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Antonio Minicone, el último dandy que pisó nuestras calles

Del archivo de notas de COSAS NUESTRAS, hoy traemos la semblanza de un personaje ineludible a la hora de contar la vida de Alta Gracia.
Por Juan Carlos Gamero (del archivo de COSAS NUESTRAS)

Multifacético personaje que transitó casi todo el siglo XX en nuestra ciudad, Don Antonio Minicone tuvo mil costados y todos merecen ser contados. Una historia de vida que trascendió lo personal y familiar para terminar convirtiéndose en un mojón ineludible de la historia de Alta Gracia.

Bon vivant, deportista, dirigente, galante, educado, comerciante, divertido, comprometido, bailarín; un hombre que adoptó a esta tierra como propia y la amó como no lo hicieron muchos de los nacidos aquí. Su vida merece ser contada y rescatada para las generaciones que no lo conocieron.

Por su costumbre de adoptar el personaje de “Carlitos” que inmortalizó el gran actor, fue el “Chaplin de las sierras” en cada carnaval. Pero también fue un tipo de una fuerte personalidad y simpatía. Ello lo colmó de amigos y lo llenó de sueños. Sus sueños le proveyeron mujeres, a quienes amó pero con quienes nunca formalizó, tal vez por aquello de “¿para qué hacer infeliz a una pudiendo hacer felices a tantas?”, que solía decir.

Galán, educado, enamoradizo. Antonio y las mujeres.

Se dio el gusto de fundar un club, y de defender sus colores. O de viajar a Buenos Aires y en plena calle Corrientes promocionar el turismo de Alta Gracia a bordo de un Renault 1904.

Rey por excelencia de los carnavales, cuando en esta ciudad la cita era un sagrado rito pagano cada año y el centro se llenaba de gente que iba a divertirse sin inhibiciones ni nieve loca. Tan rey que el escenario de los corsos de Alta Gracia terminó llevando su nombre.

En fin… fue un personaje ineludible a la hora de contar la historia de Alta Gracia en el siglo XX.

Los difíciles primeros años

Carlos Soto Polo es sobrino nieto de Antonio Minicone. Nadie como él para contar su historia, porque formó parte de su vida durante muchos años. Arranquemos:

La vida de Antonio fue muy dura en sus primeros años. Historia de inmigrantes, con condimentos de tragedia. Nació a fines del siglo pasado en Messina, Sicilia. Hijo de Don Vicente Minicone y de Nina Caggiano, llegó por primera vez a Argentina en 1898 junto a sus padres y sus hermanas Francisca Antonia y Juana. Antonio era el tercer hijo de la pareja. La familia vino a hacer la América. Sus padres, en Europa tenían zapatería. Cuando llegaron en aquel primer viaje, se instalaron en Rosario donde continuaron el negocio.

Hablamos de 1898, América se estaba fundando, recibía a los inmigrantes calificados. Lograron en unos años amasar una buena suma, porque era una época de oro, con una moneda estable. Cuando juntaron el dinero como para comprar una propiedad, volvieron a Italia. Por entonces, Antonio tenía varios hermanos más.

Italia, Messina y el horror

Su regreso a Italia, a su Sicilia natal tuvo un hecho que cambiaría su forma de ver la vida. Allí en Messina, antes del fatal terremoto, la familia Minicone había instalado su fábrica de zapatos y su vivienda justo al lado de la Opera. “De ahí que mi abuela sabía tantas óperas, y Antonio era histriónico, porque veía a los actores ensayar todos los días”, cuenta Soto Polo. Lograron alcanzar cierto prestigio y tenían muy buen pasar, con buenas ventas y eran bien vistos socialmente hablando. Hasta que sucedió lo peor, y todo cambió.

El terremoto de Messina destruyó todo. Incluso los sueños de la familia Minicone.

El 28 de diciembre de 1908, mientras se preparaba para recibir el nuevo año, la familia Minicone se fue a dormir, para ser despertados abruptamente por el gran terremoto que destruyó totalmente la ciudad y causó 100 mil muertos.

Quedaron literalmente en la vía, sin absolutamente nada. Salvo los abuelos, se salvó toda la familia, pero quedaron sin nada de nada. En la calle, y apenas con lo puesto, que era casi nada porque el terremoto los agarró en la cama, durmiendo. Perdieron todo. En la calle y semidesnudos. Así deambularon por el campo. Fue algo terrible. Vieron cómo las grietas en la tierra se abrían y cerraban a su paso. Un panorama terrible. A eso hay que sumarle que era pleno invierno, y con nieve.

Cambiando la cabeza

El terremoto, el frío, la noche y el hambre dejaron marcado para toda su vida a Antonio. Recordaría siempre como chisporroteaban las ramas verdes de los limoneros que su padre prendía fuego para calentarse a la noche.

Sin dudas hubo un antes y un después en la vida de Antonio Minicone a partir de aquel suceso. Allí tal vez fue que aprendió que la vida es demasiado preciosa como para no disfrutarla, y a ello se dedicó el resto de sus días.

La ayuda recibida por parte de los nobles de la zona les permitieron hacer lo único que les quedaba: volver a América, donde ya conocían. Allá no había quedado nada. Llegaron un 25 de mayo de 1910 a Rosario justo en el día del Centenario de la patria. Sería para no volver nunca más.

Volver a empezar

Como ya estaban crecidos, todos los hermanos fueron a trabajar. Antonio ayudaba con los zapatos en la tienda. El padre, con plata que le prestaron sus paisanos volvió a fabricar zapatos, a remarla de nuevo.

Problemas de salud de Don Vicente, terminaron trayendo a la familia a Alta Gracia. Corría el año 1916, luego que hicieran un piso económico para mudarse. Compraron la propiedad que se ubica aún hoy al lado de la municipalidad, donde hay un pasillo y al lado un local y una casa que por entonces llegaba hasta mitad de cuadra. Allí instalaron el taller, la zapatería y también su casa.

Trabajando y creciendo

Al Sierras Hotel venía gente de alcurnia, que le compraba los zapatos de muy buena calidad que fabricaban. Empezaron a crecer económicamente.

Al llegar a nuestra ciudad ya eran nueve hermanos (Antonio y 8 más). Además trajeron a vivir acá a dos tíos de Antonio. En total terminaron siendo 13 hermanos.

Antonio, el mayor de los varones, se puso como mano derecha de su padre. En el Sierras le permitieron ofrecer sus zapatos. Cabe aquí una anécdota contada por Carlos Soto Polo: “Se daba una particularidad, la clase media de la ciudad, entraba a la zapatería. Pero la aristocracia que frecuentaba el Sierras Hotel solo iba en el auto, Antonio iba con un cadete a la calle, le ponían al lado del auto una escalerita, la señora sacaba el pie, y le probaban los zapatos. En el mejor de los casos, lo dejaban ingresar a la habitación para ofrecer sus productos». Esto le dio una muy buena fortuna que le permitó al padre mandar a varios de los hijos al Colegio Monserrat. Don Vicente tenía la idea que el progreso venía de la mano de la educación.

Antonio hizo sus primeros grados de primaria en la Escuela Manuel Solares.
Antonio y la ciudad

En ese contexto de vida, Antonio Minicone fue forjando su personalidad dúctil, capaz tanto de ser fundador del Club Colón en 1922, como de convertirse en animador de cuanta comisión de cultura o turismo hubiera en la ciudad. Alternó su vida entre los piropos de esquina, el comercio y el teatro. Tuvo muchas novias, un amor casi secreto, y siempre le huyó al matrimonio. Era galante, gran lector y escritor de poemas que luego regalaba a sus queridas. Siempre elegante, de buen porte, con la educación que le dio la vida y con fuertes convicciones. Así fue esta persona-personaje que engalanó las calles de Alta Gracia casi hasta llegado el siglo XXI.

Amante del deporte

El 23 de marzo de 1922, se fundó el Club Atlético Colón. La primera institución formal que practicó el fútbol por estas tierras. Producto genuino del “bajo”, con gente humilde, trabajadora y emprendedora inició el camino del deporte organizado en Alta Gracia. Y allí estuvo Antonio, inscribiendo su nombre entre los fundadores.

En Colón se divirtió y renegó. Jugó, al fútbol y al básquet. Fue dirigente, jugador e hincha. Eso lo llevó a la Liga de Fútbol de Alta Gracia y a ser el titular de la Asociación de Basquetbol de nuestra ciudad. Fue su presidente en 1962, ocasión en la que Alta Gracia consiguiera el título de Campeón Provincial en Deán Funes.

En Colón proyectó y concretó muchas ideas que le dieron crecimiento al club. Tenía muchos amigos hinchas de Sportivo, pero siempre defendió su “colonismo” en cada charla, en cada café y en cada cancha.

Como no podía ser de otra manera, fue muy amigo del Maestro Rodolfo Bútori, que lo tenía como de promotor para muchos de los eventos que organizaba, como las carreras de autos cajón o los campeonatos de fútbol. Los unía su amor por el deporte y su compromiso social.

Los carnavales no eran tales si no aparecía Antonio vestido de Chaplin.
Un galán de esquina

Antonio apenas terminó la primaria, pero fue un gran autodidacta. Fue muy buen lector, tenía una memoria privilegiada. Le gustaban mucho las poesías y las novelas. Tenía una muy buena biblioteca donde abundaban los poemas y las cartas de amor, y de ahí se inspiraba para seducir a las mujeres, a quienes amaba sin hacer distinciones.

Siempre respetuoso, siempre bien vestido, elegante. Nunca se casó. Le gustaban las mujeres, le encantaba tener muchas novias y hacía un arte en el juego de la seducción.

Su vida social era muy de café, de amigos. Le gustaba mucho la actividad social y cuando murió su padre, ya tenía una cierta cantidad de dinero; se quedó con una buena porción de su herencia, que supo administrar. Alquiló parte de la propiedad, empezó a cobrar la renta y se dedicó a vivir la vida. Y allí nació, sin dudas, la leyenda detrás de la historia.

Tuvo un gran amor que duró casi 30 años. Era una mujer muy paqueta de Buenos Aires, y muy regalona, de apellido Palacios. Le decían “Chocha”, era docente y con muy buena posición económica. Fue mucho más que un amor platónico. Le compraba, le daba, era muy generosa con él, y muy atractiva. Le gustaba mucho bailar, y como Antonio era un gran bailarín, compatibilizaban. Fue el amor de su vida, y a pesar de ello, Antonio siempre huyó al compromiso matrimonial.

Fue reconocido por todos y por todas las edades. Acá, homenajeado en Krakatoa.
Todo un dandy

“A Antonio nunca lo verías de sport. Siempre con su saco. Si era una fiesta familiar, con su moño. Para todos los días, su corbata. Una persona con muy buena contextura física que le permitía tener una gran presencia”, recuerda Soto Polo. Además, le gustaba estar siempre presente en todos lados. Cada vez que había un acto patrio, él indefectiblemente estaba arriba del palco, casi como sintiéndose protagonista.

El hombre lejos estaba de sufrir inhibiciones. En las fiestas familiares, era poco menos que un showman. Mientras la “Chona” Dell Anno tocaba el piano, Antonio bailaba, y a veces hasta se animaba a cantar.

Era un admirador de Charles Chaplin y captó inmediatamente su humor, su esencia de gentleman y a la vez de personaje cálido, hasta ingenuo. Antonio, como hombre de época se sintió identificado con ese personaje tan espiritual, simpático y a la vez agudo, y lo adoptó en infinidad de ocasiones.

Dicen que su padre era muy severo con él en la exigencia del trabajo porque era el hijo mayor a cargo del negocio y la empresa familiar. Antonio solía enojarse mucho con él por ello, pero el respeto le impedía rebelarse. Cuenta la leyenda que en cada carnaval, sus padres sacaban un sillón a la vereda para disfrutar del corso (recordar que vivían frente a la plaza Solares), y que Antonio, vestido de Chaplin, pasaba y –entre gestos graciosos y sonrisitas- le pegaba con el bastón a su padre en los talones  mientras hacía mohínes para la gente. Ante los insultos de su padre, Antonio terminaba escabulléndose entre el público para seguir disfrutando del carnaval, habiendo descargado sus broncas familiares. Lo que se dice todo un personaje.

Postales de ciudad

Cuando se apagó su luz, Antonio tenía más de 90 años de una vida plena. Nunca cambió su forma de ser. Hizo siempre un culto de la honestidad. No tuvo nunca ambiciones económicas ni anduvo en nada turbio. Fue un hombre derecho por donde se lo mirara. La honorabilidad y la palabra, para él siempre valieron oro.

Amó profundamente Alta Gracia, y la defendió con pasión. Sin nunca cobrar una moneda, viajó por el país para promocionarla. Lo consideraba una misión personal el difundir las bondades de esta tierra.

Era un tipo sencillo que lo mismo se reunía con los pudientes como con los obreros. Y todos lo querían, lo respetaban y eso se veía reflejado en su actividad como dirigente deportivo y social, donde llevaba las ideas a la acción.

Hizo teatro, baile, fue galante, todo con una personalidad tremenda. Estaba en los centros vecinales; si la iglesia necesitaba algo, él estaba. Si en la familia había un problema, él se hacía presente.

Disfrutaba mucho que lo buscara la juventud. Era familiero, se convertía en el nexo entre todos, él iba, negociaba. Si bien era un hombre que lo perdían las mujeres, no dejaba de marcarle pautas morales a sus familiares.

Antonio junto a sus compañeros del Grupo Independiente de Teatro de Alta Gracia, luego de una función.
La historia detrás de la historia

Como si fuera poco, su carácter desenfadado lo llevó a estar arriba de las tablas, haciendo teatro en distintos grupos artísticos que tuvo la ciudad. Era todo un personaje, y poco le costaba interpretar papeles que hasta parecían escritos para él.

Para tomar real dimensión del espacio que ocupó Antonio en nuestra sociedad, cabe otra historia: cierta vez, el grupo de teatro iba a hacer una función a beneficio de la cooperadora de una escuela en el Cine Monumental. A falta de cuatro días para el estreno, la gente de la escuela dijo que había vendido nada más que 35 entradas… todo se venía abajo. Hasta que Antonio dijo “déjenme a mí” y agarró los talonarios. Tres días después llegó al ensayo diciendo: “Muchachos, he logrado vender apenas unas 700 entradas. Nadie podía decirle que no a un tipo como Antonio Minicone.

De una gran popularidad, más de una vez fue tentado desde la política. Pero nunca le interesó, más allá que simpatizaba con el peronismo. Le gustaban las ideologías distributivas, no le gustaba la pobreza y de hecho, siempre ayudó a gente que lo necesitaba. No aceptaba la pobreza, tal vez porque la conoció muy de cerca siendo niño.

Don Antonio Minicone merece, sin dudas, un lugar privilegiado en la historia de Alta Gracia, como uno de los partícipes necesarios de su crecimiento. Aquel siciliano que un día llegó con lo puesto, supo ganarse un sitial muy importante en quienes lo conocieron y forma parte de la historia detrás de la historia de nuestra ciudad.
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