AG Noticias
Crónicas al Voleo

Escenas de la vida de un chansonnier atormentado

Por Germán Tinti

 

El número 5 de la Rue de Verneuil, en el barrio de Saint Germain Des Prés –un sector de París que luego de la Segunda Guerra se convirtió en un polo intelectual y artístico de la capital francesa– es una mosca en la pared. La prolijidad de las callecitas pobladas de galerías de arte y casas de antigüedades contrasta con el tsunami de graffits que invaden la fachada de lo que fuera la residencia del chansonnier más provocador y escandaloso que dio a la cultura universal la música gala.

Y es que Serge Gainsbourg –de él estamos hablando– dejó una impronta imborrable en sus contemporáneos y en las generaciones siguientes. Prolífico compositor, intérprete innovador y galán irredimible, Gainsbourg llevó una vida de excesos y desenfreno que nada tenía que envidiar a la de las estrellas de rock como David Bowie, Lou Reed o Keith Richards. Y tampoco les iba en zaga con respecto al talento

Sus padres, Joseph y Oletchk, llegaron a París huyendo de la revolución bolchevique en 1919. Instalados en cercanías del famoso cementerio del Père-Lachaise, tuvieron 4 hijos. Lucien (así fue bautizado Serge), junto a su hermana melliza Liliane, era el menor. La invasión nazi a Francia obligaría a los Gainsbourg a esconderse en la campiña y, cuando no pudieron ocultarse más, llevar una Estrella de David cosida a sus ropas (“la estrella de Sheriff” diría años después el músico).

 

La música fue su gran pasión (además, claro, de las mujeres bellas, el alcohol, las discotecas, las…)

Sus inicios en la industria musical estuvieron muy cercanos al jazz y lejos del éxito comercial, El movimiento yé-yé (un fenómeno adolescente y juvenil que tuvo su apogeo en la primera mitad de los 60, principalmente en Europa) lo encontró con 32 años, pero con una capacidad innovadora tal que pudo convertirse en uno de sus máximos exponentes al componer “Poupée de cire, poupée de son” (“Muñeca de cera, muñeca de soga”), con la que France Gall –de 17 años– ganó la edición de 1965 del influyente Festival de Eurovisión. Allí se generaría una sociedad artística que duraría un par de exitosos años. La relación se destruyó cuando France, en definitiva una adolescente inocente, comprendió el doble sentido de la letra de la canción Les sucettes (“Las piruletas”, o sea: los chupetines). Lo que era evidente para muchos, fue advertido por la cantante varios meses después de su publicación en el disco homónimo, en noviembre de 1966.

Para ese entonces Gainsbourg se había convertido en una celebridad de la música y de la farándula. Su aspecto físico –que generaba burlas de críticos y público en general– no fue óbice para que pudiera exhibirse acompañado por mujeres hermosas. Juliette Gréco, Brigite Bardot y Catherine Denueve fueron algunas de las celebridades para quienes compuso canciones y con quienes vivió tórridos romances. “Puede que sea feo, solía decir, pero la fealdad es más fuerte que la belleza, dura para siempre”.

«Puede que sea feo, pero…» decía Serge, a quien se lo veía siempre acompañado por bellas mujeres.

Pero fue la inglesa Jane Birkin la mujer que se convertiría en su amor, su cómplice y todo. Precoz actriz y cantante, Jane llegó a París  en 1967, tras un éxito cinematográfico (Blow Up, de Carlo Ponti) y un fracaso matrimonial, y poco tiempo después conoció a Serge: “Fue un alivio, después de un desastroso matrimonio en el que me habían dejado con un bebé de menos de un año –expresó a la revista Vogue en febrero de este año–. A los 19 años, ya pensaba que mi vida estaba acabada, de verdad. Así que cuando me fui a Francia y conocí a Serge, él me hizo sentir maravillosa, absolutamente maravillosa. Me dio confianza en mí misma y consiguió borrar todo el dolor de lo que había vivido antes; y creo que seguramente él sintió lo mismo conmigo, porque acababa de romper su romance con (Brigitte) Bardot. Así que, en verdad, éramos dos almas miserables que se levantaron el uno al otro.”

Para entonces, Gainsbourg era un compositor e intérprete que había ganado el respeto y la consideración del público. Sin ser un boom en ventas, se había convertido en un referente de la vanguardia musical de Europa. Sin embargo, fue con Jane con quien alcanzó su máximo éxito, tanto comercial como artísticamente.

Jane Birkin fue con quien vivió el más grande amor de su vida.

“Je t’aime… moi non plus” (Te amo… yo tampoco) la compuso Serge para Brigitte Bardot, con quien vivía un tórrido y clandestino romance y la grabó con ella, en una sesión que dejó morbosas anécdotas (reales o imaginarias). La versión fue apenas difundida y nunca se editó comercialmente por un expreso pedido de la actriz, que estaba casada con el empresario y fotógrafo Gunter Sachs.

Finalmente, la canción fue editada en 1969 en la versión a dúo con Birkin, y fue –al mismo tiempo– un éxito y un escándalo. La conmoción fue tal que el propio Vaticano, a través de su órgano oficial, L’Osservatore Romano, censuró la canción y –literalmente– la condenó al infierno (“no todos tienen la suerte de tener a la Iglesia Católica como agente de prensa” dijo burlonamente Gainsbourg en esos tiempos). Asimismo, fue prohibida en las radios de España, Islandia, Italia, Polonia, Portugal, Reino Unido, Suecia y Yugoslavia. El caso de España fue algo cómico, porque el organismo de censura del franquismo, al leer la letra no le encontró objeciones y permitió su difusión. Cuando la escucharon ya fue tarde. Las gráficas imágenes de su letra y los realistas gemidos de Birkin la convirtieron, para muchos, en la mejor canción de amor de la historia. Nunca una pieza musical había descripto el acto sexual de una manera tan acabada (bueno, “acabada” no parece ser esta la palabra adecuada en este contexto… digamos “completa”). Fue la banda de sonido para la revolución sexual de la década de 1960.

Brigite y Jane… belleza en su más espléndida versión.

Después de este terremoto, la carrera de Gainsbourg siguió su curso de vanguardia y prestigio. Introdujo el reggae en la música francesa e hizo una audaz versión de La Marsellesa, publicó “Historia de Melody Nelson”, un homenaje a Nabokov y a un tema que obsesionaba a ambos: las “lolitas”, que fue considerado el primer poema sinfónico de la era pop.

Al mismo tiempo que crecía su influencia artística, se hacía más grande el personaje de poeta maldito y reventado. Cinco etiquetas diarias de cigarrillos, una creciente afición por el alcohol, un notable entusiasmo por las discotecas y la constante compañía de mujeres hermosas lo hicieron habitué de la prensa farandulera y escandalosa. Jane Birkin, luego de más de diez años, se cansó de eso y lo abandonó.

“Desde mis veinte años hasta su muerte, me dio lo mejor de él, me dio todo pero yo le dejé –dijo Birkin a El País en 2017– Se preocupó de mí hasta su muerte a pesar del daño que yo le había hecho al abandonarle, me compró un diamante tres días antes de morir, quiso ser el padrino de mi hija Lou, qué generosidad… Cuando muere alguien así, mueres un poco. Cuando nos encontramos yo tenía 20 años, él tenía 40. Me enseñó todo. Yo no sabía de nada, no sabía de música moderna o clásica, ni de pintura, ni de vida sexual, de nada. Él me adoptó como una especie de personaje paternal, y quedaba claro que él lo sabía todo y yo nada. Tenía un poco de complejo de idiota, la verdad. Pero no podía disfrutar ni de un segundo de libertad si él no estaba bien. Él mantenía su personaje, que consistía en provocar a la gente, quemar billetes, emborracharse y parecer un machista insoportable… pero era la persona más divertida que conocí nunca, quitando a mi padre. También la más triste, y convencionalmente infeliz”.

Separado de Jane, Gainsbourg se dejó ganar por el personaje y las situaciones escandalosas lo tuvieron como protagonista cada vez más seguido. Es antológico el encuentro que tuvo con Whitney Houston en su primera presentación televisiva en Francia, cuando evidentemente mamado le dijo que “la follaría”. Tampoco pasó inadvertida la canción que grabó con su hija Charlotte la canción “Lemon incest” (“Incesto limón”). Los motivos son más que evidentes.

Una crisis cardíaca (la quinta en su cuenta personal) lo apagó el 2 de marzo de 1991. El períodico l’Humanité describió que a su sepelio, cinco días después, asistieron, entre muchos otros, Catherine Deneuve, Isabelle Adjani, Patrice Chéreau, Renaud, Johnny Hallyday, los ministros Jack Lang y Catherine Tasca. Catherine Deneuve leyó ante la tumba el texto de su canción “Huir de la felicidad”

Tener a veces necesidad de gritar a salvo / Quien conoce las cosas hasta el fondo es infeliz

El periodista Borja Hermoso le preguntó a Jane Birkin si volvería al número 5 de la Rue de Verneuil.

Nunca. Era una cárcel. Una cárcel de oro. Me encantaba estar allí, pero cuando la abandoné, lo hice para siempre. Me hace recordar cosas tristes que pasaron después.

Entonces, vuelven las palabras de “Huir de la felicidad”:

Ahora que las cosas van mal y que nos han expulsado del paraíso del cemento y el dinero fácil / pensemos que a lo que hay que tenerle miedo es al miedo y no a la felicidad.

nakasone