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Crónicas al Voleo

El pueblo de la utopía anarquista

El pueblo de la utopía anarquista
Por Germán Tinti (especial para Crónicas al Voleo)

En marzo de 1885 llegó a la Argentina Errico Gaetano Maria Pasquale Malatesta, un italiano de 32 años nacido en Santa Maria Maggiore (actualmente Santa Maria Capua Vetere). Arribaba al país huyendo de la represión antianarquista en Europa, luego de una extensa gira por Suiza, España, Egipto, Rumanía, Francia, Bélgica e Inglaterra.

Malatesta, al igual que otros inmigrantes europeos, traía consigo ideas libertarias, que se comenzaron a aplicar en la fundación de los primeros sindicatos, y edición de numerosas publicaciones, muchas de ellas en italiano. 

«Habrá que ver a donde vamos / A la frontera del país»

La primera organización poderosa creada por anarquistas en el país fue el sindicato de panaderos, cuyo nombre original fue Sociedad Cosmopolita de Resistencia y Colocación de Obreros Panaderos, creada en 1887 por Ettore Mattei. Su vínculo con el anarquismo se notaba en la lucha por un modelo de sociedad sin jerarquías y en la organización horizontal de los trabajadores.

La anécdota sostiene que los panaderos anarquistas le ponían a sus creaciones culinarias nombres heréticos o combativos. Así, según cuenta la tradición oral, nacieron los «vigilantes», los «cañoncitos», las «bombas de crema» y las deliciosas «bolas de fraile»

«Buscando límites y campos / Para quedarnos a vivir»

Entre un importante número de activistas y pensadores destacados como  José Ingenieros, Simón Radowitzky, Severino di Giovanni, Virginia Bolten, Juana Rouco Buela, Antonio Soto y Ramón Outerello, entre tantos otros, uno tuvo especial relevancia. Particularmente en el plano intelectual: Diego Abad de Santillán.

Nacido en Reyero, provincia de León (España), bajo el nombre de Sinesio Baudilio García Fernández, llegó a Argentina cuando recién había cumplido 8 años. Durante su juventud regresó a Europa para estudiar en la Universidad de Madrid y la Universidad de Leipzig, especializándose en economía y filosofía. Fue entonces cuando se involucró en el movimiento anarquista, lo que marcaría su vida.

Durante la Guerra Civil Española fue miembro del Comité de Milicias Antifascistas de Cataluña y asumió el cargo de consejero de Economía en la Generalitat de Cataluña, donde trató de implementar medidas colectivistas y autogestionarias.

«Las arboledas en invierno / Son transparentes ya verás»

Tras su regreso a Argentina después de la derrota republicana, Abad de Santillán notó que la situación política y social era también compleja. Aunque continuó con su labor intelectual y editorial, también buscó formas de poner en práctica sus ideas libertarias de manera tangible. Algunas de sus obras publicadas en aquella época, además de sus colaboraciones en periódicos sindicales y anarquistas, fueron «El anarquismo en el movimiento obrero» (1930) y «Después de la revolución» (1937).

Durante la década de 1940, el gobierno peronista comenzó a avanzar sobre la autonomía los movimientos obreros. Fue entonces cuando Abad de Santillán comenzó a pergeñar la idea de desarrollar un proyecto comunitario lejos de las grandes ciudades. La idea era crear una comunidad autosuficiente basada en la cooperación voluntaria y los principios anarquistas.

«Hermano mío, no lo querrás desperdiciar»

Su proyecto se basaba en tres pilares fundamentales: Autogestión y cooperación: La comunidad funcionaría sin la intervención del Estado ni del sistema capitalista. Sus miembros trabajarían en conjunto para cubrir sus necesidades básicas. Sustentabilidad: Se fomentaría la agricultura y la ganadería autosuficientes, utilizando los recursos naturales del entorno de forma sostenible. Educación libertaria: Se planificó una educación que fomentara la libertad individual, la solidaridad y el pensamiento crítico, alejada de las estructuras educativas tradicionales.

«La libertad es esencia de vida, no es una palabra en el aire –había escrito Abad de Santillán–. Hemos tenido casi toda la Historia contraria a esa libertad, en nombre de toda clase de mitos: religiosos, políticos, dinásticos, estatales. Estamos contra esa clase de mitos, porque nosotros defendemos la libertad y el ser humano como realidad, no como instrumento anexo a cualquiera de esos mitos. Esa es la principal diferencia con otros grupos. No somos peligrosos para nadie, excepto para quienes quieren anular a la persona humana. Un hombre sin libertad no es un hombre». Con este concepto como bandera fue desarrollando su proyecto.

«Hay una tierra prometida / Para los hijos de tu grey»

Abad de Santillán consideró que el lugar ideal para desarrollar su paraíso libertario era la provincia de Córdoba, especialmente la zona de las Sierras Chicas, porque ofrecía tierras aptas para la agricultura y la ganadería, y porque estaba lo suficientemente aislada y –por ende– alejada del control estatal. Allí estaría el pueblo.

Con esos parámetros, adquirió unos terrenos a 130 kilómetros al norte de la ciudad de Córdoba, unos 100 kilómetros de Cruz del Eje y casi 50 kilómetros de Villa del Totoral. En ese paraje de difícil acceso por tortuosos caminos fundó Villa del Cerro Negro.

Para esta aventura fundacional, Abad de Santillán contó con el apoyo de su hermana Julia García, una activista del gremio docente de la ciudad de Santa Fe, y su marido, Jaime Moragues, un herrero español de convicciones libertarias y prófugo del franquismo, que se mudaron junto al intelectual al solitario paraje. También sumó su apoyo –y su capital– el empresario de origen cubano José Cielo Rey, que también compartía las ideas anarquistas.

«Al otro lado de la ruina / Comenzaremos a crecer»

Los comienzos de esta utopía anarquista no pudieron ser más promisorios. En pocos años ya contaba con una sala de primeros auxilios, una estafeta postal, una escuela y una hostería administrada por Jaime Ronda y su esposa Catalina, cuya clientela era, principalmente, docentes y gremialistas llegados desde Santa Fe. Además se construyeron un total de 32 viviendas. Los habitantes se comunicaban con el resto del mundo gracias a un ómnibus que hacía dos veces al día el recorrido entre el pueblo y Deán Funes

Así como la localidad patagónica de El Bolsón fue la meca de los hippies de los años sesenta, Villa del Cerro Negro era el destino ideal para quienes seguían las ideas de Mijaíl Bakunin  y Peter Kropotkin.

« Verás el éxodo que nace / Ya nunca, nunca morirá»

Sin embargo, la falta de servicios esenciales fue desmoralizando a muchos en el pueblo. Debían traer el agua de afuera porque por el lugar no pasaba ningún río y el agua de pozo era salada. Tampoco era sencillo tener electricidad. De a poco, luego de un breve fulgor, los habitantes menos entusiastas fueron migrando.

Además, algunos debieron vender sus propiedades de veraneo debido a los problemas laborales y económicos que debían afrontar. El sueño comenzaba a terminar. La utopía de un pueblo sin Estado comenzaba a hacer agua.

«Motocicletas y mochilas / Camiones a tu largo andar»

El éxodo de habitantes se llevó también el servicio de colectivos, que dejó de llegar a la villa. El almacén de ramos generales cerró y para abastecerse era necesario ir desde el pueblo hasta Villa Albertina. El motor que proporcionaba energía eléctrica dejó de funcionar en 1990 y los pobladores comenzaron a pedir a EPEC que extendiera el tendido eléctrico desde la población más cercana.

Con poco más de una docena de habitantes permanentes, Villa Cerro Negro es considerado casi un pueblo fantasma, actualmente visitado por amantes del trekking, el senderismo y  el monuntain bike.

En 1977, tras la muerte de Franco, Diego Abad de Santillán regresó a España, se afincó en Barcelona, donde murió en 1983.

«Hermano mío, el éxodo de la ciudad!»

Ph: Pedro Maciel

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