Por Germán Tinti (especial para Crónicas al Voleo)
Y si… el goleador volvió de la muerte. Uruguay llegaba al Mundial de Suiza con la obligación de defender los pergaminos obtenidos cuatro años antes, cuando la “celeste” silenció al imponente estadio Maracaná, a Río de Janeiro y a Brasil todo, desde Chui hasta Manaos y desde Joao Pesoa hasta Mancio Lima.
Los Charrúas mantenían la base del plantel consagrado en 1950 con el liderazgo de Obdulio Varela y la renovación representada por jugadores como José Santamaría, Javier Ambrois, Julio Abbadie, Carlos Borges y el cordobés Juan Eduardo Honberg.
¿Cordobés? Claro. Honberg había nacido en 1927 en Alejo Ledesma, en el sector sudeste de la provincia. Después de participar en equipos locales se radicó en Rosario y comenzó a jugar en las inferiores de Central Córdoba como arquero, pero en un partido amistoso ante Sparta, y por falta de jugadores, lo pusieron de 9. Hizo dos goles y se quedó para siempre en el área rival. Sus buenas actuaciones significaron que fuera transferido a Rosario Central y, luego de un par de años, fue contratado por Peñarol de Montevideo, donde fue una de las máximas figuras de la historia del “mirasol”.
Dos equipazos en Lausana
Lo cierto es que el seleccionado uruguayo de 1954 era un equipazo y eso se reflejó durante la primera parte de la competencia. En la fase de grupos superó con facilidad a Checoslovaquia 2 a 0 y aplastó a Escocia por 7 a 0. Así, para las semifinales se encontraron dos de los equipos que mayores expectativas habían creado para esta competencia, toda vez que los sudamericanos enfrentarían a Hungría: los “Magiares Magníficos”, los “Poderosos”, el “Equipo de Oro”, uno de los mejores seleccionados de la historia, integrado por verdaderas leyendas del fútbol mundial como el arquero Gyula Grosics, el mediocampista József Bozsik y los delanteros Ferenc Puskás, Zoltán Czibor y Sándor Kocsis, que años después se convertirían en figuras fundamentales del fútbol español.
No era nada despreciable el palmarés con que los húngaros llegaban a Suiza: habían sido campeones olímpicos en Helsinki 1952, en 1953 le ganaron 6 a 3 a Inglaterra en el mismísimo Wembley y algunos meses después volvieron a atender a los británicos en Budapest, esta vez 7 a 1. En el mundial no fueron menos temibles: le hicieron 9 a Corea del Sur y 8 a Alemania Federal.
Aquel lluvioso miércoles 30 de junio, el Stade de la Pontaise de Lausana tenía sus 43 mil localidades ocupadas, pero si tenemos en cuenta que el de Suiza fue el primer mundial televisado en directo, hay que agregar algunos millones de espectadores más.
Capricho magiar, garra charrúa
Si bien dos de las figuras más importantes (Puskas y Obdulio Varela) estaban lesionadas y no participaron del encuentro, quienes entraron al campo de juego estuvieron a la altura de las circunstancias. Antes de que se cumpliera el primer cuarto de hora Czibor puso en ventaja a los Magiares y Nandor Hidegkuti aumentó la diferencia apenas comenzado el segundo tiempo.
Muchos podrían haber pensado que sería un paseo de los europeos, que someterían con facilidad a sus rivales y llegarían a la final sin despeinarse. Pero enfrente estaba Uruguay con su mística de garra y coraje, forjada en los campos de Colombres y Amsterdam, y elevada a la categoría de mito cuatro años antes en un enmudecido estadio Maracaná. No sería tan fácil.
Fue Honberg uno de los abanderados de la recuperación uruguaya, que se adueñó del partido y comenzó a buscar emparejar el resultado. Cuando faltaban 15 minutos para el final, el cordobés –con el número 8 en la espalda– recibió sin marca en el punto del penal y con un fuerte derechazo venció el desesperado intento del arquero Gyula Grosics.
La muerte anda rondando, quién sabe dónde andará
El partido se hizo dramático, de “ida y vuelta” como le gusta decir a los cronistas deportivos. Los rioplatenses buscaban incansablemente el empate pero se exponían a los ataques húngaros, que hicieron del guardametas Roque Máspoli una de las figuras del partido.
El segundo gol charrúa fue casi un calco del primero. Honberg recibió un pase en medio del área, gambeteó al arquero y al defensor que lo asediaba y mandó la pelota al fondo de la red. Faltaban 4 minutos para el final del encuentro. Todos los jugadores uruguayos fueron a abrazar y felicitar al héroe de la tarde. Cuando cada uno de ellos volvió corriendo a su puesto para reanudar el partido, el goleador se desplomó en el barro del área húngara. Inmediatamente, el árbitro galés Mervyn Griffiths corre en su auxilio, al igual que el médico del plantel uruguayo y sus asistentes. En el estadio se produce un silencio sobrecogedor. Aunque eso no impidió que Honberg fuera retirado del campo de juego para ser atendido mientras se disputaban los minutos finales del encuentro.
El goleador recibió masajes cardíacos, respiración boca a boca e incluso le inyectaron coramina. Había sufrido un paro cardíaco y no tenía pulso. Según Carlos Abate, jefe médico de la delegación rioplatense, estuvo muerto unos 15 segundos.
Los fracasos de la huesuda
Pero parece que la Parca no la tiene fácil con los uruguayos (nativos o por opción). Esa “puta vieja y fría” que “nos tumba sin avisar” (según supo definir José Carbajal) fracasó en este intento. Juan Eduardo Honberg hizo la gran Victor Sueyro. Y no solamente no se murió, sino que jugó el tiempo de alargue (en el que finalmente Hungría se impuso con dos goles de Sandor Kocsis); y cuatro días después el partido por el tercer puesto ante Austria.
No se rindió la Dama de la Guadaña y siguió tras los pasos del goleador. Se cruzaron 4 años después, cuando el DC9 en el que viajaba el futbolista cayó al mar cerca de Angra dos Reis. Otra vez fracasó la huesuda. Honberg sobrevivió y siguió jugando el fútbol algunos años más. En total ganó 7 torneos uruguayos y una Copa Libertadores con Peñarol y se retiró en 1961 jugando para el Deportivo Cúcuta de Colombia.
Tres de un par perfecto
Como director técnico debutó en Cúcuta y tuvo una exitosa carrera en Colombia, Uruguay, Grecia, Perú, Ecuador y México. En 1967, cuando era director técnico de Racing de Montevideo, le ofrecieron hacer un partido homenaje ante Peñarol. Pero la iniciativa se frustró porque se le negó la autorización médica… por el infarto que había sufrido en el Mundial de Suiza 13 años antes. Dirigió al seleccionado uruguayo que obtuvo el cuarto puesto en México 1970.
En 1977 se radicó en Lima, donde fue campeón dos veces consecutivas con Alianza Lima. Y fue en la ciudad de los Reyes en 1996, donde su camino se cruzó por tercera vez con la muerte. Y la tercera fue la vencida.