Por Germán Tinti (especial para Crónicas al Voleo)
Borges desconfiaba de los espejos, incluso les temía. «Espejos de metal, enmascarado / espejo de caoba que en la bruma / de su rojo crepúsculo disfuma / ese rostro que mira y es mirado». Pero existe un pequeño pueblito en su admirada Escandinavia, que no podría entender su recelo.
Rjukan es una localidad de algo más de tres mil habitantes de la provincia de Telemark en la región de Østlandet, Noruega. El pequeño pueblo está a unos 180 kilómetros al oeste de Oslo, a orillas del río Måna, en un valle enclavado en medio de montañas que la convierten en un destino soñado para amantes del trekking y del senderismo. A pocos kilómetros del centro urbano, en lo alto de una montaña, se alza la estación de esquí de Gausta, que cuenta con 37 pistas.

Pero este pueblito inmerso en este idílico paisaje tiene un pequeño problema: durante seis meses no le llega ni un rayo de sol. La cercanía y la altura de las montañas que lo circundan –principalmente el monte Gaustatoppen de 1.800 metros de altura y ubicado al norte de la urbanización– sumado a que en aquellas lejanías el sol no sube demasiado entre septiembre y marzo, sumía a los habitantes de Rjukan en medio año de penumbras.
Emprendedor y pionero

En 1903 el ingeniero Sam Eyde llegó a este agreste paraje en busca de un lugar para instalar lo que sería la primer central hidroeléctrica de Escandinavia. Los cursos de agua que observó tenían saltos y cascadas con características ideales para los planes de Eyde.
Hijo de un constructor naviero, Sam Eyde estudió ingeniería en Berlín y en 1897 inició su propia empresa, la Gleim & Eyde, en sociedad con su anterior jefe en Hamburgo. Estableció oficinas de la empresa en Oslo y Estocolmo. A la fecha de su llegada al valle donde él mismo fundaría Rjukan, había adquirido los derechos de explotación de la energía hidráulica de diversas caídas de agua en la región noruega de Telemark. Eyde había vislumbrado el potencial y la importancia de la utilización de la hidroelectricidad.
Un pueblo floreciente
Una vez decidida la ubicación del emprendimiento hidroeléctrico, Eyde encaró primero la construcción del pueblo donde vivirían sus empleados. Primero aquellos que se encargaron de la construcción del propio caserío y la central, y luego los que trabajarían en la usina.
El emprendimiento tuvo enorme participación en la historia del desarrollo de la península escandinava como de toda Europa, razón por la cual Rjukan fue declarada «Patrimonio de la Humanidad» por su influencia en el paso del carbón a la energía hidroeléctrica,
En nuestros días todavía es posible visitar buena parte de la infraestructura construida a principios del pasado siglo, desde presas y túneles hasta centrales eléctricas y líneas de ferrocarril y ferries. Además, a las afueras se ubica la central hidroeléctrica de Vemork, reconvertida en el Museo Noruego de Trabajadores Industriales.
Buscando al astro rey
Pasados unos pocos años, Eyde advirtió el efecto negativo sobre el estado de ánimo y la salud que la ausencia de sol por 180 días provocaba en los habitantes de Rjukan. Entonces comenzó a investigar de qué modo se podía encontrar una solución a este problema.
Curioso por naturaleza, Eyde consultó a especialistas de diversas áreas sobre posibles acciones para resolver la falta de sol y sus consecuencias. Luego recibir el asesoramiento de numerosos expertos, llegó a la conclusión de que la mejor solución era la instalación de un espejo en lo alto del monte ubicado al norte del pueblo que reflejara hacía el pueblo los rayos solares.
La solución ideada era inmejorable salvo un pequeño detalle: en las primeras décadas del siglo XX no existían medios materiales para construir un espejo gigantesco, que además debía dirigir los rayos del Sol en una determinada dirección, a pesar del movimiento de la Tierra respecto al astro rey (lo que técnicamente se conoce como un heliostato).

Premio consuelo
Sin posibilidades de llevar adelante su idea, y mientras buscaba los medios de hacerla realizar, Eyde decidió buscar al menos un paliativo para los habitantes de Rjukan: construyó el primer teleférico de Noruega. Más que para el solaz de turistas y aventureros, el novedoso medio de transporte estaba destinado a que los pobladores pudieran ascender fácilmente a lo alto del monte para poder recibir el sol en la época invernal. No serían pocos los usuarios del teleférico si tenemos en cuenta que hacia 1930 Rjukan tenía casi nueve mil habitantes.
Debieron pasar unos ochenta años para que el sueño de Eyde y de cada uno de los habitantes del bucólico pueblito empezara a convertirse en realidad. En 2005, el artista Martin Andersen propuso la instalación de los espejos con los que había vislumbrado el fundador de Rjukan.
Si bien al principio encontró resistencia en diversos ámbitos, finalmente logró convencer a los pobladores de las ventajas de su proyecto, que consistía en la colocación de tres espejos en la parte alta de la montaña, y con una superficie de un total de 51 metros cuadrados entre los tres, los que serían programados para que sigan el recorrido solar durante todo el día.
Toda la instalación se autoabastece de energía mediante paneles solares ubicados a tal fin. «No quería que el proyecto supusiera un gasto energético adicional –expresó Andersen– los tres espejos toman la luz del sol y la reflejan en el mismo punto, en la plaza del pueblo, lo que incrementa la fuerza del sol».
Experiencia surrealista

Andersen le da a la experiencia de recibir la luz solar a través de los espejos un tinte de surrealismo: «No te sientes bajo sol. La luz es muy amarilla y estéticamente es muy bonito. Como la luz del sol proviene de diferentes puntos, en invierno proyectas tres sombras y hay mucho contraste mientras que en verano solamente percibes un poco más de intensidad solar en esta plaza. «En invierno tienes 3 sombras que, una sobre la otra, se superponen a raíz de los tres espejos. Y alrededor de estas sombras se forman dos auras».
La obra, que exigió la inversión de 850.000 Euros que fueron solventados por la compañía que fundó Eyde, fue inaugurada el 30 de octubre de 2013. Por primera vez en época invernal los rayos del sol bañaron una superficie de 500 metros cuadrados en Rjukan. Nadie se quiso perder el acontecimiento y casi todos los habitantes vieron cuando la luz solar iluminó la plaza central, destacando –justicia poética– la estatua que inmortaliza a Sam Eyde.

«Infinitos los veo, elementales / ejecutores de un antiguo pacto, / multiplicar el mundo como el acto / generativo, insomnes y fatales».
Definitivamente los habitantes de Rjukan no pueden coincidir con don Jorge, por más que amen la literatura. Quizás el gran escritor cambiaría de opinión si pudiera sentir los rayos de sol que los espejos prodigan a ese pueblito escandinavo.


