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Crónicas al Voleo

Las aventuras del Dioni en Río

Las aventuras del Dioni en Río
Por Germán Tinti (especial para Crónicas al Voleo)

Era viernes y los tres empleados de la empresa de seguridad Candi S. A. realizaban el habitual circuito con el camión de caudales, recogiendo la recaudación de diversos negocios en Madrid. A las 19.45 se detuvieron para retirar el dinero de la pastelería Mallorca, en el elegante distrito de Chamartín, a pocas calles del estadio Santiago Bernabeu. Dos de ellos –José Luis Terrón Prats y Juan Luis Macarro Marcos–  entraron al negocio, llenaron una saca, se despidieron y salieron nuevamente a la calle. No pasaron dos minutos hasta que volvieron a ingresar al negocio con rostros que expresaban una mezcla de desconcierto y desesperación. El blindado había desaparecido y con él el conductor, Dionisio Rodríguez Martín, y 340 millones de Pesetas (unos 4 millones de Euros actuales).

En un principio la policía pensó que se trataba de un secuestro y montó un amplio operativo de búsqueda que recién dio resultados tres horas después, cuando el vehículo apareció abandonado en el estacionamiento del hipermercado Jumbo de la calle del Maestro Lasalle, a unos 500 metros del lugar donde había desaparecido. En el interior los investigadores encontraron una escopeta propiedad de la empresa y unos 20 millones de pesetas en billetes chicos y monedas. Eran cerca de las 10 de la noche y a esa hora Dionisio Rodríguez Martín, «el Dioni» viajaba rumbo a Lisboa, donde pocos días después tomaría un vuelo de Varig con rumbo a Río de Janeiro.

«Lo primero que hizo el Dioni al llegar a Rio / Fue brindar con el espejo y decir “¡que tío!”»

Dioni llevaba una década trabajando en la empresa de seguridad Candi S.A. Hasta pocas semanas antes del robo había sido custodio de destacados empresarios bancarios, petroleros y de los medios. Un incidente no del todo aclarado provocó que fuera «degradado» y remitido a un furgón de caudales, con una merma importante en sus ingresos. Según declaró tiempo después, estaba tan enojado con sus empleadores –una de las empresas más importantes del rubro en su momento– que ese día, improvisadamente, decidió largarse con el vehículo y todo el dinero. Algunos detalles, como el hecho que aquella mañana hubiera dejado su auto en el estacionamiento en el que por la noche fue encontrado el furgón, permiten sospechar de la versión, pero nunca se pudo probar nada.

Lo cierto es que, mientras la policía madrileña allanaba su departamento y encontraba prácticamente la mitad del botín, el Dioni disfrutaba en la cidade maravilhosa de todo lo que el dinero podía conseguir: fiesta, garotas, bebidas, todo con el fondo musical de Julio Iglesias, el ídolo musical de Rodríguez Martín.

«Era asombroso la gran cantidad de mujeres jóvenes y preciosas que había allí y la facilidad para llevárselas a la cama –recuerda el Dioni cada vez que le preguntan. A los pocos días, mi generosidad se hizo tan famosa que ellas esperaban impacientes su turno… comencé a citarme con mujeres por teléfono. Aquello era de locura… Cada vez eran más bonitas y más esculturales».

«Con su buen par de zapatos de cocodrilo / No se le resiste ni la Venus de Milo»

Si bien al principio intentó mantener un perfil bajo, al poco tiempo decidió probar (y disfrutar) el lujo. Se alojó en el imponente hotel Le Meridien, frente a la playa de Copacabana. Cambió su humilde Ford Escort por un VW Golf, pero finalmente se decidió por alquilar limusinas con chofer. La primera que eligió fue negra, pero luego fue recorriendo toda la gama de colores disponibles, según la piel de la muchacha que lo acompañaría ese día. Cada día cenaba en el restaurante O Pescador porque era el favorito de Julio Iglesias, su ídolo, aunque a veces iba al Bella Roma para que la orquesta del local le dedicara «O sole mío».

Se daba vida de gran estrella, aunque no lo era. Desayunaba ostras y champagne, según él para combatir la resaca de la noche anterior. Incluso pensó en comprar un cadáver para dar la noticia que había muerto; le habían dicho que con dinero en Brasil todo era posible (y sí, como en casi todo el mundo).

Los días del Dioni en Río eran absolutamente desenfrenados, playa, chicas, escabio, limusinas. Como dice la canción, «livin’ la vida loca». Pero no se olvidaba que era un delincuente que a esta altura era buscado por Interpol. Por eso decidió cambiar su aspecto (es obvio que la idea de plantar un cadáver con su pasaporte no prosperó). Por eso sacó turno para someterse a una cirugía estética con el afamado cirujano plástico con Luis Haroldo Pereira, discípulo del no menos reconocido Ivo Pitanguy. Pidió presupuesto para implantarse cabello, cambiarse la nariz y reducir el abdomen. No se mosqueó cuando la secretaria del facultativo presupuestó el trabajo en cinco lucas verdes.

«Porque las mulatas cuando son de bandera / confunden el corazón con la billetera»

Antes de ingresar al quirófano se fue unos días a Foz do Iguaçu con un matrimonio amigo y una señorita llamada Andrea, contratada en una afamada agencia de acompañantes de la ciudad carioca. Pero al volver de las cataratas las cosas se empezaron a poner complicadas. Recibió una nada amable visita de la policía en su suite de Copacabana.

No llegó a la sala de operaciones del Dr. Pereira. Incluso se dice que fue el propio cirujano quien lo delató. Lo cierto es que al Dioni lo detuvo la yuta brasuca el 26 de septiembre. Si tenemos en cuenta que había despegado de Lisboa el 19 de agosto, el desenfreno carioca de Dionisio duró poco más de un mes. ¡Pero qué mes!

Pasó mucho más tiempo en una cárcel brasileña, un año para ser exactos, antes de ser deportado. En el viaje de regreso, un periodista de la revista Interviú le preguntó si tenía algún buen recuerdo de su estancia a la sombra y el Dioni contó que «una noche dos policías federales, a cambio de mil dólares, me sacaron de paseo, me llevaron a la sala de fiestas Montelíbano y después a una fiesta privada, donde un juez se pasó toda la noche intentando que me metiera una raya de cocaína con él».

«Pero al loro, que el destino es un maricón / Sin decoro te da champán y después chinchón»

Fue condenado a tres años y cuatro meses, pero por buena conducta salió en libertad condicional al cumplir tres cuartas partes de la condena. En ese lapso paseó por los presidios de Carabanchel, Alcalá Meco, Valdemoro, Soto del Real, Herrera de La Mancha y Alhaurín. En esta última tuvo como compañero a Jesús Gil y Gil, que fuera alcalde de Marbella y presidente del Atlético de Madrid.

De nuevo en libertad, el Dioni grabó un disco, puso dos o tres bares en Madrid y se fundió sucesivamente, se candidateó en unas elecciones en El Molar (una localidad a pocos kilómetros de Madrid) en la que sacó 10 votos, lo procesaron por distribuir dinero falso (que en realidad eran folletos promocionales de uno de sus bares) y fue panelista en diversos programas de televisión.

Se afanó 4 millones de Euros, vivió un mes de descontrol en Río de Janeiro. Hoy vive con algo más de 800 Euros por mes. Cuando le preguntan si volvería a cometer un robo contesta que sí, pero lo haría mejor, se llevaría más guita, pero está convencido que lo volverían a agarrar. «Los trabajadores no sabemos robar –afirma– no tenemos gestores, ni abogados, ni infraestructuras. Lo intenté, intenté sacar los pies de las alforjas y no pude».

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