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Crónicas al Voleo

Las fotos de la niñera

Crónicas al voleo: Las fotos de la niñera

Por Germán Tinti

“En 2007, como presidente de una Sociedad de Historia Local en Chicago, yo estaba trabajando como coautor de un libro sobre sus barrios. Así que necesitábamos fotografías históricas para este libro, en esta búsqueda visité una casa de subasta donde encontré los negativos donde vi escenas de Chicago en algunos de ellos, así que hice mi mejor oferta esperando ganar. Gané, y me llevé aquella caja, junto a mi coautor comenzamos a buscar imágenes que nos pudieran ser útiles, pero no encontramos ninguna, así que las guardé en el closet. No fue sino hasta que habíamos terminado con el libro, cuando comencé a mirar nuevamente las imágenes. Me tomó cerca de un año y medio o más darme cuenta de que se trataban realmente de fotografías excelentes y no de una calla llena de fotos viejas sin valor.”

Quien habla es John Maloof, el historiador que en una subasta encontró por casualidad el tesoro perdido de Vivian Maier, la –hasta entonces– desconocida fotógrafa franco-estadounidense que durante unos 30 años fue registrando escenas de la vida cotidiana de Nueva York y Chicago. La fotografía callejera encontraba a una silenciosa heroína que había registrado todo lo que sus ojos iban viendo en cientos de miles de negativos, la mayoría de los cuales ni siquiera habían sido revelados al momento en que Maloof compró el olvidado lote en una casa de remates en Chicago por algo más de 300 dólares.

La fotografía callejera

Fotografía callejera o de calle es la protagonizada por la condición humana en lugares públicos, aún cuando no requiere la presencia de una calle ni de un entorno urbano. Y si bien las personas por lo general son los principales sujetos en éste marco fotográfico, la ausencia de ellas, su huella, o elementos propios de entornos urbanos con carácter estético o de denuncia aparecen también en múltiples ocasiones.

Encuadre y oportunidad son los aspectos clave de este género. El objetivo fundamental de la street photography es la creación de imágenes en un momento clave o decisivo. Suele centrarse en mostrar emociones y situaciones habituales de la vida de una ciudad y sus habitantes.

La mayor parte de lo que se considera, estilística y subjetivamente, como la fotografía de calle por antonomasia, se hizo en la época que abarca desde final del siglo XIX hasta finales de 1970; un período que vio la aparición de cámaras portátiles que permitieron la fotografía espontánea en lugares públicos. Un fotógrafo callejero trata de representar una sociedad con costumbres y hábitos tan propios como diversos.

El misterio de la niñera

Maloof archivó los carretes durante más de un año hasta que pudo volver a prestarles atención. Entre los trastos que había adquirido en la subasta, encontró un sobre en el que figuraba el nombre y el domicilio de la dueña de aquella increíble cantidad de material fotográfico. Se comunicó telefónicamente y a la persona que le atendió le preguntó si sabía algo de Vivian Maier. “Oh, ella era nuestra niñera, ha fallecido hace poco tiempo” contestó la voz desde el otro lado de la línea.

Así, entre Maloof y la familia Gensbrug, para la que Vivan trabajó durante 17 años, fueron reconstruyendo la historia de esta enigmática mujer que había dejado un legado de casi 150.000 negativos, la mayoría de ellos sin siquiera revelar.

Y esa historia nos habla de una infancia difícil. Abandonada por su padre, vivió con su madre entre Estados Unidos y Francia (de donde era natural la progenitora). En sus años europeos frecuentó a la fotógrafa surrealista Jeanne Bertrand, quien le inculcó la pasión por esta actividad. A los 25 años volvió a Nueva York y comenzó a trabajar como niñera. Y también compró su primera cámara, de la afamada marca Rolleiflex. En 1956 se trasladó a Chicago. Allí, la familia para la que trabajaba le permitió tener un pequeño cuarto de baño junto a su habitación, que Maier comenzó a utilizar como cuarto oscuro para revelar algunas de sus fotografías. Sin embargo, a medida que los niños crecían y tenía que cambiar de familia, se veía abocada a dejar sin revelar carretes que poco a poco se iban acumulando. Esta inestabilidad laboral se acentuó en la década de 1980. Por ello los carretes continuaban acumulándose sin que tuviera ocasión de revelarlos.

Genialidad anónima

Lo cierto es que al principio, Maloof no sabía que hacer con esos negativos y decidió escanear algunos y hacerlos públicos a través de un blog. La fotografía no era su especialidad, pero intuía que aquellas imágenes tenían algo especial. Los comentarios que fue recibiendo le dieron la razón.

Fue entonces cuando el reputado crítico e historiador de fotografía Allan Sekula se puso en contacto con él para evitar que siguiera dispersando aquel material prodigioso y lleno de talento. Así Maloof tomó conciencia del tesoro rescatado prácticamente de la basura y comenzó un minucioso trabajo de investigación, recuperación y protección del archivo de Vivian Maier.

La escritora Berta Vías Mahou, autora del libro “Una vida prestada”, basada en la vida de la fotógrafa, la ha definido como “la Kafka de la fotografía”.

«Como Kafka fue una especie de bestia dedicada por entero a su vocación, vivía en soledad, sin casarse y sin tener hijos, su vocación se la comió; Kafka también tuvo mucha resistencia a publicar», expresó Vías Mahou quien, sobre el valor artístico de esta obra fotográfica, ha insistido en que Maier era «muy consciente de lo que estaba haciendo».

La fama es puro cuento

A finales de la década de los ’90, Maier tuvo que guardar y almacenar su cámara y sus pertenencias porque no tenía un sitio fijo para vivir. En una situación precaria, logró trabajar con una familia que le permitió mantener un pequeño estudio, pero por muy poco tiempo. La mala situación económica la obligó a vender buena parte de sus pertenencias y así llegamos a la subasta en la que Maloof se hace con esos preciados objetos.

Vivian Maier era socialista, feminista, crítica de cine y campechana. Tras pasar su infancia y buena parte de su juventud en Francia, tuvo que aprender a hablar en inglés cuando retorno a los Estados Unidos, y lo hizo yendo al teatro. Solía llevar chaqueta de hombre, zapatos de hombre y un sombrero grande. Estaba tomando fotografías todo el tiempo y luego no se las enseñaba a nadie. Sufría síndrome de Diógenes, por lo que –además de negativos– acumulaba diarios, ropa, boletos de ómnibus e inclusive cheques de devolución de impuestos que nunca cobró.

En diciembre de 2008, cuando caminaba por una congelada calle, resbaló y se golpeó en la cabeza. Fue llevada a un centro psiquiátrico en Oak Park donde, después de varios intentos de fuga y múltiples automutilaciones, falleció a los 83 años a causa de una infección intrahospitalaria.

No llegó a ver el éxito unánime de su obra. Hoy las exposiciones de sus fotografías son fenómenos multitudinarios, más allá de lo netamente cultural, en todo el mundo. En torno a su historia y su enigmática figura se han realizado documentales y libros biográficos y artísticos que han sido verdaderos sucesos de venta.

Probablemente nada de eso le hubiera importado demasiado. Vivian sólo quería sacar fotos.

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