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Cumpleaños de Jim Morrison en el Père Lachaise

Por Luis Eliseo Altamira

Estuve en París entre fines de mayo y principios de julio de 1991. Una de las cosas que quería hacer allí era visitar la tumba de Jim Morrison. Además de verla, quería medir en la afluencia de devotos, la influencia de la sobredosis mítica del semi bodrio de Oliver Strone, DOORS, recientemente estrenado y que había visto doblado al castellano en un cine de Madrid.

Fui al cementerio Père Lachaise el 2 de julio, sin saber que al día siguiente se cumplían 20 años de la muerte de fuckin´ old Jim. Me lo dijo un holandés en la Carrefour de la Grand Rond, una de las tantas placitas que tiene esta necrópolis de 44 hectáreas y 100.000 sepulturas, con “calles” y “avenidas” por dónde circulan los turistas buscando las tumbas de sus muertos preferidos (en la librería del cementerio (no sé si leyeron bien: en la librería del cementerio) se podía adquirir por diez francos un mapa en el que figuraban los lugares donde están enterrados más de 200 personajes. Todos mis muertos fueron Guillaume Apollinaire, Jane Avril, Isadora Duncan, Paul Eluard, Max Ernst, Edith Piaf y Marcel Proust).

Tumba de Jim Morrison en el Cementerio parisino, una meca para sus fanáticos.

El holandés me había dicho también que se tenía pensado hacer un festival de música dentro del Père, a partir del mediodía. ¿Que quiénes actuarían? Todos los que tuvieran ganas de subir a cantar. ¡Un festival dentro del cementerio! ¡Qué grande! ¡Un mini Woodstock organizado por los fieles peregrinos que venían a visitarte en el veinte cumpleaños de tu muerte, Jim!

Al otro día, unos cien metros antes de la entrada, aquello se asemejaba a las esperas de la apertura del anfiteatro de La Falda en los festivales de los ´80: gente sentada (o acostada) en la vereda, formando infinidades de grupos que se desarmaban y rearmaban caleidoscópicamente (algunos, cantando canciones de los Doors con émulos de Jim con micrófonos desenchufados en mano: “Baby road, baby road…”; rockers como salidos de alguna historieta de Robert Crumb (recuerdo uno –radio grabador en mano- escuchando a todo vapor Dulce Viajera, de Creedence Clearwater Revival), y muchas, muchísimas botellas de cerveza en las manos o en el suelo, con un futuro – hasta entonces, impensado – de proyectil).

¿Qué pasaba? Las puertas del cementerio estaban cerradas. La custodia policial permitía el acceso a la tumba de Morrison en grupos de cinco personas. Evidentemente, se quería impedir que estos “ingleses, holandeses y alemanes en su mayoría”, tal la versión de la prensa, convirtieran al Père Lachaise en el territorio de una fiesta profana en homenaje a un rockero norteamericano muerto.

Y en ésas se estaba cuando un muchacho en cueros con un pantalón corto de jean, bailando totalmente de la cabeza arriba del techo de un Mazda estacionado frente a la puerta de la necrópolis, amagó a pelar, y peló, impulsado por el oleaje festivo y envalentonador de la multitud, peló, decía, su miembro. Gran ovación. La historia se repetía. Pero “aquel” escenario en el que momentáneamente se había convertido el techo del auto, se transformó casi inmediatamente en un trampolín con el que el fugaz “Jim” quiso escapar de las manos de un policía que alcanzó a agarrarlo en el aire por uno de los tobillos.

 

Yo creí que el tipo se rompía todo contra el suelo porque se fue para un costado como un muñeco de plomo. Pero los otros policías consiguieron atajarlo y, acto seguido, incautándolo, lo llevaron para adentro del Père: silbatina generalizada, puteadas. Los ánimos comenzaban a caldearse. Entonces irrumpió en escena, caminando por el muro que bordea el cementerio, otro flaco, totalmente de la cabeza también, que intentó subirse por el arco de cemento que está arriba de la puerta de entrada. Lo intentó una vez y nada- Lo intentó otra y tampoco (nosotros, desde abajo, lo alentábamos). Hasta que, del otro lado del muro, apareció una mano anónima que lo tomó del tobillo y, tras un forcejeo, lo chupó hacia adentro de la necrópolis (lo último que alcanzamos a ver del flaco fueron las manos levantadas con los dedos en V de la victoria).

Esto desató una lluvia de botellazos hacia el interior del Père. Los envases comenzaron a volver. De repente, los policías de adentro se juntaron con los de la custodia de la entrada y salieron al choque. La lluvia de botellazos se transformó entonces en un temporal del que los de azul se resguardaron con unos escudos transparentes, a la manera de los legionarios romanos y, retrocediendo, se metieron adentro del cementerio, cerrando sus puertas.

Allí supe, sin necesidad de romperme mucho la cabeza, que el asunto había terminado.

 

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