justicialista y el bipartidismo que se generaba con la UCR la discusión era sobre la forma de independencia económica que planteaba cada uno; la justicia social que proclamaba el PJ y los antecedentes de haber luchado por ella desde los radicales y no era menor el hecho de que venía “a la mesa de discusiones” terceras fuerzas que fueron mudando desde la UCD, el PI o algún otro pero ser peronista o radical era una cuestión de convicción de lo que se defendía y convencido desde una impronta de conocimientos.

Los espacios de debates en recintos legislativos se trasladaban siempre a las reuniones estudiantiles, gremiales y hasta deportivas tratando siempre de tener un poquito más de argumentos que el interlocutor no solo por ganar una eventual discusión sino porque era la forma, la manera, el mecanismo para sumar adeptos demostrando desde los hechos concretos o empíricos si se quiere que estar “de este lado” era el correcto.

Así cuando nos tocaba estar frente a un justicialista nos podía decir que su partido nació como consecuencia del derrumbamiento del sistema liberal de 1929 en Estados Unidos que repercutió mundialmente y que obligo desde la década del 30 a los gobiernos del norte a un fuerte proteccionismo con una mayor injerencia del estado. Esta génesis matricial del PJ que con Perón a la cabeza y secundado por varios militares hicieron mella en el sector obrero que
sufría estas embestidas y que veían que un proyecto de modelo fabril con base en la renta agraria era necesaria y casi la única solución para salir del estancamiento del país. En estos argumentos se mezclaba la mística de Evita y el liderazgo de un militar devenido en salvador de la patria.

En la tribuna de enfrente nos encontrábamos con el fuerte discurso de los radicales que enarbolaban sus años de existencia desde finales del siglo XIX y su congreso del 26 de junio de 1891 donde un grupo de jóvenes inquietos como
Martín Yrigoyen del Valle, Hipólito Irigoyen y Marcelo T. de Alvear convocados por Leandro Além dan el puntapié inicial de lo que sería la convención formal del siguiente 2 de julio donde deciden abandonar las filas de su conservador partido y dar nacimiento a la Unión Cívica Radical y desde entonces proclaman a viva voz el sostener como bandera la causa de los desposeídos y la garantía del ejercicio de la democracia.

Fin de argumentos.
En algún momento, de alguna manera que seguramente estuvo diseñada y diagramada (o no, vaya uno a saber a esta altura) dejamos de mantener discusiones políticas en todo su sentido, confrontando ideas, visiones, metodologías o historias para volvernos hacia un estado de no discusión, ya que para que ella se dé se tendría que estar dispuesto a ver como válidos los argumentos contrarios.
Así las cosas, hablar de política es como hablar de religiones donde quien es cristiano simplemente se cierra a cualquier argumento racional que pretenda esgrimir que Dios no exista y viceversa: una discusión que jama podrá prosperar porque los escenarios o los tópicos son distintos: no se puede discutir con razón cuando la otra parte solo permite el dialogo desde la pasión.
En la actualidad no importa lo que te digan sino quién te lo diga y de esa manera si sos partidario K todo lo que diga la justicia o el grupo Clarín sobre causas judiciales son mentiras y punto. Y, si estás del otro lado y te dicen de la fuga de
capitales y que vamos a pagar tres generaciones la deudas externa lo importante es la “herencia”.

La política se transformó, es exclusivamente una discusión religiosa y hasta que no vuelva a ser política, la pasión dominara la razón cuando todo indica que debería ser al revés porque sino nos seguiremos, inconscientemente , mintiéndonos entre los argentinos y el gran problema no será la mentira en sí misma, sino que ya no nos volveremos a creer.

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