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Crónicas al Voleo

El tesoro perdido de Lima

Entre la historia y la leyenda, los tesoros de la Ciudad de los Reyes siguen inmersos en el misterio de los tiempos.
Por Germán Tinti

En agosto de 1820 la expedición libertadora del General José de San Martín desembarcó y se estableció en Pisco, a las puertas de Lima. En el norte de la capital virreinal, las tropas de Simón Bolívar lograban la emancipación de la provincia de Guayaquil y continuaban su avance sobre el territorio realista. Por lo demás, los levantamientos provocados por los movimientos independentistas locales se sucedían casi sin interrupción. El Virrey Joaquín de la Pezuela y Sánchez y el líder de las tropas españolas José de la Serna e Hinojosa, se asomaban a un sombrío panorama político y militar que día tras día se complicaba para las fuerzas de Fernando VII “El Deseado”.

Como es sabido, desde su fundación, en la Ciudad de los Reyes se fue acumulando una gran cantidad de riquezas que aventureros con título nobiliario recolectaban en nombre propio, de la Corona Española y de la Santa Iglesia Católica. El avance de las fuerzas rebeldes y la inminente caída de la ciudad decidió a las autoridades a evacuar la mayor cantidad de oro, plata y joyas acaparados en sacristías, conventos y mansiones. Era prioritario salvar de la debacle lo verdaderamente importante: los bienes terrenales; para las almas y demás asuntos espirituales existían las oraciones y esas cosas.

Mary querida

Por eso, en la madrugada del 22 de octubre de 1820, el navío inglés Mary Dear abandonaba los brumosos muelles de El Callao. En los días anteriores se había trabajado febrilmente para llenar sus bodegas con un par de docenas de enormes cajas con todo el tesoro que se acumulaba en la ciudad, buena parte del botín de la conquista. No se conoce un inventario de los objetos depositados en el Mary Dear, pero siempre se habla de lingotes y monedas de oro y plata, piedras preciosas, un centenar de lujosas espadas y hasta una estatua de tamaño natural de la Virgen en oro macizo.

El Virrey Joaquín de la Pezuela y Sánchez fue quien decidió resguardar los tesoros de Lima.

El joven capitán de la embarcación, William Thompson, había acordado con el Virrey de la Pezuela llevar esos cofres a Panamá para evitar que caiga en manos de los rebeldes (en realidad el objetivo era que continuara estando en SUS manos, pero lejos de Lima). Si bien el marino desconocía el contenido de su carga, algo debe haber sospechado cuando también embarcaron varios soldados y sacerdotes españoles para vigilar el equipaje.

Un día le duró el viaje a los representantes del Virrey. La primera noche en alta mar fueron degollados y arrojados al agua por los tripulantes ingleses. El Capitán Thompson había decidido adueñarse de la carga, se liberó de los españoles y puso proa hacia la Isla del Coco para repartir y esconder el fabuloso botín.

William Thompson, pirata, corsario y traidor. Las tenía a todas, el muchachito.
La isla del tesoro

Situada a algo más de 500 km. del continente, la Isla del Coco fue descubierta en 1526 por el español Juan Cabezas y desde entonces fue refugio de balleneros y piratas que surcaban el Pacífico. A sus seguras bahías llegaban navíos para aprovisionarse de agua dulce y alimentos. La vegetación y la fauna de la isla es privilegiada y en la actualidad es un sitio protegido a nivel mundial, el clima es benigno y su geografía amigable. Los primeros expedicionarios introdujeron venados y cerdos que se adaptaron y se reprodujeron en forma salvaje.

Se dice que en la Isla del Coco pensaba Robert Louis Stevenson cuando escribió La Isla del Tesoro. Hay quienes sostienen que allí fue donde Robinson Crusoe estuvo aislado, aunque Daniel Defoe lo ubique en la desembocadura del Orinoco.

Según historias que circulan sin demasiada confirmación, antes de Thompson ya habían elegido la Isla del Coco para esconder tesoros los piratas Sir Henry Morgan, Edward Davies –discípulo de William Cook– y Benito “Espada Sangrienta” Bonito.

La Isla del Coco, hoy Parque Nacional. Ayer, refugio de piratas y náufragos.
El oro maldito

Según la tradición oral, Thompson y los miembros de la tripulación escondieron el valioso cargamento en una cueva de unos 25 metros de  profundidad en cercanías de la bahía Wafer, al norte de la isla e inmediatamente partieron rumbo a Panamá. En el argot del hampa se podría decir que estaban “dejando enfriar” el botín. Pero no lograron llegar al continente porque fueron interceptados por el Peruvian, un corsario español que los perseguía desde que se supo que habían traicionado al Virrey de la Pezuela.

Los españoles fusilaron a casi toda la tripulación del Mary Dear. Solamente quedaron con vida tres marineros que aceptaron guiar a sus captores hasta el tesoro. Mientras se pertrechaban en Panamá estalló una epidemia de gripe que diezmó a la tripulación del Peruvian y mató a uno de los involuntarios guías. Una noche, los otros dos prisioneros lograron arrojarse al agua y llegar a un ballenero norteamericano anclado cerca del barco español. Al otro día partieron rumbo a las islas Sandwich a las órdenes del capitán James Morris. En Kona uno de los británicos se separó de la expedición, pero el otro –de apellido Thompson– continuó trabajando para el ballenero de Massachussets.

El plano (uno de ellos) del tesoro en la Isla del Coco.
Rastros perdidos

Es en este punto en que el rastro del tesoro de Lima empieza a naufragar en las oscuras aguas del olvido. No existe mapa del tesoro. O más bien, existen decenas, pero ninguno lleva al fabuloso botín. Decenas de cazadores de tesoros invirtieron fortunas para rastrear las riquezas que se birlaron españoles y británicos. Pero ni siquiera los modernos métodos de rastreo de metales lograron ubicar el oro limeño.

El tesoro del Perú se une así a una larga lista, que navega entre la realidad y el mito, de fortunas escondidas y perdidas por piratas y corsarios en los  mares del mundo. La horca impidió que el Capitán William Kid deje datos precisos de la ubicación de su fortuna, que ofreció a cambio de un indulto que no llegó. En 1512, el barco portugués Flor de la Mar, cargado con trofeos de valor incalculable fruto de la conquista y tesoros del sultanato de Malaca, se hundió frente a las costas de Indonesia.

En 1715, once barcos españoles se hundieron cerca de la península de Florida, pocos días después de zarpar de Cuba con rumbo a España. Se calcula que la fortuna que transportaban hoy representarían unos 2.000 millones de dólares. Solo se encontró una pequeña parte, el resto permanece en el fondo del mar.

En la sutil frontera de la leyenda y la historia, el tesoro del Perú permanece –tal vez– en el fondo de una cueva en una pequeña isla deshabitada del Pacífico, lejos de las iglesias de Lima, lejos de la codicia de sus frustrados apropiadores.

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