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Crónicas al Voleo

Henrique Raposo, el gran estafador del fútbol

Henrique Raposo, el gran estafador del fútbol

Por Germán Tinti

 

Ajaccio es la capital de Córcega, está situada en la costa occidental de la isla, tiene un puerto sobre las generalmente calmas y azules aguas del Mediterráneo donde suelen amarrar lujosos yates. Es una de las ciudades más bellas de esta isla que forma parte del territorio francés, un lugar único porque se sitúa en un golfo mirando al mar, con un fondo de montañas nevadas hasta primavera. A esto se añaden los colores vivos y la luz intensa que deslumbró al propio Henri Matisse, unos 300 días de sol al año y largas playas de aguas cristalinas donde uno puede bañarse hasta bien entrado el otoño.

En esta ciudad –además– nació Napoleón Bonaparte. Recorrer sus calles es transitar un museo a cielo abierto del hombre que tuvo en su puño casi toda Europa Occidental y Central y cuya acción tuvo decisiva influencia en los procesos emancipadores en el continente americano.

Al Athletic Club Ajaccien, el club de fútbol de la ciudad, llegó en 1987 Carlos Henrique Raposo, a quien apodaban “Kaiser” por un cierto parecido físico con Franz Beckenbauer. Era la segunda mitad de la década de 1980 y en el fútbol europeo todos querían tener una estrella sudamericana. Fueron algunos muy buenos, varios buenos, muchos mediocres y unos cuantos “bagallos”. Pero lo de Henrique Raposo era un caso único: llegaba al fútbol europeo (la 2ª división francesa, pero Europa de todos modos) con una carrera de más de 15 años en la que nunca jugó.

Henrique Raposo, el gran estafador del fútbol

¿Quiere decir que rindió poco? No, quiere decir que nunca jugó un partido.

Y es que el Kaiser no sabía jugar al fútbol. Pero ese detalle no impidió que fichara para el Botafogo a los 23 años, gracias a su amistad con Maurício de Oliveira Anastácio, una de las figuras del club carioca. La relación con Mauricio, al igual que con otras estrellas del fútbol brasileño, se fue forjando en las más exclusivas discotecas de Río de Janeiro, rodeados de numerosas y bellas garotas y regado con caipirinhas y champagne.

En los entrenamientos, los pocos en los que participaba, se “lesionaba” enseguida. «Iba a los entrenamientos y a los pocos minutos me tocaba el muslo y pedía ir a la enfermería, explicaba el Kaiser, tenía un dentista amigo que me daba un certificado de que tenía algún problema físico; y así pasaban los meses. En Botafogo creían tener en mí un crack y en realidad era un misterio».

Con cero partidos jugados, logró una transferencia al Flamengo. En este caso fue su amigo Renato Gaucho quien influyó para que el Mengão decidiera contarlo en sus filas. Según Renato, «el Kaiser era un enemigo del balón. En el entrenamiento le pedía a algún compañero que le pegara una patada y así se iba a la enfermería».

A sus lesiones inventadas, agregó otra mentira. Durante los entrenamientos (los de sus compañeros) mantenía llamativas y estentóreas conversaciones telefónicas en inglés con dirigentes europeos. El engaño duró hasta que un integrante del cuerpo médico del equipo advirtió que Henrique Raposo no hablaba en inglés… ni en ningún idioma, y que el aparatoso teléfono celular… era de juguete. Y si bien eso hubiera bastado para que fuera despedido, exonerado y literalmente desfenestrado, el Kaiser siguió “jugando al fútbol”.

Henrique Raposo, el gran estafador del fútbol

Y es que sus amigos de la noche eran personajes influyentes en el balompié brasileño. Se encaravanó con las principales estrellas del momento. Y si bien no entrenaba jamás, era el primero en anotarse en las concentraciones. Este gesto, generalmente bien visto en el ambiente futbolístico porque evidencia un acompañamiento moral y espiritual a los compañeros de equipo, era en realidad una estratagema conjunta para hacer más amenas las horas de encierro pre partido: «Nos concentrábamos en un hotel. Yo llegaba un día antes, llevaba diez mujeres, y alquilaba habitaciones debajo del piso en que el equipo se hospedaría. De noche nadie huía de la concentración, lo único que teníamos que hacer era bajar las escaleras y divertirnos».

Al parecer Brasil le quedó chico al Kaiser (o tal vez ya lo tenían fichado) y decidió buscar nuevos horizontes: El Puebla de México y El Paso Patriots de Estados Unidos lo tuvieron en sus filas. Obviamente no jugó nunca. «Firmaba el contrato de riesgo, el más corto, –recordó años más tarde– normalmente de unos seis meses. Recibía las primas del contrato y me quedaba allí durante ese período, sin jugar».

A su ausencia de antecedentes futbolísticos reales la combatía con un poquito de megalomanía: agregó a su currículum ficticio que había integrado el plantel del Independiente Campeón Intercontinental de 1984. Obviamente jamás estuvo en Avellaneda y su participación en aquel glorioso equipo se limita a su mundo de fantasía.

Henrique Raposo, el gran estafador del fútbol

A pesar de esta carrera basada en el engaño, que el propio Jorge Luis Borges hubiera incluido en su “Historia Universal de la Infamia”,  Carlos Henrique Raposo compartió planteles con jugadores como Ricardo Rocha, Edmundo, Renato Gaúcho, Romario, Branco, Bebeto y Carlos Alberto Torres. Firmó contrato (no podemos decir que jugó) en Botafogo, Flamengo, Puebla, El Paso Patriots, Bangu, Ajaccio, Fluminense, Vasco Da Gama y América de Cali.

Cuando revistaba en el Bangú de Río de Janeiro llegó un momento en que no pudo evadir ser incluido en banco de suplentes, y el tan temido momento llegó: el entrenador decidió que ingresara. Cuando estaba por realizarse el cambio se peleó con un espectador que estaba en la tribuna y fue expulsado. Al final del partido el presidente del club fue a recriminarle su irresponsabilidad y lo encontró con lágrimas en los ojos. “Antes de que digas nada, Dios me dio un padre y me lo quitó, y luego me dio otro –señalando al entrenador–. Así que nunca voy a permitir que digan que mi padre es un ladrón”. Abrazo emocionado y seis meses más de contrato.

Volvemos a Ajaccio. Nos situamos en el Stade François-Coty que tiene sus 15.000 localidades ocupadas por una multitud que quiere ver de cerca a la nueva estrella del equipo. En el centro del campo toda la escenografía montada: dirigentes, fotógrafos, camarógrafos, jugadores de las inferiores, el locutor, Henrique Raposo y medio centenar de balones. El Kaiser tomó una de las pelotas y cuando todos esperaban que hiciera algunos malabares demostrando su habilidad, la pateó a la tribuna. «Empecé a agarrar pelota por pelota y se las pateaba a los hinchas mientras al mismo tiempo saludaba y besaba el escudo de la camiseta. Los aficionados enloquecieron. Los dirigentes se agarraban la cabeza porque los hinchas se llevaron de recuerdo todas las pelotas. Habré pateado unas 50. No quedó ninguna». Nunca antes, y nunca después, entró en contacto con el balón tantas veces en una cancha.

Durante su paso por el fútbol corso se dio un hecho inédito: ¡debutó en primera! En lo que fue su primer y último partido profesional, ingresó como titular en un partido de la 2ª División francesa, en su primera intervención hizo un pique y –como no podía ser de otro modo– se “desgarró”. Sin embargo no aceptó ser cambiado inmediatamente, sino que siguió “jugando” 20 minutos más “por amor a la camiseta”. La hinchada deliraba. Lo amaban.

El Ajaccio fue la estación final de una carrera profesional de 20 años. «No me arrepiento de nada. Los clubes han engañado y engañan mucho a los futbolistas: alguno tenía que vengarse por todos ellos» intenta justificarse Henrique Raposo.

No Kaiser, no te hagas el Robin Hood ni el príncipe justiciero. Sos un chanta que la hizo bien y se pasó 20 años haciéndose pasar por lo que no es. No arruinemos una buena historia con moralejas improcedentes.

Henrique Raposo, el gran estafador del fútbol

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